400 años de la muerte de Shakespeare: un revolucionario en Literatura – Parte I

0
371

Shakespeare transformó la literatura inglesa, elevándola a alturas inauditas, y que no han sido alcanzadas posteriormente. Como un flameante meteorito a través del firmamento, arrojó una luz asombrosa sobre todo un período de nuestra historia. Su impacto en la literatura universal fue, sin duda, mayor que el de cualquier otro escritor. Sus obras han sido traducidas a todos los idiomas. Lejos de apagarse, su estrella brilla tanto como el primer día desde hace siglos.

“Él no era de una época, sino de todos los tiempos” 

(Ben Jonson sobre Shakespeare)

William Shakespeare – Image: Public DomainEn Literatura y Revolución (1924), Trotsky escribió lo siguiente: “Una nueva clase no empieza a crear toda la cultura desde el principio, sino que se apodera de la antigua, la clasifica, la reorganiza y construye sobre ella”. Si bien Aristóteles y Goethe representaban para Trotsky la cúspide del alcance humano, Edipo Rey, de Sófocles, le pareció una obra que “expresa la conciencia de todo un pueblo”. Lo mismo podría decirse de William Shakespeare, el más célebre escritor de habla inglesa.

Sorprende, sin embargo, lo poco que se conoce de la vida del autor, que muchos consideran el más grande escritor de todos los tiempos. De Shakespeare sabemos cuándo murió, pero no se tiene constancia exacta de su nacimiento. Los registros muestran que fue bautizado el 26 de abril de 1564, en Stratford-upon-Avon, una pequeña ciudad a 100 millas al noroeste de Londres, muy lejos del centro cultural y comercial de Inglaterra. Puesto que los bebés eran bautizados tres días después de su nacimiento, pudo haber nacido el 23 de abril, el mismo día en que murió, a los 52 años, pero esto también se discute.

Gran parte de su vida está envuelta en un velo de misterio. Lo poco que sabemos de su vida se puede resumir brevemente. No nació en el seno de una familia noble ni en el de una especialmente rica. No fue a la universidad. Sin embargo, se convirtió en el escritor más famoso del mundo.

La familia de Shakespeare

A primera vista, William Shakespeare no parecía destinado a la grandeza. Su padre, John Shakespeare, comenzó como aprendiz de guantero y curtidor de pieles y, más tarde, se hizo comerciante de lana y productos agrícolas. Fue un hombre hecho a sí mismo, se casó con Mary Arden, la hija de un acaudalado granjero local, dueño de una granja de sesenta acres. William fue el tercero de ocho hijos.

Parece que ni John ni Mary sabían escribir. El padre de Shakespeare utilizaba un compás de guantero para firmar. Pero esto no impidió que se convirtieran en miembros importantes de la comunidad. Entre otros cargos cívicos, John Shakespeare fue elegido catador del municipio de Stratford – un cargo bastante importante si tenemos en cuenta que en aquellos días la gente bebía cerveza, que era más seguro que beber agua. Más tarde, en 1565, se convirtió en tesorero de la ciudad y concejal, (un puesto que incluía educación gratuita para sus hijos en la escuela secundaria de Stratford) y alcalde, en 1568 y 1571.

Orgulloso de su éxito, John Shakespeare quiso aspirar al título de caballero y solicitó un escudo de armas. Pero por razones desconocidas, la solicitud fue retirada y, en los siguientes años, por razones también misteriosas, la fortuna de John Shakespeare entró en declive. En 1570, fue acusado de usura por prestar dinero a una tasa del 20% y 25% de interés. En 1578, se demoró en el pago de sus impuestos y no pudo pagar la suscripción obligatoria de edil para socorro a los pobres. En 1579, tuvo que hipotecar la propiedad de Mary Shakespeare para pagar a sus acreedores.

En 1580, recibió una multa de 40 libras por faltar a una cita judicial. Se convirtió en un deudor y se ausentó frecuentemente de las reuniones municipales. En 1586, la ciudad lo retiró del consejo de ediles debido a la falta de asistencia. Hacia 1590, John Shakespeare sólo poseía su casa en la calle Henley. Lo peor estaba por venir. En 1592, fue multado por no asistir a la iglesia. Ese era un asunto serio.

La religión era esencial en la sociedad para la que escribió Shakespeare. La reina Isabel I hizo obligatoria la asistencia a la iglesia de Inglaterra, a pesar de que para muchos suponía recorrer largas distancias. Las personas que no asistían a la iglesia –por cualquier motivo salvo por enfermedad– eran sancionadas con multas. Algunos han llegado a la conclusión de que el padre de Shakespeare –y, posiblemente, el propio Shakespeare– eran católicos convertidos. Pero esto es una suposición arbitraria. Su incapacidad para asistir a la iglesia pudo haberse debido a razones más mundanas, a saber, la falta de pago de las deudas.

Así que, aunque Shakespeare nació en un hogar de clase media con relativa holgura, debió de haber pasado la mayor parte de su infancia bajo la sombra de las dificultades financieras de su padre. Esta experiencia debió de haber influido poderosamente en su psicología durante su juventud. La experiencia de una relativa pobreza y la desgracia que la acompaña, le agudizó un sentido para los negocios, que se reflejó en los últimos años.

Posteriormente, la fortuna de la familia pareció mejorar. En 1599, John Shakespeare se reincorporó a la alcaldía de la ciudad, pero murió poco tiempo después, en 1601. Tenía probablemente cerca de setenta años y había estado casado durante cuarenta y cuatro años. Mary Shakespeare murió en 1608.

En resumen, Shakespeare nació en una familia de clase media bastante típica para la época; época que Karl Marx describió como el período de acumulación originaria del capital. El sistema feudal había caído en decadencia y surgía una nueva clase media en ascenso con su propia agenda y ambiciones. John Shakespeare, ese hombre hecho a sí mismo, que levantó un negocio, se emparentó con el dinero y lo perdió de nuevo, bien podía ser la personificación de un nuevo período en la historia de Inglaterra y del mundo.

Infancia y educación

El joven William asistió a la escuela primaria local, la Escuela Nueva del Rey, donde, posiblemente, su formación debió de haberse basado en retórica, gramática, latín y griego, principalmente. No sabemos nada acerca de sus años escolares, pero un famoso pasaje de Como gustéis, nos puede proporcionar una pista, que sugiere que no estaba muy entusiasmado con la escuela:

“El chiquillo quejumbroso que, a desgano,
con su cartera y radiante cara matinal,
cual caracol se arrastra hacia la escuela”

¿Reflejan estos versos sus propios recuerdos de la escuela? Su historia posterior sugiere que ése podría ser el caso.

En la escuela, entró en contacto con la mitología griega, la comedia romana y la historia antigua, todo lo cual resurge en sus obras, que se basan con frecuencia en modelos griegos, latinos, franceses e italianos. El resultado es una combinación única y rica de elementos ingleses y otros no ingleses. En sus obras se pueden encontrar frecuentes citas de autores romanos, como Plutarco, y material de la mitología clásica.

Shakespeare, a diferencia de su compañero dramaturgo, Christopher Marlowe, no fue a la universidad. Ben Jonson, otro famoso contemporáneo, escribió de él que tenía “poco latín y menos griego”. Shakespeare aprendió más de su experiencia práctica como actor que de sus estudios formales. Al no haber ido nunca a la universidad, su conocimiento de las personas y las situaciones se derivaba de la vida misma. Shakespeare escribió para las masas – los “espectadores”.

Parece que comenzó sus actividades literarias como actor ambulante, como miembro de la compañía de Los hombres de la Reina, y esto tuvo un impacto en su forma de escribir las obras de teatro. A diferencia de otros escritores, escribió desde el punto de vista del actor. Sus obras incluyen a menudo lo que es, en realidad, la dirección de escena.

A los 18 años, se casó con Anne Hathaway, una mujer ocho años mayor que él y con tres meses de embarazo. En algún momento, Shakespeare se traslada a Londres, dejando a su familia en Stratford, y se establece como dramaturgo y actor. Se dice que trabajó como maestro, aprendiz de carnicero y empleado de un abogado. Su primer biógrafo dice que huyó a Londres para escapar del castigo de la caza furtiva de ciervos. Sin embargo, no existe evidencia real de sus actividades en este periodo de su vida, que se conoce como “los años perdidos”.

Debido a la escasez de información precisa sobre la vida de Shakespeare, la única forma de poder arrojar alguna luz sobre su vida, y obras de teatro, es colocarlas en su contexto histórico real –del que existe abundante documentación. En 1558, seis años antes del nacimiento de Shakespeare, Isabel I fue coronada reina de Inglaterra. En los siguientes 45 años Londres se convertiría en una próspera urbe comercial.

Para conocer mejor al poeta de Avon, hay que colocarlo en el contexto del mundo en el que nació –una emocionante nueva era de cambio, agitación y transición en la frontera entre dos mundos– el viejo mundo feudal, con sus inamovibles certezas y rígidas jerarquías sociales y religiosas, y un nuevo mundo que estaba luchando por nacer: la edad de la Revolución burguesa.

Una era de revolución

“El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de China, la colonización de América, el intercambio de las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición”.
(Karl Marx, El Manifiesto Comunista)

De nuevo, se podría decir lo mismo de Shakespeare. El propio Shakespeare fue el producto de la edad en la que vivió y, probablemente, no podría haber florecido de la misma manera en ningún otro ambiente. Fue una época de cuestionamiento de las viejas ideas, tradiciones y creencias, de transformación en la vida de hombres y mujeres y derrumbamiento del viejo sistema. Fue una época de transición, una ruptura decisiva con el pasado medieval y el comienzo de un nuevo período histórico, en una palabra, fue una época de revolución.

En las obras de Shakespeare, tenemos la esencia destilada de un pueblo en un período de transición de un período histórico a otro. Fue un período notable de la historia inglesa. Después de un siglo de agitación sangrienta, conocida como la Guerra de las Rosas, ésta fue una época de relativa estabilidad política bajo la nueva dinastía reinante de los Tudor.

La derrota de la Armada Española en 1588 colocó a Inglaterra como la potencia militar y comercial más importante en el escenario mundial. Reinaba un espíritu de aventura y cambio. Francis Drake se convirtió en el primer capitán de barco en completar la circunnavegación del globo; la reina Isabel I financió la exploración del Nuevo Mundo a cargo de Sir Walter Raleigh. Él trajo el tabaco y oro de las Américas, aportando así nueva riqueza a su país y monarca.

El siglo XVI fue la época del Renacimiento en Inglaterra. Fue una época de investigación y experimentación. La vieja y estéril Escolástica de la Edad Media fue desafiada por un movimiento científico-filosófico revolucionario, estrechamente asociado con el nombre de Francis Bacon (1561-1626). Para Marx, fue el primer creador del materialismo inglés, y está considerado como el padre de una nueva forma de aprendizaje secular y una nueva filosofía científica.

Además de floreciente centro comercial, Londres fue también un importante centro cultural, donde prosperaron el aprendizaje y la literatura. El crecimiento económico creó una clase media próspera ávida de nuevas obras. Shakespeare nació en el seno de esa nueva clase media, la clase que se enorgullecía de las libertades y derechos que otras personas carecían de manera visible.

Esta época fue testigo del florecimiento del teatro en Inglaterra. A finales del siglo, Inglaterra contaba con todo un grupo de dramaturgos: Marlowe, Dekker, Lyly, Kidd, Greene, Heywood, seguido más tarde por Beaumont, Fletcher y Ben Jonson. El florecimiento de la literatura fue de la mano con las innovaciones tecnológicas, en particular, la invención de la imprenta. Caxton estableció su primera imprenta en 1476, y muy pronto, libros, que anteriormente habían sido monopolio de unos pocos ricos, se hicieron accesibles a un público de masas entre la nueva clase media.

El ascenso de la clase media burguesa fue un desarrollo revolucionario. El individualismo burgués penetró en el arte en forma de retratos y autorretratos –una forma de arte prácticamente desconocida en el arte de la Edad Media. Y se hizo sentir en las obras de Shakespeare en forma de soliloquio. La novela en sí fue un producto de la misma tendencia –un nuevo interés en la psicología individual, como se refleja en HamletMacbethOtelo o El rey Lear. Esto fue algo nuevo en el teatro –penetrar en la mente del sujeto y dejar al descubierto sus motivaciones secretas, obsesiones y deseos.

El poder del dinero

“La burguesía […] dondequiera que ha conquistado el poder, ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus «superiores naturales» las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel «pago al contado». Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal”. (El Manifiesto Comunista)

“Al dinero si va delante, todos los caminos se abren” (W. Shakespeare, Las alegres comadres de Windsor, Acto II, Escena II)

Esta explosión de arte, ciencia y literatura fueron la expresión de cambios fundamentales en la vida económica y social de la sociedad: la decadencia de la vieja sociedad feudal y el ascenso de la burguesía; el surgimiento de una economía basada en el dinero y el comercio, en lugar del sistema feudal basado en la posesión de la tierra.

El siglo XVI vio el surgimiento de un nuevo tipo de economía basada en el comercio y el dinero. En la Edad Media, la riqueza se basaba en la propiedad de la tierra. La usura era consideraba por la Iglesia pecado capital y a los cristianos se les prohibía prestar dinero a interés. Este papel fue generalmente desarrollado por los judíos, lo que explica el aumento del antisemitismo en aquel momento.

En El mercader de Venecia, Shakespeare hace un retrato en términos negativos de Shylock, un usurero judío que, como es bien conocido, acepta prestar el dinero a un cristiano con la condición de que, si la suma no es devuelta en la fecha fijada, tendrá que darle una libra de su propia carne. Aquí vemos expresada en una forma extrema la verdadera relación entre acreedores y deudores, que ha existido de una forma u otra desde viejas épocas. La conducta de los banqueros de la Unión Europea en relación a Grecia es sólo la continuación de esta antigua y venerable tradición.

También expresa gráficamente la importancia de la reciente creación del dinero como elemento vital del comercio y base de toda la vida económica. No es casualidad que en sus Manuscritos filosóficos, de 1844, Marx citara la obra de Shakespeare, Timón de Atenas, para subrayar el poder del dinero en la sociedad burguesa:

“¿Oro? ¿Oro amarillo, brillante, precioso? No, dioses. No soy hombre que haga plegarias inconsecuentes: !Dadme raíces, cielos sin nubes! Mucho de esto convertirá lo blanco en negro; lo feo en hermoso; lo falso en verdadero; lo bajo en noble; lo viejo en joven; lo cobarde en valiente. ¡Oh dioses! ¿Por qué? Esto va a sobornar a vuestros sacerdotes y a vuestros sirvientes y a alejarlos de vosotros; va a retirar la almohada de debajo de la cabeza del hombre más robusto; este amarillo esclavo va a fortalecer y disolver religiones, bendecir a los malditos, hacer adorar la lepra blanca, dar plaza a los ladrones y hacerlos sentar entre los senadores. Él es quien hace que se vuelva a casar la viuda marchita y quien perfuma y embalsama como un día de abril a aquella gente ante la cual entregarían la garganta, el hospital y las ulceras en persona. ¡Vamos, fango condenado, puta de la humanidad, que siembras la disensión entre la multitud de las naciones, vuelve a la tierra en donde te puso la Naturaleza!”
(Timón de Atenas, Acto IV, Escena III)

Y Marx explica su significado interno: “Shakespeare pone de manifiesto dos propiedades del dinero en particular: (1) Es la divinidad visible, la transformación de todas las cualidades humanas y naturales en su contrario, la confusión universal y de inversión de las cosas; que reúne a las imposibilidades. (2) Es la puta universal, el proxeneta universal de los hombres y de los pueblos”.

Esta profunda observación apunta al corazón de la naturaleza del capitalismo, y es aún más cierto hoy que cuando fue escrito. El verdadero Dios de la sociedad moderna no es Jehová, Mahoma o Buda, sino Mammón [el espíritu que opera detrás de las cosas materiales –las riquezas- en la Biblia, NdT]. Los templos reales no son ni las catedrales ni las mezquitas, sino los bancos y las bolsas de valores. Sus altos sacerdotes son los banqueros, corredores de bolsa y los tenedores de bonos. Y todavía exigen su libra de carne. El verdadero espíritu del capital se resume en la persona de Shylock.

La suya es la voz del capitalismo en su forma más cruda y, por tanto, más sincera. El capital debe permitirse la expansión sin ningún tipo de restricción o impedimento. La relación entre los seres humanos se reduce a un abierto nexo monetario. Las consideraciones sentimentales, de amistad, la moral o la religión no entran en juego. Por eso es preferible no prestar dinero a un amigo, sino más bien a un enemigo que debe sufrir las consecuencias en caso de impago.

Ésta es la verdadera naturaleza del capitalismo despojado de toda pretensión de humanidad o moral. La imagen no es favorecedora, pero es totalmente fiel a la realidad. Shylock es la personificación del capital –su esencia destilada. Su antipatía hacia Antonio [el mercader cristiano] no se basa tanto en la religión, sino en el hecho de que viola el principio más fundamental del capitalismo –la inviolabilidad del afán de lucro. Antonio representa una vieja moralidad, un vestigio de la época en que se suponía que los  límites de la amistad y el honor eran la regla suprema:

“Me dan ganas de llamarte otra vez lo mismo, de escupirte de nuevo y de darte también de puntapiés. Si quieres prestar ese dinero, préstalo, no como a tus amigos, pues ¿se ha visto alguna vez que la amistad haya exigido de un amigo sacrificios de un estéril pedazo de metal?, sino préstalo como a tus enemigos, de quienes podrás obtener más fácilmente castigo si faltan a su palabra”.
(Antonio en El mercader de Venecia, Acto I, Escena III)

Por el contrario, Shylock representa la nueva moral capitalista, que sitúa la búsqueda del beneficio antes que cualquier otra consideración. El crimen más atroz de Antonio, desde el punto de vista de Shylock, no es que adore a la Santa Trinidad, sino que preste dinero sin exigir interés, violando con ello el sacrosanto mandamiento del capitalismo:

“¡Qué fisonomía semejante a un hipócrita publicano! Le odio porque es cristiano, pero mucho más todavía porque en su baja simplicidad presta dinero gratis y hace así descender la tasa de la usura en Venecia. Si alguna vez puedo sentarle la mano en los riñones, satisfaré por completo el antiguo rencor que siento hacia él. Odia a nuestra santa nación, y hasta en el lugar en donde se reúnen los mercaderes se mofa de mí, de mis negocios y de mi ganancia legítimamente adquirida”.
 (El mercader de Venecia, Acto I Escena III)

Algunas personas han tratado de encontrar el antisemitismo en este juego y cierto es que Shakespeare no era totalmente libre de los prejuicios de su tiempo. Sin embargo, como Marx comprendió, la esencia de Shylock no es su raza, nacionalidad o religión, sino su vocación como prestamista de dinero, la personificación del capitalismo en su etapa de formación de la acumulación originaria, es decir, en su estado más puro de esencia químicamente destilada.

Como para refutar de antemano la acusación de antisemitismo, Shakespeare pone en boca de Shylock el discurso más elocuente en su defensa:

“Soy judío. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no está nutrido de los mismos alimentos, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no reímos? Si nos envenenáis, ¿no morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?”
 (El mercader de Venecia, Acto III Escena I)

El capital no conoce ni raza ni religión. No tiene patria y no conoce fronteras. No tiene ni alma ni corazón, no conoce ni bueno ni malo. Sin embargo, este dios ciego, más implacable que cualquier ídolo pagano, subyuga a toda la raza humana y la obliga a hacer su voluntad. Ese es el verdadero mensaje de la obra de Shakespeare y sigue siendo un mensaje válido para nuestra propia época.

La acumulación originaria

“Mientras sea un mendigo, despotricaré y diré que no hay otro pecado sino el ser rico; y cuando sea rico, mi virtud consistirá en decir que el único vicio es la pobreza”. (El bastardo en Vida y muerte del rey Juan, Acto II escena III)

El capitalismo se desarrolló en Inglaterra algo más tarde que en las ciudades del norte de Italia, pero una vez que se afianzó su desarrollo fue muy rápido. Este fue el período llamado por Marx como el período de acumulación originaria. La monarquía Tudor actuó como una agencia de la clase emergente de los capitalistas ingleses. Isabel I prestó su apoyo a la nueva clase de fabricantes y comerciantes, quienes proporcionaron la riqueza que sustentaba a la dinastía gobernante y aseguraba su supervivencia en un mundo amenazador. Pero este progreso económico se pagó a un alto costo social.

Los trastornos sociales surgidos de estos grandes cambios significaron terribles dificultades para las masas. Marx describe esto en El Capital, en la sección sobre la acumulación originaria:

“En la historia de la acumulación originaria hacen época todas las transformaciones que sirven de punto de apoyo a la naciente clase capitalista, y sobre todo los momentos en que grandes masas de hombres son despojadas repentina y violentamente de sus medios de subsistencia y lanzadas al mercado de trabajo como proletarios libres y desheredados. Sirve de base a todo este proceso la expropiación que priva de su tierra al productor rural, al campesino”. (Karl Marx, El Capital, volumen  I, capítulo XXIV)

La industria principal fue la manufactura lanera, que constituía tres cuartas partes de las exportaciones de Inglaterra. El aumento constante de la demanda de lana promovió el crecimiento de la cría de ovejas. Pero como esto requería menos trabajadores, un gran número de la población rural se vio desocupada. Las granjas que producían alimentos anteriormente se convirtieron en tierras de pastoreo para el ganado ovino. Como Tomás Moro describiera amargamente en su famosa obra Utopía, las ovejas se estaban comiendo a la gente.

Este fue un período de leyes brutales contra los “mendigos” y “vagabundos”, es decir, contra la gran cantidad de campesinos que habían sido despojados de la tierra, desplazados por los nuevos métodos de la agricultura capitalista. En este período, como Marx observó, un gran sector de la población inglesa fue criminalizada, procesada, azotada y condenada a muerte por el delito de ser pobres. Durante el reinado de Enrique VIII, no menos de 72.000 “ladrones” fueron condenados a muerte. Los salarios estaban limitados por ley. Los problemas a los que se enfrentaban las masas empobrecidas se exacerbaron con la disolución de los monasterios, que arrojaron a miles de monjes y monjas a las filas de los desocupados, y con la disolución de las mesnadas feudales de la nobleza.

Así describe Marx las leyes brutales promulgadas contra los pobres en el reinado de Isabel I: “a los mendigos sin licencia, mayores de 14 años, se los azotará con todo rigor y serán marcados con hierro candente en la oreja izquierda en caso de que nadie quiera tomarlos a su servicio por el término de dos años; en caso de reincidencia, si son mayores de 18 años, deben ser… ajusticiados, salvo que alguien los quiera tomar por dos años a su servicio; a la segunda reincidencia, se los ejecutará sin merced, como reos de alta traición. Leyes similares: 18 Isabel c. 13 y otro de 1597”. (El Capital, vol. I, cap. XXIV)

Sin embargo, ésta es sólo una cara de la moneda. A pesar de su carácter opresivo y explotador, el sistema capitalista naciente también dio lugar a un explosivo desarrollo de las fuerzas productivas. A pesar de la pobreza y las dificultades que sufrieron muchas personas, y las terribles enfermedades que asolaron Inglaterra durante los siglos XVI y XVII, la población aumentó.

Londres era ahora un animado centro comercial, en el que se concentraba el 85% de todas las exportaciones. Cada año alrededor de 10.000 ciudadanos emigraban a Londres, creyendo que las calles estaban pavimentadas de oro como en el cuento. Las calles no eran de oro, pero los salarios en Londres eran un 50% superiores que en otras partes del país. Los ricos terratenientes y comerciantes construyeron casas palaciegas con jardines y huertos. La clase media prosperó e, incluso, algunos de las clases más bajas tuvieron suficiente dinero para ir al teatro.

Caravaggio y Monteverdi trabajaban para clientes ricos que pagaban las facturas. Shakespeare dependió sólo en parte de dichos clientes. El ascenso de la burguesía había creado una nueva audiencia de la clase media que iba al teatro y pagaba sus asientos. Shakespeare empezó a escribir de manera creciente para este público.

Continuará