El asesinato de Trotsky y el terrorismo individual

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El asesinato de Trotsky por un agente estalinista es reprobable desde muchos puntos de vista. Destaca sobre todo la forma particularmente cobarde, primitiva y vil del asesinato; que no fue más que un reflejo del carácter cobarde, primitivo y vil del régimen de Stalin en la URSS y del propio carácter del dictador.

No vamos a entrar a destripar en estas pocas líneas las fantásticas y groseras calumnias estalinistas lanzadas en aquellos años contra Trotsky de ser un agente de la Alemania nazi (un paralelismo sorprendente con la acusación menchevique contra Lenin en agosto de 1917 de ser un agente del Káiser alemán), en el mismo momento que Stalin firmaba un pacto con Hitler (con brindis incluido) para repartirse Polonia y apropiarse de Finlandia. Nos basta con fijarnos en un aspecto principista del marxismo que ha escapado a la atención de los estalinistas más conspicuos, relacionado con el asesinato de Trotsky: la cuestión del terrorismo individual.

Desde cualquier punto que se lo mire, el asesinato de Trotsky entra en la categoría de terrorismo individual. Es decir, asesinar a individuos o personalidades como instrumento político y con un fin político, en este caso: tratar de destruir una corriente política (la trotskista). Es bien sabido que el marxismo rechaza el terrorismo individual como instrumento político y lo combate implacablemente. Los marxistas rusos, y los bolcheviques en particular, se destacaron en esto en su lucha contra los anarquistas y la llamada corriente populista y sus sucesores (los socialrevolucionarios). No es una cuestión moral, sino política. El marxismo se basa en las masas, en la acción de masas y en estimular la participación de las masas para alcanzar cualquier conquista u objetivo político, desde el más elemental hasta el más elevado; porque se trata de luchar por la liberación de las masas trabajadoras con su participación directa a fin de establecer un sistema pleno de emancipación social y humana que requiere una colectividad de individuos conscientes, formados y avanzados que suprima la necesidad de individuos o grupo de individuos “imprescindibles” que se levanten sobre la masa y que puedan imponer su voluntad a las mismas, reiniciando así un nuevo sistema de opresión y explotación de una minoría sobre el resto de la sociedad.

El terrorismo individual no sólo sustituye la acción de masas por la voluntad de un grupito de “salvadores” autoelegidos sino que empequeñece la conciencia y la participación de las masas mismas en la actividad revolucionaria. Si con un “piolet” bastara para terminar con los adversarios políticos, la explotación y la opresión ¿para qué el partido de cientos de miles o de millones, para qué la formación política, para qué los debates y reuniones, para qué la lucha de millones de individuos?
Los estalinistas no pueden proporcionar ningún ejemplo en el que Lenin haya ordenado el asesinato por medio de agentes terroristas de un solo dirigente de otra corriente política adversaria o enemiga – aún la más reaccionaria- ni en la lucha contra el zarismo ni en los primeros años del gobierno soviético hasta su muerte, ni dentro ni fuera de Rusia.

En el caso hipotético y fantástico de que Trotsky se hubiera convertido en un contrarrevolucionario y Lenin hubiera seguido vivo al frente del gobierno soviético, no hace falta mucha imaginación para saber cómo hubiera procedido éste en su lucha contra el “trotskismo”: sobre todo y principalmente habría utilizado el combate de ideas, la polémica política pública a fin de desacreditar y aislar dicha corriente política, y elevar el nivel de conciencia y político de las masas y de los militantes comunistas; y en segundo lugar, la movilización de masas: manifestaciones, mítines, huelgas, etc. Tan inconcebible hubiera sido que Lenin enviara agentes terroristas para liquidar a sus adversarios o enemigos políticos (como en el caso de Marx y Engels) que, como dijimos al principio, nadie ha podido osar poner un solo ejemplo concreto y real de ello, dejando a un lado las habituales calumnias e infundios de la prensa burguesa amarilla.

Sólo este hecho, muestra la distancia que media entre el leninismo genuino de su sucedáneo bastardo que es el estalinismo. Un estalinista honrado que tuviera el más mínimo aprecio por los principios marxistas debería reconocer el error político –independientemente de la consideración que le mereciera la figura de Trotsky- que supuso su asesinato. Claro está que reconocer dicho error –en la medida que el asesinato de oponentes políticos era la “marca de la casa” del Kremlin estalinista- debería desembocar inevitablemente, si se quisiera hacer honor a la honradez personal y a la fidelidad a los principios marxistas, en el repudio del estalinismo mismo. ¿Se acepta el desafío?