El viernes 25 tuvo lugar la marcha más grande de la historia de Chile, con al menos 1 millón 200 mil personas sólo en Santiago. Las consignas principales exigen vivamente la renuncia del presidente Piñera. Otras consignas celebran el despertar del pueblo chileno. Escenas equivalentes se vivieron en otras ciudades. Esta convocatoria supera la del cierre de campaña del NO en octubre del 88’, donde hubo 1 millón de personas. Ni migajas, ni concesiones, ni pacos y milicos pudieron parar esto.
El movimiento de protestas, que lleva más de una semana, ha resistido el estado de emergencia y el toque de queda en las ciudades de Chile. Esto después que el presidente Piñera, uno de los hombres más ricos de Chile, declaró la guerra a los pobres ante los ojos de todo el mundo. El día sábado Piñera anunció el fin del estado de emergencia desde la noche del domingo, y el fin del toque de queda. Además insistió en la agenda social que propuso antes en la semana y un nuevo gabinete anunciado el lunes. Se propone que el país vuelva a la “normalidad”. Es precisamente esa normalidad cínica y miserable contra la que se rebela el pueblo. En Chile algo ha cambiado para siempre.
Desde que comenzaron las protestas cifras oficiales reportan más de 3,000 detenidos. Se investigan muchísimos casos de torturas y violencia sexual. El uso de balines apuntados al rostro ha dejado más de 125 personas con heridas oculares. El vicepresidente del Colegio Médico ha definido esto como “una emergencia sanitaria, una verdadera epidemia”. Han habido al menos 21 muertos. Niños y jóvenes, hombres y mujeres, que dieron sus vidas desafiando la represión. Dentro de todos algo ha muerto. Los nostálgicos de la dictadura han revivido los horrores de las violaciones a los Derechos Humanos, y con ello han sepultado las ilusiones de los últimos 30 años de democracia postdictadura. Pero también algo ha comenzado a nacer. Dos o tres generaciones se han tomado de la mano para hacer historia. El pueblo trabajador se encuentran por millones en las calles y no quieren volver a soltarse. Se desvanece la ilusión de la clase media ante la riqueza grosera del 1% que concentra el 33% de los ingresos.
Una vez que los explotados se han estirado de cuerpo entero para sentir su enorme fuerza a lo largo del territorio, ahora toca golpear todos juntos al punto de ataque. Si se deja pasar el tiempo, el cansancio y el desgaste harán lo suyo. Los políticos profesionales de las cocinas y arreglines ya han comenzado a actuar. Las masas tienen instinto y no aceptando la normalidad que quieren imponer, marchan dirigiéndose a los centros de poder. Al edificio del Congreso en otra marcha histórica en Valparaíso el día domingo. Y el lunes a La Moneda en Santiago. Múltiples marchas se repitieron en regiones. Es el momento de organizar, y coordinar las luchas a nivel nacional. De clarificar los objetivos y medios de alcanzarlos. Se necesita una dirección que ofrezca una perspectiva clara y decidida que vaya más allá de los límites del sistema capitalista en crisis. El nivel de claridad estratégica de la dirección del movimiento determinará el futuro de toda una generación.
Piñera se ocupa de ganar su guerra por el Engaño y la Fuerza.
Hace sólo unos días el empresario-presidente Sebastián Piñera anunciaba la suspensión del alza al pasaje de transporte. Una medida parche, al mismo tiempo que implementó el toque de queda. Luego de las primeras horas de furia y confusión de la movilización espontánea, se quiso justificar la militarización con una fuerte mediatización de saqueos e incendios, que intentó opacar el carácter masivo de las movilizaciones.
Masivo porque hay un descontento muy amplio y profundo contra 30 años de medidas anti-obreras, de una política que privatizó los recursos naturales y los derechos sociales. Un régimen que asegura impunidad para los ricos y poderosos cuando se coluden, estafan y evaden impuestos. Hay una rabia profunda contra los militares en las calles, en un país que vivió por 17 años una de las dictaduras más sangrientas del continente. El estado de emergencia se implementó antes de que ocurrieran los hechos más violentos e incendiarios de la jornada. Fue una medida provocadora y descriteriada.
Los medios de comunicación en días siguientes, quizás preocupados por la pérdida de credibilidad que haría fracasar cualquier estrategia comunicacional, pasaron a poner al centro las expresiones “pacíficas” de las protestas. Esto también constituye una manipulación tremenda. Tan reduccionista como decir que el pueblo se manifiesta exclusivamente de forma violenta, es decir lo opuesto, que éste es intrínsecamente pacífico. Pues lo cierto es que el pueblo chileno en años anteriores ya tuvo marchas multitudinarias y protestas pacíficas (incluidas genkidama y besatones). Estas casi siempre terminaron en comisiones parlamentarias y cooptando a los dirigentes.
El martes pasado el presidente Piñera hace unas propuestas al país, una agenda social que más parece un bono de término de conflicto laboral. Esas migajas que los patrones acostumbran ofrecer para terminar una huelga. Por ejemplo, un aumento de 20% a la Pensión Básica Solidaria que hoy es de 110 mil pesos, o sea un aumento de poco más de 20 mil pesos (unos US$30). Asegura también un Ingreso Mínimo Garantizado de 350 mil pesos, para complementar el salario de aquellos trabajadores a jornada completa que reciban menos de esta cifra. En circunstancias que el sueldo mínimo es de 301 mil pesos. Las medidas que Piñera propone son en el fondo subsidios que serán otorgados a los mismos privados que se han enriquecido con los derechos sociales. Otro par de medidas importantes ya habían sido anunciadas. Como el proyecto que termina con el Sename, y el de Sala Cuna Universal.
Una medida que no anunció públicamente fue el llamado a reservistas del Ejército, quienes según el Ministerio de Defensa, no saldrían a patrullar, sino que cumplirían con labores administrativas. Esto reveló el agotamiento que el personal vivenciaba. El gobierno en cada episodio ha combinado concesiones mínimas con más represión. Es por el engaño y la fuerza.
Por otro lado, el nuevo gabinete anunciado el día lunes, fue un enroque descarado que sigue incluyendo a rostros odiados de la derecha. No cambia a ministros sectoriales que mucho contribuyeron a la situación actual, como lo es Transportes y Educación.
El movimiento necesita una dirección. Sobre la Mesa Unidad Social y la Asamblea Constituyente
La espontaneidad de las protestas representó una ventaja en sus primeras fases. Superó los métodos rutinarios y el pesimismo en organizaciones sindicales y de izquierda. Pero si la creatividad de los trabajadores y la juventud no encuentra una expresión organizada con el objetivo de vencer, toda su energía puede disiparse. No debemos olvidar que la clase dominante no escatina en medios violentos y conspira constantemente para engañar y dividir al pueblo.
Algo que sorprende sobre este movimiento, es lo mucho que ha avanzado en unos pocos días, disponiendo de una diversidad de métodos acumulados por los episodios de movilizaciones anteriores. Evasión del pasaje, por supuesto. Luego insurreccional, por cierto. Con barricadas y lucha callejera, pero también festivo y cultural. Incendios y saqueos a comercios usureros y coludidos, pero además memes, graffitis, danza, cantos y conciertos. Pero de manera decisiva ha entrado en escena la huelga general en la que la clase obrera se hace consciente de su propio poder.
Desde el principio los trabajadores portuarios han expresado su solidaridad de clase y agitado la huelga general. Esto se concretó el día lunes en un paro de casi la totalidad de los puertos. Esta situación ha forzado a las direcciones oficiales a convocar un paro nacional y jornadas de asambleas, para el miércoles 23 y jueves 24. Quienes convocaron son la Mesa Unidad Social, compuesta por organizaciones sociales y sindicatos como la CUT, ANEF, CONFUSAM, Colegio de Profesores, portuarios, mineros, banca, comercio, Coordinadora No Más AFP, Coordinadora 8M, MODATIMA, etc. Esta coordinación de organizaciones hizo un llamado a una huelga general y manifestaciones, empujada por el propio movimiento. La respuesta fue muy positiva. Las manifestaciones del día miércoles en el centro de Santiago fueron aún más masivas que en días anteriores. Contaron con la participación activa de numerosas organizaciones de trabajadores y movimientos sociales. Lo mismo en puertos y ciudades de todo Chile. Algunas ciudades han protagonizado revueltas regionales en los últimos años y han ganado experiencia enfrentando la represión.
Este lunes la Mesa Unidad Social ha presentado un Pliego de los Trabajadores y Trabajadoras de Chile. Las demandas que incluye el petitorio son correctas y resúmen en gran medida los agravios que ha levantado el propio movimiento. La Unidad Social ha efectuado un llamado a paro nacional para el miércoles 30 de octubre. Es fundamental que los trabajadores no abandonen las calles y continúen alerta. Sin embargo, pasar de convocar una huelga de 48 horas la semana pasada a una de 24 horas esta semana muestra claramente las limitaciones de este organismo, que en lugar de dar dirección al movimiento, va por detrás del mismo. El peligro es el de caer en una sucesión de convocatorias, una detrás de otra, sin que haya una perspectiva clara de avance del movimiento a formas superiores de lucha. Esto llevaría al desgaste de las masas en marchas y protestas sin una perspectiva clara. Es una actitud pusilánime esperar sentarse a dialogar este pliego con el presidente, cuando lo que millones en las calles exigían el viernes era “Fuera Piñera”.
En circunstancias que está planteado hacer caer el gobierno y conseguir el triunfo de un pliego de trabajadores y trabajadoras mediante el total desenvolvimiento de la capacidad coordinadora y organizativa de la clase obrera, a través de las asambleas territoriales y cabildos. Estas instancias, que con diferentes nombres se extienden por todo el país, constituyen formas de auto-organización claves para el desarrollo del movimiento. Son capaces de nutrirse de la creatividad de las bases y organizar sus fuerzas. Estos avanzan además en formular más claramente las demandas. Ejemplo de ello es la Mesa Social de Valparaíso, que exige entre otras medidas: Poner fin a las AFP e implementar un sistema solidario y de reparto. Nacionalización del Cobre, Litio, Mar y Agua. Nacionalización de Empresas estratégicas como energía y telecomunicaciones. Salud y Educación Gratuita y de Calidad. Salario Mínimo de 500 mil pesos. Jornada de 40 horas.
Todas estas demandas cuentan con el apoyo mayoritario de la población. Sin embargo, existe confusión sobre los medios de obtener esto. Ha calado hondo en el sentido común la idea de una Asamblea Constituyente. Ciertamente la constitución hecha en dictadura es escandalosamente antidemocrática. Pero la Asamblea Constituyente significa cosas distintas según a quién se le pregunte. Para las masas movilizadas la Asamblea Constituyente representa la idea de un cambio estructural, profundo y de raíz. Para los reformistas y conciliadores, significa un medio de encauzar la energía revolucionaria del movimiento hacia el parlamentarismo burgués. Incluso ya hay sectores de la burguesía que juegan con la idea de la Asamblea Constituyente para desviar el movimiento por cauces más seguros.
Para unos se trata de mecanismos de representación que gestionados desde los “territorios”, municipios o asambleas convocadas, envíen una lista de demandas a esta Asamblea Constituyente para una Nueva Constitución, que de allí se someta a plebiscito. Sin la movilización y discusión activa en las bases, esto abre la puerta a los acuerdos por arriba de los políticos profesionales. Esto desmoviliza al pueblo de las calles prefigurando además su desilusión y apatía. Es simplemente repetir la dinámica del parlamento burgués, la lógica de los acuerdos mínimos y el dominio de las maquinarias electorales.
A veces nos da la impresión que esto es lo que algunos intentan hacer en este momento. Por ejemplo, desde sectores de la izquierda parlamentaria se insiste en destituir a Piñera a través de acusaciones constitucionales. Este parece ser el centro de la estrategia del Partido Comunista. En la probabilidad que este cálculo resulte, se daría lugar a un determinado gobierno de unidad nacional, o futuras elecciones en la cual una coalición bajo la consigna de la Asamblea Constituyente sería la esperanza de las masas en las urnas. No tienen ninguna confianza en la fuerza e inteligencia del pueblo trabajador. No creen en la capacidad de hacer caer a Piñera por la organización de la clase trabajadora, que comience a desarrollar sus propios organismos de poder y decisión, agrupando a la gran mayoría de la población decidida a cambiar radicalmente este sistema.
Por otra parte, hay quienes conciben la Asamblea Constituyente como la expresión de un poder soberano del pueblo, sobre el cual no pueden imponerse otros poderes del Estado. El mandato de las bases asegura que sean los trabajadores y el pueblo quienes efectivamente dirigen las leyes, la economía y la sociedad. Es decir, una Asamblea con delegados electos desde las bases y revocables en todo momento. Desde asambleas emanadas desde las comunidades, lugares de trabajo y de estudio. Que organizan y discuten las necesidades de la vida comunitaria, la manera de producir, así como la investigación científica, de manera armónica y democrática. Esto último más bien describe la perspectiva de un gobierno de trabajadores. Si es así, no debería confundirse con la consigna de Asamblea Constituyente, que advertimos puede constituir un grave peligro que desmovilice al pueblo de las calles. Especialmente porque de desarrollarse el poder de las asambleas para organizar la producción y otros aspectos de la vida social, se dibujaría una situación de doble poder. Una disputa entre el poder de los capitalistas por un lado, y el poder de los trabajadores por otro. Esta situación no puede durar mucho tiempo, y requiere la preparación consciente de esta perspectiva de toma del poder. Perspectiva que la consigna de Asamblea Constituyente tiende a enredar en formalismos y tecnicismos leguleyos que excluyen a las mayorías trabajadoras.
Según la encuesta Pulso Ciudadano realizada el 22 y 23 de octubre, el gobierno del presidente Piñera tiene la más baja aprobación desde la vuelta a la democracia. Sólo un 14% de aprobación. Mientras las manifestaciones cuentan con un 83% de aprobación. Pensamos que si este formidable levantamiento popular, que da pruebas de la disposición espontánea del pueblo para el combate, es además capaz de dotarse de la dirección decidida de los trabajadores en un gran movimiento huelguístico es perfectamente posible tumbar el gobierno del empresario Sebastián Piñera.
Hoy en Chile el pueblo trabajador en la calle comienza a darse sus propios organismos de poder. Es necesario coordinar los Cabildos Abiertos y Asambleas Territoriales, mediante delegados electos, en una gran Asamblea Nacional del Pueblo Trabajador que se plantee la toma del poder, político y económico. Que establezca las bases de un gobierno de trabajadores para poner fin al saqueo empresarial, y usar las riquezas de Chile para satisfacer las necesidades del pueblo y no de una minoría. Los resortes fundamentales de la economía deben estar bajo control de los trabajadores y el pueblo. Debe recuperarse el agua para las comunidades. Expulsar a las hidroeléctricas, forestales y mineras que aliados con latifundistas han aterrorizado al pueblo-nación mapuche. Recuperar y nacionalizar el cobre, el litio, el mar. Planificar un sistema de transporte bajo control de trabajadores y usuarios. Acabar con las AFP. Establecer un sistema de Educación y Salud gratuita y de calidad.
¡Fuera Piñera!
¡Fuera los militares de las calles! ¡Fin a la represión! ¡Fin a la militarización del Wallmapu!
¡Por la coordinación nacional de los Cabildos y Asambleas Territoriales!
¡ Por una Asamblea Nacional del Pueblo Trabajador!
¡Por un Gobierno de Trabajadores!