A comienzos del siglo XX, el Imperio otomano se encontraba en un estado de decadencia terminal. En 1908, el Imperio austro-húngaro se anexionó Bosnia y Herzegovina. Tres años más tarde, la burguesía italiana proclamó sus ambiciones coloniales tomando Libia en el Norte de África a los otomanos. Más tarde se hizo con las islas de Rodas y Kos. Un año más tarde, la Liga Balcánica (Serbia, Bulgaria, Montenegro y Grecia) expulsó a los otomanos de sus últimas posiciones en Europa.
El Imperio tenía que enfrentarse, por un lado, a las revueltas de los cristianos en el norte y, por otro, al descontento creciente entre los árabes. En la frontera norte, el gran poder del Imperio ruso planteaba una amenaza constante. San Petersburgo contaba de un momento a otro con su disolución, los imperialistas rusos esperaban como buitres hambrientos para empezar a despellejar la carne de sus víctimas.
En 1908, los Jóvenes Turcos –un movimiento de jóvenes oficiales del ejército, ambiciosos, nacionalistas y descontentos– tomaron el poder con el objetivo de modernizar y fortalecer el Imperio. Enver Pachá, comandante supremo de las fuerzas armadas del Imperio otomano, era ambicioso y soñaba con volver a conquistar Asia central y las antiguas regiones que se perdieron contra Rusia previamente. Sin embargo, sus dotes militares no eran iguales a su retórica y los ejércitos rusos se hicieron con el dominio de la región del Cáucaso en su lucha con Turquía.
Turquía se une a las potencias centrales
Los Jóvenes Turcos entraron en la I Guerra Mundial del lado de las Potencias Centrales, formalizado con la Alianza secreta Otomana-Germana establecida en agosto de 1914. De hecho, el atrasado Imperio otomano semi-feudal no estaba en condiciones de hacer la guerra. Después de varias derrotas demoledoras, había perdido territorios y su economía estaba colapsada, su pueblo y su ejército desmoralizados y agotados. Pero el estallido de la guerra mundial le hizo imposible permanecer al margen.
La guerra Italo-turca y las guerras de los Balcanes habían agotado los recursos del Imperio en armamento y reservas financieras. Su única opción era entrar en una alianza con una potencia europea; y, realmente, no importaba cuál. En palabras de Talat Pachá, quien fuera ministro de Interior: “Turquía debía unirse a uno de los grupos de países para que pudiera organizar su administración interna, fortalecer y mantener su comercio e industria, y expandir sus ferrocarriles; en definitiva, para sobrevivir y preservar su existencia”.
Una alianza con Rusia quedaba descartada de antemano, ya que Rusia era su principal adversario y pretendía ejercitar su dominio con la desintegración del Imperio Otomano. Y puesto que Francia era aliada de Rusia quedaba descartada una alianza con ella. Londres no mostraba ningún interés en apoyar a Constantinopla. Sin embargo, Berlín estaba muy interesado.
Desde la primera misión militar alemana con el ejército otomano después de la guerra ruso-turca de 1877-8, los oficiales alemanes mantenían una relación con el ejército otomano consistente en una labor de asesoramiento y entrenamiento; algunos de los mejores oficiales otomanos habían estudiado en academias militares de Alemania. Los oficiales del Imperio otomano admiraban el profesionalismo y las tradiciones del ejército alemán y, como muchos observadores extranjeros en ese momento, estaban convencidos de que era el mejor del mundo. Como consecuencia, el sentimiento pro-alemán se generalizó en el ejército otomano, al menos entre sus funcionarios, estableciéndose estrechos vínculos profesionales entre el cuerpo de oficiales otomano y alemán.
El poderoso Ministro de guerra, Enver Pachá, era pro-alemán. Fue invitado a Berlín, donde fue testigo del impresionante espectáculo de un desfile de disciplinados y bien armados soldados prusianos, y quedó deslumbrado por el poderío militar alemán. Esta admiración no era mutua. La oficialidad alemana no quedó impresionado por el potencial militar del decadente Imperio otomano y sí era escéptica acerca de las ventajas para Alemania de una alianza. Sin embargo, los turcos eran el enemigo tradicional de Rusia, y como dice el viejo dicho: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Alemania continuaba incesantemente su avance hacia el este. Desde 1889, el ferrocarril del Orient Express se extendía directamente hasta Constantinopla, y antes de la Primera Guerra Mundial, el sultán había aceptado un plan alemán para extenderlo desde Anatolia a Bagdad. Esto permitiría fortalecer el vínculo del Imperio otomano con la Europa industrializada, dando al mismo tiempo a Alemania un acceso más fácil a sus colonias africanas y a los mercados lucrativos de la India británica. Una de las razones por la cual Alemania deseaba que Rumania y Bulgaria se unieran a las Potencias Centrales fue precisamente para evitar una adhesión del Imperio otomano a la Triple Entente.
Otro elemento entró en juego en los cálculos estratégicos de Berlín. El Kaiser y su camarilla estaban convencidos de que con el fin de asestar un golpe decisivo contra Gran Bretaña, era necesario atacar a su imperio provocando la sublevación de la población musulmana de la India y Afganistán. El Kaiser creía que la Turquía musulmana sería un valioso aliado en este plan. Incluso antes del estallido de la guerra, furioso por las maniobras diplomáticas de Inglaterra y las propuestas de paz, parece que exclamó:
“¡Debe desenmascararse todo el complot, debemos quitar la máscara de disposición de paz cristiana que Inglaterra ha mostrado al mundo, y su hipócrita llamamiento a la paz! Y los cónsules en Turquía y la India, nuestros agentes y compañía, deben incitar al mundo mahometano en su conjunto a una salvaje rebelión contra esta odiada y mentirosa nación de comerciantes sin escrúpulos. Si hemos de luchar hasta la muerte, Inglaterra perderá al menos la India”.
Al principio, la alianza alemana se mantuvo en secreto. Existieron, sobre todo, fuertes divisiones en Constantinopla sobre esta cuestión. Es sabido que el Sultán Mehmet estaba en contra, ya que temía los efectos de una guerra sobre su frágil Imperio y pretendía mantenerse neutral. Su firma no figuraba en el acuerdo. Pero el verdadero poder en Constantinopla no estaba en sus manos, sino en las del oficial Enver Pachá.
Constantinopla estaba llena de agentes alemanes. El 5 de agosto de 1914, un día después de declarar la guerra a Alemania, el gobierno británico decidió requisar dos acorazados otomanos que se habían construido en los astilleros británicos. Como los barcos ya habían sido pagados por suscripción pública, la decisión provocó la furia de los turcos. Pocos días después, dos buques alemanes, el Goeben y el Breslau, que huían de las flotas francesa y británica pidieron paso por los estrechos de Constantinopla.
Una semana más tarde, los dos buques alemanes con sus tripulaciones, mínimamente ocultas bajo un fez turco en la cabeza, fueron transferidos a la Armada otomana y renombrados Yavuz Sultán Selim y Midilli. Los británicos se negaron a reconocer la transferencia a menos que la tripulación alemana fuera retirada, y que se atendiera su demanda de que se desbloqueara la entrada de la Royal Navy (la Armada británica) a los Dardanelos : una acción bélica que estaba abocada a provocar una reacción hostil.
A pesar de que el Imperio otomano permanecía aparentemente neutral en este punto, Enver Pachá se mostraba cada vez más impaciente y Berlín le presionaba para comenzar las hostilidades. Ocurrieron una serie de provocaciones. El comandante alemán de los buques Goeben y Breslau fue puesto al mando de la Armada otomana y a los tripulantes alemanes se les dio la responsabilidad de apuntalar las defensas costeras de la península de Gallipoli.
El Imperio otomano entró finalmente en guerra en octubre, cuando Enver Pachá, sin consultar con ninguno de sus colegas ministeriales, ordenó a la flota otomana, incluida la tripulación de los buques alemanes, atacar a los rusos en el Mar Negro. La flota llevó a cabo incursiones sorpresa en Theodosia, Novorossiysk, Odessa y Sebastopol, hundiendo un minador ruso, una cañonera y 14 barcos civiles.
El 2 de noviembre, Rusia declaró la guerra al Imperio otomano. Francia y el Imperio británico, aliados de guerra de Rusia, siguieron su ejemplo. Enver Pachá había logrado que el Imperio otomano entrara en la Primera Guerra Mundial del lado de las Potencias Centrales, Alemania y Austria-Hungría. El éxito del cumplimiento de su principal objetivo de guerra –la expansión Panturca en Asia Central y el Cáucaso en detrimento de Rusia, seria otra cuestión.
Guerra con Rusia
El zarismo ruso utilizó cínicamente las pequeñas nacionalidades oprimidas para sus propios fines expansionistas. Poco después de la entrada de Rusia en la guerra, Nicolás II emitió un comunicado dirigido a la población armenia del Imperio otomano, en el que decía:
“En todos los países los armenios se apresuran a entrar en las filas del glorioso ejército ruso, para servir con su sangre a la victoria del ejército ruso… Dejad que la bandera rusa ondee libremente a lo largo de los Dardanelos y el Bósforo, Liberad la voluntad del pueblo [armenio] del yugo turco. Dejad que el pueblo armenio de Turquía, que ha sufrido por la fe de Cristo, resucite a una nueva vida libre”.
El Zar de Rusia omitió mencionar que su régimen oprimía a otras pequeñas naciones tanto o más como los Pachás turcos a los armenios.
Los alemanes ejercieron fuertes presiones sobre Enver Pachá para lanzar un ataque terrestre contra Rusia. En diciembre de 1914, el ejército turco lanzó una ofensiva contra los rusos en el Cáucaso con un ejército de 100.000 soldados. El objetivo de atacar a Rusia en el Cáucaso era conquistar la ciudad de Bakú, con sus enormes reservas de petróleo. Enver Pachá insistió en la necesidad de una lucha frontal contra las posiciones rusas enclavadas en las montañas. Al principio, los rusos se alarmaron. Pero las duras condiciones del invierno pronto pasaron factura a los soldados turcos, la mayoría de ellos campesinos pobres de Anatolia.
Sin calzado ni ropas adecuados, muchos de ellos murieron pronto por congelación. Como resultado perdieron la vida 25.000 hombres, muchos de los cuales murieron en la nieve antes de que incluso tuvieran contacto con los rusos. Muchos otros desertaron. Los que se quedaron se encontraron con sus armas inservibles por las condiciones de frío extremo. Los montones de cadáveres turcos en las montañas, cuerpos con ojos abiertos, sirvieron de alimento a los perros hambrientos.
Los rusos, entonces, iniciaron una múltiple invasión del Imperio otomano desde el Cáucaso. El 6 de enero, el fuego ruso llegó al tercer Cuartel General del Ejército. Hafiz Hakki Pachá ordenó la retirada. El 7 de enero, las fuerzas restantes comenzaron su marcha hacia Erzurum. La Batalla de Sarikamish fue una derrota para los turcos que perdieron el 86% de sus fuerzas. Sólo el 10% del ejército logró replegarse a su posición inicial.
Esta fue una catástrofe militar y una humillación nacional de enormes proporciones. Como consecuencia, el arquitecto del desastre, Enver Pachá, necesitaba desesperadamente encontrar un chivo expiatorio para justificar su derrota y lo encontró en los armenios cristianos. Las unidades de voluntarios armenios desempeñaron un papel en el éxito de las fuerzas rusas, un hecho que fue utilizado por los círculos gobernantes en Constantinopla para atizar el odio contra la población armenia. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, dos millones de armenios vivían bajo el Imperio otomano. En 1922, había menos de 400.000. Los otros, aproximadamente 1,5 millones, habían perecido.
El genocidio armenio
Durante generaciones, el Imperio otomano permitió a las minorías de comunidades religiosas, como los cristianos armenios, mantener sus estructuras religiosas, sociales y jurídicas, aunque a menudo estaban sujetos a impuestos adicionales u otras medidas. Los armenios se concentraban mayoritariamente en Anatolia oriental, muchos de ellos eran comerciantes e industriales, y vivían notablemente mejor en muchos sentidos que sus vecinos turcos, la mayoría de los cuales era soldados o funcionarios de gobierno mal pagados y pequeños campesinos.
Como en el caso de los judíos, la relativa prosperidad de los armenios provocó la envidia de sus vecinos. El hecho de pertenecer a una religión diferente los hacía objeto de sospechas y resentimientos. Pero fue el estallido de la guerra lo que convirtió a estos elementos en una mezcla explosiva de odio y temor. Las derrotas del ejército turco en el frente caucásico echaron gasolina a las llamas del odio religioso y nacional. La propaganda oficial presentó a los armenios como agentes de los rusos y los culpó de los reveses militares.
Es cierto que hubo nacionalistas armenios que actuaron como guerrilleros y cooperaron con los rusos. De hecho, se apoderaron brevemente de la ciudad de Van en la primavera de 1915. Pero la gran mayoría de armenios no desempeñó ningún papel en ello. Básicamente deseaban que les dejaran vivir su vida en paz. Pero no pudo ser. Los Jóvenes Turcos iniciaron una campaña dirigida a retratar a los armenios como una especie de quinta columna, una amenaza para el Estado.
Los Jóvenes Turcos, nombrados ellos mismos, Comité de Unidad y Progreso, lanzaron una serie de medidas contra los armenios, incluyendo una ley que autorizaba a los militares y al gobierno a deportar a todos aquellos que “fueran vistos” como una amenaza a su seguridad. Más tarde, otra ley permitió la confiscación de bienes armenios “abandonados”. El 24 de abril de 1915 es la fecha fatal en la que varios cientos de intelectuales armenios fueron acorralados, detenidos y ejecutados posteriormente. Este fue el comienzo del genocidio armenio, una masacre que duró hasta 1917.
Los armenios poseedores de armas fueron obligados a entregarlas a las autoridades. Aquéllos en el ejército fueron desarmados y transferidos a batallones de trabajo donde fueron asesinados u obligados a trabajar hasta la muerte. Personas inocentes fueron ejecutadas y arrojadas a fosas comunes. Peor suerte aún corrieron esos hombres, mujeres y niños enviados a los campos de concentración, obligados a atravesar sin agua el tórrido desierto de Siria. Muchos de estos pobres individuos perecieron en el camino por una combinación de agotamiento, congelación e inanición, o bien fueron asesinados por los bandidos y las tropas turcas.
Hubo otras masacres de armenios en 1894, 1895, 1896, 1909 y se repitió otra vez entre 1920 y 1923. Pero por su alcance y crueldad ninguna se puede comparar a la gran masacre de 1915-17, tildada correctamente de genocidio. En su excelente libro, A peace to end all peace [NdT: no se ha traducido al español], David Fromkin describe el terrible destino de los armenios expulsados: “la violación y las palizas eran frecuentes. Aquellos que no murieron de inmediato fueron llevados por montañas y desiertos sin comida, agua ni refugio. Cientos de miles de armenios sucumbieron finalmente o fueron asesinados”.
Miles de enfermos y hambrientos, hombres, mujeres y niños, fueron conducidos a la muerte de esta manera. Los pocos y lamentables esqueletos humanos que lograron sobrevivir a la marcha de la muerte a través de las montañas hacia la Siria ocupada por Turquía no vivieron para contarlo. Las mujeres bonitas fueron entregadas a los soldados turcos para su diversión. Los otros murieron de hambre o fueron asesinados.
Estas terribles atrocidades fueron ampliamente documentadas en su día por diplomáticos occidentales, misioneros y otros, creando la indignación generalizada contra los turcos en el oeste durante la guerra. Aunque por entonces su aliado alemán guardó silencio, algunos oficiales militares y diplomáticos alemanes escribieron a Berlín expresando horror ante lo que estaba sucediendo. Más tarde, las autoridades turcas intentaron minimizar estos horrores describiéndolos como meros “abusos” cometidos por “algunos funcionarios”. Henry Morganthau Sr., embajador norteamericano en el Imperio otomano, escribió en sus memorias: “cuando las autoridades turcas daban las órdenes para aquellas deportaciones, estaban, sencillamente, dando una orden de muerte para toda una raza; esto lo sabían perfectamente, y en las conversaciones que mantuvieron conmigo, no hicieron ningún esfuerzo por ocultarlo”.
Tras la rendición del Imperio otomano en 1918, los tres Pachás huyeron a Alemania, donde recibieron protección. La resistencia armenia formó un grupo llamado Operación Némesis para perseguirlos. El 15 de marzo de 1921, en una calle de Berlín, uno de los Pachás fue asesinado de un tiro en la nuca a plena luz del día en presencia de testigos. El asesino declaró locura temporal provocada por los asesinatos en masa, y quedó absuelto por un jurado al que apenas le tomó poco más de una hora dictar el veredicto.
Winston Churchill y la aventura de Gallípoli
Con la guerra estancada en el frente occidental en 1915, las potencias aliadas estaban considerando ir a la ofensiva en otra región del conflicto, en lugar de continuar con los ataques en Bélgica y Francia. A principios de ese año, el Gran Duque Nicolás de Rusia hizo un llamamiento a Gran Bretaña para pedir ayuda en la lucha contra la invasión turca en el Cáucaso.
Enterados de esta petición, los imperialistas franceses exigieron inmediatamente que se les incluyera. Esto no fue un acto de heroísmo por su parte. París no deseaba ver a la marina británica controlando el Mediterráneo. Por otra parte, estaban extremadamente ansiosos por no quedarse fuera del reparto del botín cuando se dividieran Oriente Medio después de la guerra.
Finalmente, los británicos y los franceses decidieron lanzar una expedición naval para apoderarse de los Dardanelos, el estrecho paso que conecta el mar Egeo con el mar de Mármara en el noroeste de Turquía. De haber tenido éxito, hubiera permitido a los aliados unirse a los rusos en el Mar Negro, para derrotar juntos a Turquía en la guerra.
El más entusiasta defensor de esta campaña fue el primer lord del Almirantazgo británico, un ambicioso y joven político llamado Winston Churchill. Sin embargo, su plan se topó con la fuerte oposición del almirante John Fisher, jefe de la Armada británica, quien desconfiaba de Churchill y correctamente dudaba de su capacidad militar y naval. Pero el ego colosal de Churchill más que compensado por su falta de adiestramiento militar y experiencia impulsó el plan de todos modos.
Con su arrogancia característica, Churchill comenzó inmediatamente a interferir en los asuntos estratégicos y operativos. Su razonamiento era que, ya que el frente occidental estaba bloqueado, los aliados debían buscar un objetivo más débil. Y creyó que lo había encontrado en Turquía. Esta convicción condujo a una de las mayores catástrofes de la Primera Guerra Mundial. La conexión entre Alemania y Turquía no sólo representaba una amenaza para los territorios de la Rusia caucásica. También amenazaba a las comunicaciones de Gran Bretaña con la India vía el Canal de Suez.
Como fanático defensor del papel imperial de Gran Bretaña, Churchill vio la amenaza del Canal de Suez como una poderosa razón para atacar a Turquía. Además, si Turquía salía derrotada de la guerra, podría alterar el equilibrio de fuerzas en los Balcanes en detrimento de Austria y, por lo tanto, alterar el curso de la guerra. Todo parecía muy bien –sobre el papel. Pero la práctica resultó muy diferente.
No hace mucho tiempo, Winston Churchill fue destacado como la figura más importante de la historia británica. La razón es que en Gran Bretaña siempre se ha fomentado la idea de que fue un gran líder de guerra. Sin embargo, Churchill fue un oportunista y un aventurero, cuyo principal interés en la vida fue la auto-promoción. No tenía ninguna comprensión de la guerra y fue responsable de algunos de los mayores desastres militares de la Primera y Segunda Guerras Mundial. Pasó por alto el pequeño detalle de que el débil y decadente Imperio otomano contaba con el apoyo del poderoso imperialismo alemán. En verdad, [el plan del] “flanco débil” de Churchill resultó ser ciertamente una muy propuesta indigesta.
Comienza el ataque
El ataque de los Dardanelos comenzó el 19 de febrero de 1915 con un bombardeo masivo desde los buques de guerra británicos y franceses. Las fuerzas turcas abandonaron sus fuertes externos pero atacaron con fuego pesado los dragaminas de los aliados que se aproximaban, demorando el avance. El 18 de marzo, una fuerza anglo-francesa compuesta de 18 naves atacó los Dardanelos pero sufrió pérdidas importantes por el bombardeo turco, que hundió tres naves en un día y dañó severamente otras tres. Eran presa fácil de los cañones turcos costeros.
A pesar del hecho evidente de que el bombardeo naval anglo-francés había terminado en fracaso total, varias semanas más tarde comenzaron los preparativos para desplegar tropas de gran escala en la península de Gallipoli. Para llevar esto a cabo se desplegaron fuerzas de Australia, Nueva Zelanda y de las colonias francesas junto con las fuerzas británicas. Sin embargo, ya no contaban con el factor sorpresa y los turcos bajo el mando de oficiales alemanes experimentados habían tenido tiempo de sobra para fortalecer sus defensas y prepararse para el ataque.
El General Liman von Sanders colocó las tropas otomanas a lo largo de la costa donde se esperaba que se realizaría el desembarco. El 25 de abril, las tropas aliadas desembarcaron en cinco playas de la península de Gallípoli. Las tropas turcas los estaban esperando. Se volvió un infierno para las tropas. El bombardeo turco fue intenso. Muchos soldados aliados fueron derribados incluso antes de que consiguieran desembarcar. Bajo la lluvia fulminante de las ametralladoras turcas los hombres caían como maíz maduro bajo la mortal guadaña.
A pesar de sufrir fuertes bajas, las tropas australiana y neozelandesa consiguieron instalar dos cabezas de playa: en Helles, en el extremo sur de la península y, en Gaba Tepe, en la costa del mar Egeo. Éste posteriormente se denominaría Cueva de Anzac, en honor a los hombres que lucharon con valentía contra una decidida defensa turca. Sin embargo, los aliados no pudieron avanzar mucho más lejos del lugar inicial del desembarco, los oficiales aliados mostraron excesiva cautela en ordenar a los hombres cavar trincheras. Esta tardanza dio tiempo a los turcos para traer nuevas tropas y en mayor número desde Palestina y el Cáucaso. Con ambas partes incapaces de conseguir una ventaja decisiva, la situación se convirtió en otro empate sangriento.
Para romper el estancamiento, los aliados organizaron un nuevo desembarco de tropas el 6 de agosto, que tuvo lugar en la Bahía de Suvia, combinado con un avance hacia el norte desde la Cueva de Anzac hacia las colinas de Sari Bair, y una acción de distracción en el cabo Helles. Los desembarcos sorpresa en la bahía de Suvia avanzaron, encontrando poca oposición, pero las vacilaciones de los comandantes aliados desaceleraron su progreso, permitiendo a los otomanos llegar con refuerzos y reforzar sus defensas en las tres ubicaciones.
Los aliados habían subestimado gravemente las cualidades de combate de los soldados turcos, que estaban luchando en una guerra defensiva para defender su patria contra los invasores extranjeros. Estos campesinos uniformados lucharon como tigres a pesar de las fuertes bajas. Los aliados se vieron atrapados. Bajo una lluvia de balas y granadas, sufriendo los tormentos del calor, la sed y las moscas, y devastados por la malaria y la disentería, los aliados se aferraron desesperadamente, mientras que las fuerzas turcas sufrieron, incluso, una mayor tasa de mortalidad.
El frente de Gallipoli se convirtió en un estancamiento sangriento, igual que el frente occidental en Francia. El 19 de mayo los turcos lanzaron un ataque a gran escala para expulsar a los aliados de Gallípoli pero sufrieron fuertes bajas. El 6 de agosto, con la esperanza de romper el estancamiento en Gallipoli, los británicos renovaron la ofensiva. 20.000 tropas adicionales desembarcaron, pero su ataque fue obstaculizado por las pobres comunicaciones y los problemas logísticos. Los turcos, liderados por Mustafá Kemal, respondieron rápidamente con dos divisiones, emitiendo la famosa orden a sus tropas: “¡No os ordenamos atacar: os ordenamos morir!” El ataque británico llegó a un punto muerto otra vez.
Los soldados aliados sufrieron el tormento del calor, la sed, las moscas y las enfermedades. Fueron asesinados en gran número al quedar inmovilizados en la costa y sometidos a un constante bombardeo de proyectiles y fuego de ametralladoras. Con la llegada del invierno sufrieron el frío. En noviembre, fueron evacuadas 15.000 tropas de Anzac por congelación y exposición al frío. Con un número de bajas aliadas cada vez mayor, el comandante británico Hamilton, alentado por Churchill, solicitó al Secretario de guerra Kitchener el envío de 95.000 refuerzos. Pero los hombres de Londres ya empezaban a dudar del éxito de la aventura de Gallipoli y le ofrecieron apenas un cuarto de esa cifra. La empresa ya estaba condenada al fracaso.
Decisión de evacuar Gallípoli
A mediados de octubre no había mejorado la situación de los aliados. La idea de una evacuación estaba en el aire, pero Hamilton (respaldado, naturalmente, por Churchill) tercamente se oponía a la retirada, argumentando que las bajas por la evacuación se preveían en un 50%. Londres no cedió y Hamilton dimitió posteriormente. Su sustituto, Sir Charles Monro, echó un vistazo a la situación y propuso que los 105.000 soldados aliados restantes debían ser evacuados. La evacuación comenzó desde la Bahía de Suvia el 7 de diciembre de 1915 y las últimas tropas abandonaron el cabo Helles el 9 de enero de 1916. Es una ironía que el episodio más exitoso en toda la campaña fuera la evacuación. Contrariamente a las advertencias calamitosas de Hamilton, los turcos no intentaron matar a los soldados en retirada. Estaban sencillamente aliviados de verlos partir.
La campaña de Gallípoli terminó en una derrota humillante para los aliados. De los 500.000 soldados que participaron en la campaña, más de un tercio fueron asesinados o heridos. Las pérdidas en el lado turco fueron aún más importantes. Pero para los turcos fue una gran victoria nacional. Masas de personas bailaron y cantaron en las calles de Constantinopla. Ocho años más tarde, el hombre que condujo las tropas turcas hacia la victoria se situó a la cabeza de la nueva nación llamada Turquía, que emergió de las cenizas del Imperio otomano. Pasó a ser conocido por la historia como Kemal Atatürk (el padre de los turcos)
Winston Churchill renunció a su puesto como primer lord del Almirantazgo como consecuencia de su responsabilidad por la desastrosa campaña de los Dardanelos, y se reincorporó al ejército como comandante de batallón. Perdió su puesto. Pero los soldados que envió a la muerte perdieron mucho más. En total, unos 480.000 soldados aliados tomaron parte en la campaña de Gallipoli, que se cobró más de 250.000 víctimas, incluyendo unos 46.000 muertos. En el lado turco, también se estima que la campaña se cobró unas 250.000 bajas, con 65.000 muertos. Al final, el total de víctimas aliadas en todos los frentes otomanos ascendió a 650.000 hombres. Las bajas totales otomanas fueron 725.000 (325.000 muertos y 400.000 heridos).
Cuando por fin terminó la guerra, el Imperio otomano se dividió entre los vencedores, Gran Bretaña y Francia se quedaron con la parte del león. Gran Bretaña se quedó con Irak y sus pozos de petróleo, mientras que Francia se hizo con Siria y el Líbano. Lo que quedó es lo que conocemos hoy como Turquía. Durante la guerra, los británicos habían prometido Palestina a los judíos y a los árabes. Al final, ninguno de ellos obtuvo nada y Palestina quedó bajo el control del imperialismo británico. Hoy, todavía estamos viviendo con las consecuencias.
20 de marzo 2015