La opresión hacia la mujer en México y cómo derribarla

Claudia Sheinbaum llegó al Ejecutivo en octubre del año pasado con un respaldo popular sin precedentes. Entre las causas están la brutal aprobación del gobierno de AMLO –el pilar del proyecto que ella asume–, la carencia política de alternativas electorales y su promesa de expandir las políticas de la 4T. Y aunque uno de los mayores reproches que se dirigieron al gobierno de AMLO fueron precisamente las cuentas sin saldar en las cuestiones de género, la presidenta proyectó su triunfo en las urnas como una victoria histórica de las mujeres y prueba en sí misma del avance político y moral de la sociedad mexicana y de su partido.

Desde la revelación de su candidatura, Sheinbaum insistió en su compromiso hacia las mujeres de México y en su discurso hacia el público puso énfasis en su condición de género como un elemento que legitimaba su autoridad y su programa de gobierno. El lema de “es tiempo de mujeres” alude precisamente a ello: a su victoria como el hito que marca el resquebrajamiento de la exclusión histórica de las mujeres de este país.

“Es tiempo de mujeres”

Las condiciones de vida que atestiguan las mujeres hoy en México demuestran que los motivos que impulsaron las inmensas y combativas movilizaciones de mujeres durante 2019 no han desaparecido. Los casos de Ingrid, Fátima, Jessica y Bianca, en 2020, Debanhi, en 2022, Ana María y Déborah, en 2023, Kimberly, Bertha, Melany y Camila, en 2024, y doña Candy, en 2025, son su prueba más visible.

En términos generales, la cantidad de feminicidios tampoco se ha reducido significativamente en los últimos años: En el 2018, año en el que AMLO comenzó su mandato, se registraron 898 feminicidios en México; al año siguiente –2019– fueron 944. El año que siguió, la tendencia a la alza continuó, con 947 casos registrados. En el 2021 la estadística llegó a 981; en el 2022 la cifra tuvo una ligera baja, a 959, mientras que en el 2023 el año cerró con una baja a 832 eventos (Tapia, 2024). De hecho, el 2021 es reconocido como el año más violento hacia las mujeres en la historia (Carrasco, 2022).

Los feminicidios son la más barbárica expresión de la violencia hacia las mujeres, mas no la única. Lastimosamente, las estadísticas señalaron que, en 2021, las violencias psicológica, económica y/o discriminación física y sexual también fueron en aumento (INEGI, 2021).

Por otro lado, si bien los avances en la dignificación del ejercicio del aborto no deben ser enteramente descalificados, lo cierto es que lejos estamos de poder decir que en México su acceso sea generalmente libre, seguro y gratuito para las mujeres trabajadoras y sus hijas (Otero, 2024). En 2023, el aborto fue despenalizado a nivel federal. Sin embargo, éste no ha sido eliminado de los códigos penales de doce estados, además de que en aquellos en los que se ha despenalizado, esto es permitido tan sólo hasta las primeras 12 semanas de gestación.

Más aún: hace tan solo unos meses, el Congreso de Aguascalientes aprobó una reforma a la constitución local, que reduce el plazo para acceder a un aborto, de 12 a 6 semanas (Consejo Nacional de Población, 2024). El gobierno federal  puede condenar moralmente esta decisión, genuinamente incluso, pero la mera posibilidad de que ocurra este retroceso revela el hecho de que las reformas no son ni jamás serán una garantía definitiva para la clase trabajadora. Vemos la facilidad con la que, en el mismo sexenio en el que se han implementado reformas para concederle a la clase trabajadora los derechos que ha exigido y que ganó a través de la lucha y la negociación, estos pueden ser arrebatados.

Ante este panorama, debemos oponernos a detener o diluir nuestra lucha con tal de depositar nuestra confianza en un líder carismático que oxigena nuestras condiciones por unos meses o años. Debemos evitar confundir los logros inmediatos con pruebas de que la estructura que nos oprime está cambiando, porque en el fondo no es así. Bajo el capitalismo, los logros para la clase trabajadora son de carácter relativo, temporal y limitado, y el compromiso con los pobres, las mujeres o los niños jamás se pondrá por encima de los intereses del capital. ¿Cómo se evidencia lo anterior? Veamos.

Por la lucha organizada de mujeres como clase trabajadora

Como marxistas, no negamos la existencia de la violencia de género ni consideramos secundarias o irrelevantes las formas particulares en las que nuestras sociedades marginan, violentan y explotan a las mujeres. Esta realidad no elimina el hecho de que el yugo que nos atraviesa inescapablemente es el rol que ocupamos como personas desposeídas de los medios de producción y sujetas a merced de las ambiciones de la minoría capitalista, responsables de la economía y la política de muerte que tienen al mundo de cabeza.

El hecho de que en las últimas décadas nuestras sociedades hayan demostrado que el privilegio de estar al frente de los aparatos más poderosos no es privativo de los hombres, que hay un espacio en la mesa de la explotación para un selecto número de mujeres, demuestra lo absurdo que es cantar victoria tan sólo porque es una presidenta aquella que negocia la vía más conveniente de satisfacer los intereses del capital nacional e internacional.

Nuestra postura no es que las mujeres no deberían ejercer roles que les permitan ser parte de la toma de decisiones de su comunidad, sino que no hay nada de revolucionario detrás de que una persona, sin importar su género o su agenda política, ocupe los mismos aparatos que el Estado burgués ha diseñado para reprimir y contenernos. Esto, además, mientras se pretende convencer a la clase trabajadora de que dichos aparatos son en realidad instrumentos de democracia e igualdad, confundiendo su entendimiento sobre el origen de su opresión y la vía para derribarla, en aras de mantener al agonizante régimen capitalista.

Las y los camaradas de la Internacional Comunista Revolucionaria nos oponemos a toda opresión y luchamos por su término, pero distinguimos la forma en la que los políticos de la clase dominante instrumentalizan esta dimensión de la opresión para promover la división de la clase trabajadora en líneas identitarias, y que pueden estancarse con luchas innecesarias y así dejar intactos los intereses de la clase que los explota (“divide y vencerás”).

La opresión de la mujer no cesará mediante reformas, pues no se origina de la maldad de individuos, sino de condiciones económicas y sociales más profundas. Si acaso, ésta puede ser temporalmente disminuida, pero mientras su fundamento económico persista, detener la lucha organizada, combativa y formada, de mujeres contra la opresión, en espera de iniciativas legales, mesas de diálogo eternas y de acuerdo con lo convincente que nos parezca la mandataria en curso, sólo alarga nuestro sufrimiento sin garantía alguna.

Se ha dicho que a los hombres no les interesa ni les interesará acabar con la opresión de la mujer porque ésta los beneficia y, por consiguiente, sólo podemos confiar en que otras mujeres sean quienes defiendan nuestros intereses. Pero nosotros no podemos confiar en que los elementos burgueses y pequeñoburgueses vayan a luchar por las reivindicaciones de las mujeres obreras, ya que en última instancia sus intereses no coinciden con los nuestros, siendo mutuamente antagónicos (ICR, 2024). Como afirmó Rosa Luxemburgo: “el género nos une, pero la clase nos separa”.

Nuestra lucha es contra el capitalismo en sí. Vencer al primer –mas no único– gran obstáculo para nuestra emancipación no puede ser logrado sino a través de la unidad obrera, de la lucha frontal y solidaria de todos los oprimidos. Por lo anterior, aislar a nuestros compañeros de clase es un despropósito gigante. Y más aún, hay que entender que la atomización y el aislamiento de los miembros de la clase trabajadora por líneas identitarias ha sido una estrategia históricamente promovida por el establishment para debilitar la lucha por nuestra liberación; por siglos, las minorías privilegiadas han incentivado la segmentación y confrontación del proletariado, dibujando en la conciencia de la gente a un enemigo interno que amenaza con privarlos de sus derechos o libertades.

Es a entendidas de dónde se concentra nuestra opresión y contra qué fuerzas debemos luchar para desintegrarla que las comunistas vemos quiénes son nuestros aliados: todo aquel que esté dispuesto a luchar decididamente contra este régimen que nos exprime hasta los huesos y nos escupe cuando no podemos darle más, a través de un aparato revolucionario de masas. Y luego, cuando el poder esté en manos de la mayoría, que trabajen junto a nosotras para construir una sociedad en la que nuestra opresión no tenga cabida.

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