A principios del mesde junio, un panel de expertos independientes, encargado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), publicó los hallazgos de su investigación sobre la respuesta internacional al brote de la pandemia por COVID-19. Sorprendentemente, el informe señala a los verdaderos responsables: los políticos burgueses y la patronal.
En este período de barbarie generalizada y sufrimiento indescriptible, el informe de la OMS subraya la respuesta vacilante e insuficiente que tuvo la clase dominante frente a la pandemia, así como la facilidad con la que podría haberse evitado.
Probablemente la parte más sorprendente del informe de la OMS son sus estadísticas. Se calcula que hasta 125 millones más de personas se han visto empujadas a la pobreza extrema durante el último año; al menos 17.000 trabajadores de la salud han muerto a causa de la COVID-19; la demanda de servicios de apoyo relacionados con la violencia contra las mujeres se ha quintuplicado y hasta el 90% de los niños no pudieron asistir a la escuela durante algunos de los periodos del confinamiento.
Sin embargo, el informe mostró que, convenientemente para la clase capitalista, no estamos “todos juntos en esto”:
“El virus ha trastornado sociedades, ha puesto a la población mundial en grave peligro y ha puesto de manifiesto profundas desigualdades. La división y la desigualdad entre los países y dentro de ellos se han exacerbado, y el impacto ha sido severo en las personas que ya estaban en situación de marginación y desfavorecidas … Lo más desalentador es que aquellos que tenían menos antes de la pandemia aún tienen menos ahora”.
Si bien la desigualdad está incrustada en los cimientos del capitalismo, la pandemia ha empeorado enormemente la vida de quienes el sistema ya había dejado atrás.
Junto a estas revelaciones horrendas está el estudio reciente de The Economist, según el cual se han producido entre 7 y 13 millones de muertes evitables durante el curso de la pandemia, lo que supone alrededor de 10,2 millones de muertes. Como si esto no fuera suficiente, los investigadores estiman que todavía hay aproximadamente 33,000 personas que mueren todos los días por COVID-19 (tres veces más del número publicado por los gobiernos nacionales), lo que significa que el número total de muertos podría superar fácilmente los 20 millones en menos de un año.
Incluso las estimaciones más conservadoras sobre número de fallecidos a causa de la pandemia son comparables a las cifras de muertos de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Las grandes corporaciones y los políticos capitalistas se dan palmadas en la espalda y esperan la recuperación económica prometida, mientras que la clase trabajadora está sufriendo las consecuencias con niveles inimaginables de miseria y duelo.
¿Fue la covid-19 algo inevitable? ¿Se hubieran podido prevenir los peores impactos de la pandemia y haber salvado millones de vidas? El informe no se anda con rodeos:
“Está claro … que el mundo no estaba preparado y había ignorado las advertencias que resultaron en un fracaso masivo: un brote de SARS-COV-2 se convirtió en una pandemia devastadora … Desde la pandemia de influenza H1N1 de 2009, al menos 11 paneles de alto nivel y comisiones hicieron recomendaciones específicas en 16 informes para mejorar la preparación para una pandemia mundial … a pesar de los mensajes consistentes de que se necesitaba un cambio significativo para garantizar la protección mundial contra las amenazas de una pandemia, la mayoría de las recomendaciones nunca se implementaron”.
La enfermedad es inevitable, pero una pandemia así no lo era. La propagación incontrolada del virus por todo el mundo, el sufrimiento innecesario y la posterior muerte de millones de personas, fueron causados por gobiernos y políticos que ignoraron las numerosas advertencias que recibieron. En 2016, la Comisión sobre un Marco Global de Riesgos para la Salud para el Futuro, estimó que un plan de preparación suficiente para mitigar el impacto de una pandemia costaría 4.500 millones de dólares anuales. Esto es solo el 0,5% de lo que el gobierno de Estados Unidos gasta en sus fuerzas armadas cada año. Sin embargo, no se implementó tal plan. No es que los gobiernos no supieran cómo prepararse para una pandemia. Los políticos y gobiernos burgueses de todo el mundo optaron por no gastar ni una mínima fracción de sus presupuestos para salvar la vida de millones de personas.
Incluso cuando la pandemia ya estaba arrasando en todo el mundo, los gobiernos continuaron anteponiendo las ganancias a las vidas humanas. Las principales compañías farmacéuticas tardaron en comenzar la investigación hasta que no se vieron inundadas con miles de millones de las arcas estatales. Las empresas farmacéuticas han custodiado con celo los frutos de esa investigación de vacunas, sólo posible gracias a la inversión estatal, apropiándosela como propiedad intelectual privada. En mayo de 2020, la OMS estableció el Grupo de Acceso a la Tecnología COVID-19, que se suponía que permitiría a los países más ricos compartir datos y recursos entre sí y, en particular, con los países más pobres. A pesar de ello, un año después de la constitución de dicho organismo, aún no ha recibido aportes de ningún tipo.
Dado que las compañías farmacéuticas no están dispuestas a invertir en aumentar la producción, hemos visto una carrera frenética entre países por hacerse con las dosis de vacunas, siendo los países más ricos los que las acaparan en detrimento de los más pobres. Más que un plan internacional para erradicar esta enfermedad, las camarillas nacionales de capitalistas se apresuran a vacunar a “su” población para que puedan abrir la economía, sin tener en cuenta el hecho de que esta enfermedad no respeta las fronteras nacionales.
La culpa de los horrores del último año no es únicamente de los políticos burgueses. El informe de la OMS explica que las empresas que producen suministros y equipos médicos muy necesarios aprovecharon abiertamente la situación en su propio beneficio. En marzo de 2020, la fabricación de suministros médicos estaba un 40% por debajo de lo que se necesitaba. Esto por sí solo es un fracaso criminal de la producción capitalista, pero permitió a esas empresas explotar la situación a través del “acaparamiento, aumento de los precios y fraude” generalizados. La voluntad de los empresarios de maximizar los beneficios, recortar gastos y explotar las necesidades de las capas de la sociedad más afectadas de cualquier forma posible, muestra más claramente que nunca la barbarie del sistema capitalista.
Además de esto, el informe señala que el impulso para mantener las empresas abiertas y los beneficios no solo impulsó la transmisión del virus, sino que significó que la clase trabajadora fue la más afectada por la pandemia:
“La naturaleza de la primera línea y el grado de riesgo para los trabajadores refleja un declive de ingresos, tanto entre países como dentro de ellos. Mientras que aquellos que pudieron, y pudieron permitírselo, trabajaron desde casa durante la crisis, otros, en su mayoría trabajadores de bajos ingresos, mantuvieron en funcionamiento los suministros de alimentos, el transporte y la distribución, arriesgándose a contraer la infección”.
En países donde los niveles de empleo informal son más altos, los bloqueos nacionales tuvieron un impacto menor en los niveles de transmisión. Un mejor salario, seguridad en el empleo, baja por enfermedad garantizada y otros derechos básicos de los trabajadores están relacionados con niveles de transmisión más bajas. Pero estos siempre han quedado en segundo lugar después de las ganancias y sería ingenuo pensar que algo tan insignificante para ellos como la muerte de millones de trabajadores cambiaría la mentalidad de los capitalistas. Si bien los grandes empresarios se han confinado en sus lujosos yates y áticos, la clase trabajadora debe cargar con el peso de la pandemia, a pesar del riesgo que comporta para sus vidas.
Todo esto se podría haber evitado. Las innumerables muertes, los millones de personas empujados a la pobreza, la concentración de la riqueza en la cima mientras las masas enfrentan la indigencia. La pandemia no fue solo el producto de una serie de desafortunados fracasos y errores incompetentes, fue fundamentalmente el resultado de maniobras intencionales realizadas por la clase dominante para defender las ganancias a costa de vidas humanas.
El informe de la OMS presenta una serie de demandas, incluida una mejor financiación para la prevención de pandemias y una mayor cooperación internacional en la producción de vacunas y equipos médicos. Sin embargo, debemos preguntarnos: ¿cómo se puede confiar en que el mismo sistema que creó este desastre lo resuelva? Los errores descritos en el informe de la OMS no se derivaron fundamentalmente de la incompetencia de los políticos, sino de las dos barreras que el capitalismo erige entre nosotros y la eliminación del COVID-19: la propiedad privada y el estado-nación.
Mientras se les siga permitiendo, las empresas farmacéuticas privadas seguirán considerando las vacunas como una fuente de grandes beneficios. De hecho, ya se están frotando las manos ante la perspectiva de que el COVID-19 se vuelva endémico, por lo que pueden seguir enriqueciéndose fabricando dosis de refuerzo a perpetuidad.
Y los países imperialistas están haciendo lo mínimo para hacer frente a una ola devastadora de infecciones en África y América Latina, a pesar del peligro que esto representa para el mundo entero. Muchos países no verán completadas sus campañas de vacunación durante años, mientras que hay un excedente de dosis en occidente.
El informe de la OMS expone el comportamiento criminal de la clase dominante y demuestra trágicamente que todo esto podría haberse evitado. Pero no extrae las conclusiones necesarias de su propio informe. “No más pandemias”, significa no más capitalismo.