Quienes interpretamos la realidad desde el criterio de la lucha de clases no tenemos ningún otro interés en la novela del “zapatazo” y sus golpes de efecto dignos de grandes producciones televisivas, que el de ver quién (cuál clase, partido y fracción) está enfrentando al gobierno del MAS, y cómo y por qué se da la relativa crisis de éste. A este tipo de análisis queremos invitar a nuestros lectores.
El “zapatazo” surgió de una investigación del periodista cruceño Carlos Valverde, quien reveló la existencia de un hijo de Evo y de la gerente comercial de la empresa china CAMC, Gabriela Zapata, aludiendo a un tráfico de influencia para que la firma asiática se asegure contratos públicos en Bolivia sin licitación.
Por los antecedentes de Valverde, ex jefe de inteligencia del gobierno del MIR, es bastante probable que su investigación fue sostenida por servicios de inteligencia extranjeros, en colaboración con sectores del propio aparato estatal boliviano, y revelada a dos semanas del referéndum con el fin de hacer el mayor daño posible. El ataque viene claramente de ahí y demuestra que el imperialismo y sus agentes nativos perciben que el cambio en el escenario internacional y la total superposición del MAS con el Estado burgués han desgastado la imagen y el apoyo de Evo lo suficiente como para empezar a liberarse de él.
Pero nada de todo esto hubiera sido posible sin la diligencia del MAS y del propio Evo en descarrillar las insurrecciones populares y desviarlas en una estrecha perspectiva nacional. El Estado burgués, con todo su legado de intrigas, maniobras, corrupción y opresión de clase, y el “libre mercado”, es decir las exigencias empresariales, toman ahora su revancha después de que el propio MAS se ha encargado de reprimir la iniciativa consciente de las masas.
La martilleante campaña mediática sobre este tema ha logrado instalar en sectores de la opinión pública la idea de un régimen en descomposición, política y moral. De hecho en este y en cada uno de los escándalos que han llegado hasta la plana mayor del partido y el gobierno emerge muy claro el perfil de nuevas oligarquías que, lejos de ser la “burguesía productiva” de la narrativa nacional popular, replican el mismo carácter parasitario y la misma visión patrimonial del Estado de sus predecesores.
La finalidad de todo esto no se limita al referendo, ya archivado. Se trata de desviar la atención e impedir que sea la clase trabajadora organizada a ganar el frente de la lucha contra la crisis, estableciendo su naturaleza. Hay huelgas de fabriles en Santa Cruz de la Sierra contra el arresto de compañeros de Telares Santa Cruz; hay empresas mineras que siguen despidiendo con ilegales cartas de preaviso y movilizaciones de los guardatojos; hay un piquete de huelga de trabajadores de subcontratadas petroleras en Santa Cruz; siguen las denuncias de abusos laborales en empresas chinas y el oficialismo salió orgánicamente derrotado por una heterogénea alianza en el congreso del magisterio urbano. Pero de nada de todo esto se habla.
Nuevamente es el propio MAS el principal cómplice de esta situación, con sus llamados a la moderación salarial dirigidos al movimiento obrero desde los púlpitos de las reuniones con el poderoso gremio empresarial de la CAINCO.
La reacción del partido de gobierno contra este ataque profundo a su credibilidad no apela a la iniciativa de masas, que es incompatible con sus coqueteos con el empresariado. Al contrario tapan mentiras (propias y ajenas) con mentiras, haciendo (y es probablemente el deseo de varios ministros) a Evo aún más débil y dependiente de su entorno: el mismo guion de siempre del “indio” bajo el tutelaje de los “ilustrados”. Se sirven del clientelismo, sacrifican a funcionarios intermedios para proteger las altas esferas, en fin: utilizan todos los métodos de una camarilla burocrática al poder que ni en cien años podría construir algo lejanamente próximo a una sociedad emancipada y con justicia social.
Para los marxistas y sobre todo para los obreros, jóvenes y campesinos, de donde viene este ataque no es indiferente ni debería serlo: si las críticas al gobierno vienen de la derecha y la manipulación emotiva de la clase media, son estos mismos que capitalizarán su crisis ocultando cualquier alternativa. Pero esto pasa porque la iniciativa independiente del proletariado y el movimiento de masas es frenada por los métodos burocráticos de la dirección, y los obreros, campesinos, jóvenes y sectores populares enfrentados a la crisis siguen sin encontrar respuesta en la pasividad del Ministerio del Trabajo, las batidas y multas del SIN y un gobierno que, para avivar la economía, se pliega a las recetas del empresariado nacional y los organismos financieros del imperialismo.
En entredicho no está entonces la figura de Evo sino la perspectiva nacional-popular, o democrático-cultural si lo prefieren. La razón última de este fracaso es que, a pesar de que el gobierno tenga todavía márgenes para intentar oxigenar la economía, el ciclo ha alcanzado sus límites. Los empresarios responden a las exhortaciones del gobierno a invertir pidiendo cero por ciento de aumento salarial, fin del doble aguinaldo, liberación de todas las exportaciones, flexibilidad impositiva etc. Es la dinámica propia del capitalismo que, a la cúspide de un ciclo de bonanza, necesita ahora ajustes para reponer sus tasas de ganancia.
De hecho la situación que afronta el MAS es similar a la embestida contra el PT en Brasil y en común hay la misma incapacidad de trascender el libreto reformista agonizante. Las manifestaciones en apoyo a Dilma y Lula a duras penas pueden ocultar detrás de la “defensa de la democracia” la contradicción latente entre la base social obrera y popular del PT y las políticas de austeridad de su gobierno. Y mientras esta base se moviliza, Dilma, con el aval de Lula, sanciona una ley que potencialmente tipifica de terrorista cualquier lucha social, en un desesperado intento de acreditarse como los más “responsables” ante la burguesía brasilera y el imperialismo que, en cambio, tantean las posibilidades de un gobierno sin el PT.
El MAS sigue enroscándose en su crisis estratégica, arrastrando consigo las luchas populares de la pasada década. Es necesario oponer a este declive la independencia sindical basada en un programa de lucha para que sean los acaudalados y su Estado a pagar por la crisis. Solo así podrán movilizarse las fuerzas sociales de masas necesarias a impedir que sea la derecha a capitalizar la situación, perfilando un escenario similar a Argentina y Venezuela en nuestro país. Aun con todas sus contradicciones, debe replicarse lo ocurrido en el congreso del magisterio urbano y jubilar a “esos carajitos” de dirigentes sindicales y sus ideas estalinistas que llaman a hundirse con el barco reformista.