El libro de Daniel Bernabé constituye un exponente más de la necesaria rearticulación de la reivindicación del papel de la clase trabajadora y el conflicto capital/trabajo como el punto central de cualquier proyecto que se reivindique de izquierdas, realmente transformador y rupturista. Además, representa la respuesta a una izquierda reformista que lleva en las dos últimas décadas, al menos, sin un sujeto transformador claro y totalmente entregada al mercadeo electoralista, perdiendo así la claridad y dirección en un proyecto político que se suponía que era la defensa de los explotados por el capitalismo.
Por un lado, la socialdemocracia clásica que se convirtió hacia el neoliberalismo en lo que se podría denominar como socioliberalismo (Tercera Vía de Blair como máximo exponente) y por el otro, las nuevas socialdemocracias que hablan de “la gente, la ciudadanía, el pueblo o la patria” pero cuyas alusiones al antagonismo capital/trabajo son escasas, tímidas o directamente nulas.
Entonces, ¿qué ha diferenciado a la izquierda reformista de las derechas? Pues como alude Bernabé en su obra han sido las “guerras culturales”, que situaban el conflicto en lo meramente simbólico y no en lo laboral o económico, tal como ocurrió con el gobierno de Zapatero en España:
“La política española se empezó a parecer cada vez más a la norteamericana no sólo por la presencia abrumadora del bipartidismo, que del consenso del Estado del bienestar había pasado al consenso del neoliberalismo, no sólo por la presencia de la clase media como clase aspiracional para todos, sino además porque habíamos importado conceptos como el de la corrección política y el centro de gravedad del debate se había desplazado de la redistribución económica a la representación simbólica.”[1]
Y esas situaciones por experiencia histórica ya sabemos al final a quién terminan beneficiando, a la derecha y al capital, ante la falta de verdadero proyecto político de una izquierda que se olvidó de la clase trabajadora y de construir una alternativa al capitalismo.
Progresía neoliberal e interseccionalidad
Un hito importante en la conversión de la socialdemocracia de forma definitiva hacia el neoliberalismo y las alabanzas al capitalismo fue la Tercera Vía de Tony Blair que terminó por destruir las bases del Partido Laborista británico en lo que se denominó como New Labour:
“Blair tuvo su Suresnes particular al eliminar la histórica cláusula IV del Partido Laborista que defendía la propiedad común de los medios de producción, distribución e intercambio. En una entrevista de campaña, el nuevo candidato laborista decía mirando a cámara mientras conducía su utilitario en mangas de camisa que de hecho, el Partido Laborista está con la clase media.”[2]
Las referencias a la clase trabajadora desaparecieron a pesar de que es la mayoritaria en la sociedad, y se pasó a hablar de “clase media” continuamente, el clásico “todos somos clase media”. Por otra parte, se empezaron a tratar en el contexto de las guerras culturales las discriminaciones por género, raza u orientación sexual de forma totalmente desvinculada a la opresión capitalista, que utiliza y potencia dichas diferencias para aumentar la explotación; y de hecho, dichas reivindicaciones son y han sido utilizadas y mercantilizadas por el capitalismo, como puede ser el caso del denominado gaypitalismo:
“[…] existe una aceptación acrítica del neoliberalismo por parte de las minorías, como en el llamado gaypitalismo, donde los modos de vida de los miembros prominentes de la comunidad homosexual se adaptan a los valores dominantes del libre mercado. Así la consecución de los derechos LGTB se concibe como una cuestión de acceso a los bienes y el respeto que la sociedad tributa como una cuestión meritocrática. De esta manera, se está trasmitiendo el mensaje de que los problemas que encuentra un homosexual no son sistémicos, sino derivados de la actitud del individuo”[3]
En el caso de Estados Unidos, este neoliberalismo “progre”, que tan útil ha sido en la llegada a la presidencia de Donald Trump, lo vemos representado en figuras como las de Oprah Winfrey:
“A raíz de las denuncias de acoso sexual en el ámbito artístico en EEUU, Winfrey dio un contundente y emotivo discurso en la entrega de los Globos de Oro al respecto. La intervención fue celebrada y compartida en redes sociales hasta la saciedad, muchas mujeres feministas vieron en sus palabras una inspiración. Winfrey es un gran producto en el mercado de la diversidad, es mujer, negra y de orígenes pobres. Y una de las más grandes difusoras de la ideología neoliberal en el mundo. Su programa de testimonios, donde habitualmente la materia prima utilizada son las mujeres de clase trabajadora, pasó a mediados de los noventa de ser un espacio lacrimógeno y más o menos insustancial a recoger toda la morralla del pensamiento positivo, los libros de autoayuda y los gurús de la superación.”[4]
La trampa de la diversidad, la mercantilización electoralista del proyecto político y la “nueva política” post-15M
La denominada “nueva política” y los nuevos activismo post-15M en cierto sentido no se diferencian excesivamente del progresismo neoliberal en sus planteamientos, más centrados en un planteamiento interseccional de las discriminaciones de minorías y obviando la construcción de un proyecto político de carácter anticapitalista y basado en la mayoría asalariada de la sociedad. En ese sentido, Bernabé expone varios ejemplos al respecto, como la visión de Íñigo Errejón del partido como un producto a consumir más:
“[…] atendiendo a las palabras de Errejón, la transformación de la política en un producto no sólo se conoce sino que se acepta. Así el líder político se convierte en un icono pop, vacío y ahistórico sin ningún lastre del pasado que mantiene con sus votantes una relación mercantil, `me prometiste que si yo compraba este aparato me iba a producir felicidad´. Lo ya visto en Clinton, Blair, Zapatero y Obama se traslada sin prejuicios a la política del cambio, un cambio abstracto del que, si bien conocemos algunos datos sobre el punto de partida, qué es lo entendido como susceptible de transformarse, desconocemos en gran medida a dónde quiere llegar, su horizonte. ¿La felicidad, tal vez?”[5]
El autor alude precisamente al caso del ayuntamiento de Madrid con Manuela Carmena como la concreción de esta nueva política mercantilizada:
“Manuela Carmena, la alcaldesa de Madrid, llegó a la alcaldía por múltiples factores, pero entre ellos por cosificarse como un producto que el votante progresista compró en las elecciones…Existen, por tanto, dos Carmenas, el producto aspiracional y la real, es decir, la persona con una ideología definida que le ha hecho optar en su gestión por unas políticas, en lo material, con muchos menos cambios de los esperados.”
En ese sentido, el llamado “carmenismo” constituye un ejemplo de continuidad con el socioliberalismo en un proyecto centrado en lo simbólico y superficial con una ausencia de políticas reales dirigidas a la superación del modelo capitalista. Afirma Bernabé:
“¿Cuál es la forma de simular este concepto del cambio? Las guerras culturales, aquellos conflictos centrados en lo simbólico. Por ejemplo peatonalizar grandes calles del centro, lo que simboliza una movilidad sostenible, que cuenta, por el contrario, con un trasfondo bien concreto que coincide con los intereses económicos de las grandes marcas de ropa situados en esas calles. Colocar una pancarta de Refugees Welcome cuando apenas llegó ninguno a territorio español…La derecha, política y mediática, asume con gusto estos conflictos en el campo de los simbólico, ya que le permiten agitar su lado más reaccionario sin jugarse el tipo en campos como el urbanístico o el fiscal, que le son desfavorables.”[6]
Respecto a los activismos de la posmodernidad, el autor cita una afirmación en Twitter del humorista Ignatius Farray que evidencia de forma bastante clara los problemas de la izquierda interseccional, que olvidó a la clase trabajadora y la cuestión económica en la lucha de clases:
“Me he encontrado a una persona que necesita ayuda pero no es ni MUJER, ni LGTB, ni DISFUNCIONAL, ni pertenece a ningún COLECTIVO RACIAL DESFAVORECIDO, así que le he pegado una paliza por FACHA.”[7]
Desactivación de la trampa de la diversidad y críticas a la obra desde el reformismo institucionalizado
En la última parte de la obra, Bernabé realiza propone algunas ideas para llevar a cabo una desactivación de esa trampa de la diversidad, aclarando que “no es un libro contra la diversidad, es decir, contra la pluralidad de nuestras sociedades…sí es un libro que trata de desvelar la transformación de la identidad en un producto aspiracional que compite en un mercado”. Y aunque la obra no propone de forma cerrada un proyecto de recuperación del movimiento obrero del siglo XX, sí da algunas pistas al respecto que se enmarcan en un rechazo a las ilusiones reformistas que aceptan el marco de la democracia burguesa capitalista:
“[…] la izquierda actual debería revisar su esperanza de competir siendo un producto más de esta sociedad. Blair y el New Labour quedaron hechos trizas hace ya bastante tiempo, es hora de hacer trizas sus sentidos comunes, sus verdades aparentes…Cualquier izquierda mínimamente transformadora nunca tendrá al alcance estas herramientas de gestión y análisis de datos masivos. Esto unido a un gigantesco y perfeccionado sistema cultural y de entretenimiento e información parcial hace que las posibilidades de obtener una simple victoria electoral se reduzcan dramáticamente…Pensar que este conflicto se puede puentear mediante el populismo, el asalto a los medios o la desestructuración del lenguaje, pensar en definitiva que la izquierda puede resultar útil quitándose incluso el nombre es jugar a la ruleta rusa con el tambor cargado de balas…Si la izquierda acepta el juego propuesto, como ha hecho desde mediados de los años noventa, puede tratar de encontrar una nueva pirueta que le haga ganar unas elecciones, que le haga disfrutar de la ensoñación de manejar un poder con una autonomía cada vez más escasa.”[8]
Y propone de forma más o menos implícita la superación de este marco:
“La izquierda no puede ganar al neoliberalismo en su propio terreno de juego, con sus reglas, mediante atajos del lenguaje, fantasías tecnoutopistas y análisis de datos. Ahí es donde llevamos desde mediados de los noventa y es algo que sólo ha servido para vaciar los partidos, los sindicatos y los programas ideológicos…La respuestas las tienen en una gloriosa tradición de políticos, teóricos, militantes, revolucionarios, filósofos, pensadores, escritores, músicos, pintores y poetas, mujeres y hombres, que nos dejaron un legado que recuperar, el de la modernidad, el del siglo XX…”[9]
Por su parte, las críticas a la obra desde representantes de la izquierda reformista institucionalizada no se han hecho esperar, como es el caso de Alberto Garzón, que llega a hacer interrogantes como “¿Por qué a una pensionista mujer y lesbiana le debe parecer más importante hablar de clase trabajadora que de feminismo y políticas de diversidad?”.[10] Desde posiciones marxistas, le podemos dar la vuelta a este interrogante: ¿Por qué esa misma mujer y lesbiana va a unirse a un feminismo y una política de diversidad que no tenga en cuenta la clase ni el antagonismo capital/trabajo?. ¿Con quién tiene más en común esa mujer, con otra mujer de clase burguesa y lesbiana como ella, a la que probablemente no le preocupe ni comparta la lucha de los pensionistas, o con un hombre pensionista de clase trabajadora, con el que sí comparta la misma situación de precariedad y opresión capitalista? ¿No sería más fácil defender el fin de las opresiones ligando estas reivindicaciones a las luchas económicas, en lugar de crear activismos “interclasistas” y que asumen el orden capitalista en la práctica?
Conclusiones
Lo que en definitiva propone Daniel Bernabé en su obra es la recuperación del paradigma y el sujeto en el que se ha basado la izquierda durante el siglo XX y con el que ha conseguido sus mayores logros históricos: antagonismo capital/trabajo, lucha de clases y clase trabajadora como sujeto. Y esto se justifica porque la mayoría de la población en la actualidad se puede considerar clase trabajadora, a pesar de que la izquierda institucionalizada oficial no quiera ni recuperar ni incentivar esa conciencia de clase, y ese precisamente ha sido el logro de la derecha neoliberal en las últimas décadas. En España, en 2018 hay un total de unos 23 millones de personas mayores de 16 años que son asalariados, ya sea por cuenta propia o ajena, o parados, lo que constituye la mayoría de la sociedad. Y esa es la base sobre la que debería crearse un verdadero proyecto transformador, y no en los símbolos o el patriotismo como algunos líderes de PODEMOS han pretendido.
En ese sentido, se hace un repaso a cómo la izquierda reformista ha olvidado o abandonado a la clase trabajadora en una nueva vuelta de tuerca que sigue la tradición hacia la derecha de los reformismos del siglo XX, desde Kautsky o Berstein hasta los Blair o Schroeder. Y esa situación, ha constituido un campo abonado para la expansión y los triunfos de los Trump, Le Pen, Orban o Salvini en los tiempos recientes, una advertencia para la izquierda del Estado español.
Libros como La trampa de la diversidad o La clase obrera no va al paraíso[11] son un muy interesante aporte en el necesario rearme ideológico de la izquierda, al plantear la necesidad de la recuperación de la centralidad de la clase trabajadora en un proyecto político de transformación en sentido socialista. La conclusión práctica de este debate tiene que ser la construcción de una fuerte tendencia marxista en el movimiento obrero para llevar a cabo esta tarea.
[1] Bernabé, Daniel, La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora, Madrid, Akal, 2018 (p. 130)
[2] op. cit. (p. 87)
[3] op. cit. (p. 133)
[4] op. cit. (p. 171)
[5] op. cit. (p. 136)
[6] op. cit. (p. 154-155)
[7] op. cit. (p. 136)
[8] op. cit. (p. 243-244-246)
[9] op. cit. (p. 248)
[10] Garzón, Alberto, “Crítica de la crítica a la diversidad“, en eldiario.es
[11] Tirado, Arantxa y Romero, Ricardo, La clase obrera no va al paraíso. Crónica de una desaparición forzada, Madrid, Akal, 2016