Lahore, mayo de 2005. Después de tres años y medio de ocupación estadounidense, la paz, la estabilidad y la libertad se restringen al enclave presidencial oculto tras grandes muros en Kabul. Ahí es donde reside Karzai. Los mercenarios estadounidenses lo protegen, asesoran o mandan, da igual como se lo quiera denominar, lo apoyan diplomáticos norteamericanos y sigue las instrucciones del Departamento de Estado en Washington. Lahore, mayo de 2005. Después de tres años y medio de ocupación estadounidense, la paz, la estabilidad y la libertad se restringen al enclave presidencial oculto tras grandes muros en Kabul. Ahí es donde reside Karzai. Los mercenarios estadounidenses lo protegen, asesoran o mandan, da igual como se lo quiera denominar, lo apoyan diplomáticos norteamericanos y sigue las instrucciones del Departamento de Estado en Washington.
De vez en cuando, ministros, funcionarios, senadores, congresistas y diplomáticos estadounidenses visitan Kabul para inspeccionar el trabajo que han asignado a su títere. Esta casta de nuevos dirigentes afganos está intentando desangrar los ya reducidos recursos del país después de décadas de devastación y guerra. Antes de la invasión estadounidense de Afganistán en 2001, el imperialismo norteamericano llevaba décadas, a través de acciones encubiertas, intentando desestabilizar y destruir este trágico país.
Después del 27 de abril de 1978, con la revolución Saur (primavera) en Afganistán, el feudalismo, el oscurantismo, el tráfico de mujeres y la despiadada explotación por parte de la minúscula elite capitalista estaban amenazados. El nuevo régimen del PDPA, encabezado por Mohamed Tarakai, empezó a llevar a cabo una reforma agraria drástica, prohibió la usura y el comercio humano, e intentó derrocar el corrompido sistema semifeudal y semicapitalista de Afganistán. Estos demonios eran la piedra angular del dominio imperialista norteamericano en Afganistán. Por esa razón la CIA inició la mayor operación encubierta de la historia moderna para derrocar un régimen de izquierda y desestabilizar Afganistán. Utilizó el sabotaje e intentó destruir la ya débil y desestabilizada infraestructura del país.
Entrenaron y crearon grupos terroristas en el noroeste de Pakistán y en las zonas tribales fronterizas de Afganistán. Estos fanáticos islámicos fueron enviados a Afganistán para llevar a cabo actos de terrorismo, para provocar el caos y la destrucción. Se gastaron enormes cantidades de dinero y armas para alimentar la insurgencia reaccionaria. Para financiar toda esta operación se utilizaron también los ingresos petroleros saudíes. Uno de los saudíes reclutados por la CIA para esta yihad afgana fue Osama Bin Laden.
Como en todas las demás operaciones, la CIA utilizó el tráfico de drogas y otros métodos criminales para financiar esta yihad. Los medios de comunicación occidentales atribuyeron la destrucción de Afganistán en los años ochenta a los gobiernos del PDPA, pero esto no sólo es una mentira descarada sino que fue exactamente lo contrario. Mientras que el régimen afgano de izquierda intentaba construir el país, los estadounidenses y las fuerzas reaccionarias del fundamentalismo islámico desatadas por los imperialistas intentaban devastar el país.
Un país soberano fue atacado y culparon a su gobierno de la guerra y la devastación. Esta es la realidad de la sacrosanta libertad de prensa de los intelectuales occidentales. Pero incluso después de la caída del gobierno Najibullah en 1992, la intervención estadounidense aumentó su apoyo a una de las fracciones frente a las demás para intentar mantener el control y la hegemonía.
También es verdad que los talibán, ahora tan ridiculizados por los medios de comunicación occidentales y demonizados para aterrorizar a los trabajadores, especialmente de los países capitalistas desarrollados, en realidad fueron apoyados y financiados por los estadounidenses y sus empresas multinacionales, sobre todo el gigante petrolero UNOCAL.
Las condiciones de las masas afganas, después del derrocamiento de los talibán y la invasión estadounidense, se han deteriorado aún más. Las historias melodramáticas de la prensa occidental sobre el trato atroz de las mujeres bajo los talibán puede que se hayan apagado pero el sufrimiento de la gran mayoría de las mujeres continúa siendo insoportable. Para la mayoría, el velo (el burka) no ha desaparecido y todavía están sometidas a atrocidades terribles. El 23 de abril en la provincia de Badakshan una mujer de 29 años, Amina, fue sacada a rastras de su casa y apedreada hasta la muerte por un supuesto adulterio.
La pobreza, la privación, el hambre, la enfermedad y la miseria acechan el país. Hay constantes noticias de hambre y muertes debido al frío. La imagen presentada por las ONG es engañosa, la mayoría de la población todavía no tiene acceso al agua potable, la sanidad, los hospitales, los dispensarios y las escuelas.
La invasión estadounidense ha devastado Afganistán mucho más que las dos décadas anteriores de guerra civil. El bombardeo despiadado ha asesinado a miles de personas, incluidos mujeres, niños y ancianos. Han inundado el país con bombas y munición valoradas en 10.000 millones de dólares mientras que apenas han llegado 1.000 millones para la reconstrucción de Afganistán. Los escasos fondos de desarrollo que han llegado se han destinado a la seguridad. Según pasa el tiempo la resistencia, no sólo de los talibán, aumenta. Los asesinatos, los enfrentamientos y los helicópteros derribados son algo normal en el Afganistán actual. La mayor parte de la economía afgana está dedicada al comercio de heroína y adormidera.
Con el gobierno de los talibán 4.613 acres de tierra se dedicaban al cultivo de adormidera. Con el general John Abizaid se están utilizando 510.766 acres (las dos cifras proceden de la Oficina de la Casa Blanca para el Control Estatal de Drogas). Los talibán producían 40 toneladas métricas de opio, el equivalente a cinco toneladas métricas de heroína. Con el comandante en jefe del Mando Central estadounidense, Afganistán produce 5.000 toneladas métricas de opio o el equivalente a 600 toneladas métricas de heroína.
En 2001 todas las existencias de heroína en Afganistán tenían un valor de 600 millones de dólares en las calles de Frankfurt y Rotterdam. El año pasado su valor podía ascender a los 50.000 millones de dólares en las mismas calles. Esto representa dos tercios del PIB anual de Pakistán. Afganistán tiene seis vecinos, Pakistán, Tayikistán, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán y China. De los seis, la frontera afgano-pakistaní, de 2.430 kilómetros, es la más larga y porosa. Según el general Nadeem Ahmed, director general de la Fuerza Antinarcótica de Pakistán (FAP), aproximadamente el 70 por ciento de los narcóticos fabricados en Afganistán son comerciados o transportados a través de Pakistán.
La adormidera se cultiva al otro lado de la frontera, en Afganistán, pero la mayoría de los laboratorios están en territorio pakistaní. El camino rápido del opio tiene tres corredores: el corredor sur de la luna creciente dorada recorre las ciudades pakistaníes de Islamabad, Sialkot, Sukkar, Karachi y llega al Mar de Arabia (hay una bifurcación que lleva a India). El corredor occidental tiene su ruta entre Teherán, Esfahan y llega a occidente a través de Turquía y de ahí a Europa. El corredor del norte pasa por Turkmenistán y atraviesa el Mar Caspio.
Después de la invasión estadounidense el general Tommy Franks, predecesor de Abizaid, reclutó a todos los señores de la guerra que pudo llegándoles a pagar un millón de dólares al mes. Los señores de la guerra tomaron los dólares de Tommy, compraron más armas, aumentaron sus seguidores y consiguieron más territorio bajo su control. Tomaron los dólares, lucharon contra los talibán y después consiguieron mucho más dinero cultivando adormidera en el territorio que tenían bajo su control. La mayoría de los activos humanos de la CIA en Afganistán también se dedicaron a la empresa de sembrar semillas para financiar la guerra contra el terrorismo de EEUU.
La heroína de Afganistán es la más pura y es su moneda alternativa. Los señores de la guerra, los campesinos y los comerciantes acumulan heroína de la misma manera que en el resto del planeta acumulan dinero en los bancos. Hamid Karzai puede que sea el gobernante de Kabul, pero los barones de la droga, aliados estrechos de las fuerzas estadounidenses, son los verdaderos gobernantes del país. La Oficina de la Casa Blanca para la Política Nacional de Drogas (una parte de la oficina ejecutiva del presidente) dice lo siguiente: poca heroína afgana ha terminado en las calles de EEUU, la mayoría de la heroína afgana se comercializa en los países vecinos y en Europa. Como ocurrió durante la guerra reaccionaria encubierta contra el gobierno del PDPA, la CIA tiene ahora el control del comercio de heroína en la luna creciente dorada.
En estas condiciones apenas existen posibilidades de estabilidad y desarrollo. La llamada loya jirga, la congregación medieval de los tiempos prefeudales, está lejos de ser un ejemplo de democracia. Incluye a los señores de la guerra, los terratenientes feudales, los jefes tribales, los barones de la droga, los mulás, los remanentes de la monarquía y por supuesto, los empresarios formados en occidente que ahora defienden los intereses de las multinacionales imperialistas. La mayoría de estos empresarios han llegado a Afganistán en la nómina de estas empresas y sus familias residen en Europa y EEUU.
Aquellos que defendieron un Afganistán estable bajo los auspicios de la ONU después de la invasión imperialistas han demostrado estar totalmente equivocados. Lejos de ser una sociedad liberal y democrática estable, hay una continua escalada de violencia. Existen conflictos entre los diferentes señores de la guerra, los barones de la droga y los talibán. Estos últimos, lejos de estar eliminados, el 19 de abril comenzaron a emitir por radio. El mulá Omar y Bin Laden todavía están presentes y los estadounidenses están intentando negociar con algunos sectores de los talibán.
Karzai tiene poca capacidad de mando o ninguna más allá de Kabul. No es casualidad que haya solicitado un tratado de seguridad a largo plazo con los estadounidenses. Según el acuerdo propuesto, el gobierno de Karzai pediría a las fuerzas norteamericanas que se quedaran en Afganistán durante décadas. Los europeos no están muy entusiasmados con esa posibilidad, ni tampoco los estadounidenses. Pero, como en Iraq, están atrapados en Afganistán. Las bajas estadounidenses son algo normal en este país. Una retirada norteamericana significaría el colapso inmediato del régimen títere de Kabul y Karazi debería huir con las tropas norteamericanas.
Lo que sí se ha demostrado categóricamente durante los últimos tres años y medio es que la ocupación imperialista ha llevado más muerte y destrucción a Afganistán, en lugar de la democracia y la estabilidad que habían prometido. Las elecciones celebradas a principios de este año fueron un engaño total. Iban más dirigidas a las pantallas de la CNN que al interior. En los campos de refugiados en Pakistán e Irán la mayoría de los votos fueron fantasmas. El primitivismo de Afganistán no permite el surgimiento de una burguesía democrática. La naturaleza combinada y desigual de su desarrollo ha exasperado aún más las contradicciones entre su primitivismo y la modernidad selectiva que intentan imponer los imperialistas.
Por esa razón, debido al actual capitalismo paralítico, la economía de la droga y el tribalismo premedieval, las perspectivas para Afganistán sólo pronostican más derramamiento de sangre y caos. Existe un odio latente contra la ocupación imperialista y eso agrava aún más la situación de la seguridad.
La revolución de abril de 1978 fue una reivindicación tácita del hecho de que la democracia no se puede sostener ni florecer en el primitivismo de la sociedad afgana, con unas formas económicas semifeudales y semicapitalistas. Pero los dirigentes del PDPA tenían una posición nacionalista, en lugar de tener una postura marxista e internacionalista. La intervención soviética complicó aún más las cosas para los estalinistas afganos y la crisis interna del régimen fue un factor importante que llevó a su colapso.
Un par de meses después de la revolución afgana el compañero Ted Grant, discutiendo la política y la estrategia del gobierno del partido comunista, escribió lo siguiente en el verano de 1978:
Los miembros de las tribus se verán influenciados por el proceso que se está desarrollando entre sus hermanos al otro lado de la frontera. En la frontera noroeste de Pakistán y entre los baluchis, ya existe una rebelión endémica y en ebullición, estás personas están mirando a la unidad con sus hermanos de Afganistán. El efecto sería como el de las ondas en el agua, la repercusión llegaría a Irán e incluso a la India. Este es el camino que debería emprender el Partido Comunista si quiere mantenerse en el poder con los oficiales radicales. La oposición a la vieja fuerza en Afganistán, como en Etiopía, con toda probabilidad empujará en esta dirección.
Si lo retrasan, posiblemente por la influencia del embajador y el régimen rusos, prepararán el camino para una feroz contrarrevolución basada en la amenazada nobleza y los mulás. Si triunfa, la contrarrevolución restaurará el viejo régimen sobre los huesos de cientos de miles de campesinos, masacrará a los oficiales radicales y exterminará a la elite culta. Por el momento -hasta que exista un movimiento de la única clase avanzada que puede conseguir la transición al socialismo en los países industrialmente desarrollados- el desarrollo más progresista en Afganistán parece ser actualmente la instauración del bonapartismo proletario.
Mientras no cierren los ojos a las nuevas contradicciones que eso implicará, sobre la base de una economía transicional de un estado obrero, sin democracia obrera, los marxistas, de una manera sobria, apoyaremos el surgimiento de este estado y un nuevo debilitamiento del imperialismo y el capitalismo, y de los regímenes basados en las remanentes del feudalismo en los países más atrasados.
¡De qué forma los trágicos acontecimientos posteriores demostraron la corrección de esta perspectiva! Si el régimen del PDPA hubiera hecho un llamamiento de clase a los trabajadores de Pakistán, Irán y otras partes para que apoyaran la revolución, la CIA y sus seguidores se habrían enfrentado a una feroz resistencia por parte del movimiento de masas, sobre todo en Pakistán desde donde se inició la contrarrevolución.
Hoy, la horrorosa experiencia de las masas afganas continúa. No sólo los estadounidenses, también los gobernantes indios, pakistaníes, rusos, franceses, iraníes e incluso los chinos, están jugando a nuevos grandes juegos, como si fueran buitres sobre el cuerpo herido de Afganistán. La única salida a los siglos de largo sufrimiento de las masas afganas es una solución revolucionaria.
Sin embargo, esta revolución está intrínsecamente unida a las perspectivas revolucionarias en los países vecinos, sobre todo Irán y Pakistán. Está creciendo una nueva generación de jóvenes. Han visto los horrores del régimen talib, la guerra civil y las brutalidades de la invasión norteamericana. Ahora están buscando una salida.
Históricamente, Afganistán tenía un fuerte movimiento de izquierda. No es causalidad que sin información, y en contra de la voluntad de la burocracia estalinista de Moscú, en Afganistán hubiera una revolución en abril de 1978. Sin embargo, la revolución fue distorsionada, sus reformas y otros pasos contra el capitalismo y el oscurantismo han dejado su marca en la memoria de las generaciones posteriores.
Los jóvenes ansían un cambio y una insurrección revolucionaria de la juventud en el bárbaro Afganistán puede sorprender a muchos. Este movimiento no sólo obligaría a los ocupantes imperialistas a abdicar de Afganistán sino que además podría vincularse con el movimiento revolucionario de las masas en Irán y Pakistán, con quienes tienen lazos históricos, sociales y culturales.
De la misma manera, una insurrección revolucionaria y que los marxistas consigan una base de masas en Pakistán e Irán, podría influir en los procesos de Afganistán e impulsar una insurrección revolucionaria allí. Sin una revolución socialita no se podrá resolver ni uno solo de los problemas, ni se podrá sacar a Afganistán de la edad media y el primitivismo, una situación en la que se encuentra esta tierra y su población en los inicios del siglo XXI.