Comienza la invasión israelí del Líbano: ¡lucha contra la guerra, lucha contra el imperialismo!

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En las primeras horas del 1 de octubre, el ejército israelí cruzó la frontera del Líbano e inició una invasión terrestre del país, tras dos semanas de intensos ataques aéreos. Se trata de una guerra totalmente reaccionaria, respaldada y financiada por el imperialismo estadounidense y occidental, que amenaza con sumir a todo Oriente Próximo en una guerra abierta, que podría durar años y dejar tras de sí un sufrimiento atroz.

Como era de esperar, Estados Unidos apoya plenamente la invasión israelí. A pesar de sus protestas de que quería un alto el fuego, Israel sabía que Washington se pondría de su lado. Un portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca declaró que la invasión estaba «en consonancia con el derecho de Israel a defender a sus ciudadanos y devolver con seguridad a los civiles a sus hogares. Apoyamos el derecho de Israel a defenderse de Hezbolá y de todos los grupos terroristas respaldados por Irán.»

Aquí vemos la asquerosa hipocresía y el doble rasero del llamado «orden basado en normas». Cuando Rusia invadió Ucrania hace dos años y medio, hubo un coro de condenas, un clamor de indignación sobre la «inviolabilidad de las fronteras nacionales», denunciando una «agresión contra un país soberano», que iba en contra del «derecho internacional».

Parece que tan nobles principios no se aplican a «nuestro bando». En este caso, una violación inaceptable de la soberanía nacional se convierte en una «incursión limitada» conforme al «derecho de legítima defensa». ¿Dónde está el derecho de autodefensa de los palestinos, que han visto Gaza arrasada, decenas de miles de muertos y cientos de miles de desplazados y hambrientos? ¿Dónde está el derecho a la autodefensa de Líbano, donde ya han muerto más personas por la agresión israelí que en la invasión israelí de 2006 y donde ya se ha desplazado a un millón de personas?

No sólo estamos asistiendo a una invasión del Líbano. En las últimas 24 horas, Israel ha atacado objetivos en Yemen y Siria, además de continuar la asesina campaña genocida contra los palestinos tanto en Gaza como en Cisjordania.

Como siempre ocurre con la guerra imperialista, los objetivos declarados (la protección de la población israelí cercana a la frontera norte) poco o nada tienen que ver con los objetivos reales del agresor sionista.

A Netanyahu no le importan los ciudadanos del norte más de lo que le importa la suerte de los rehenes de Gaza. Si le importaran, no habría saboteado deliberadamente el acuerdo que podría haber allanado el camino para la liberación de los rehenes y podría haber establecido las condiciones para poner fin a los ataques con cohetes de Hezbolá sobre la frontera.

Está claro para cualquiera que tenga ojos para ver que el principal objetivo del primer ministro israelí Netanyahu es su propia supervivencia política. Al no haber logrado ninguno de los objetivos de guerra declarados en la invasión asesina de Gaza tras un año de matanzas y destrucción (liberar a los rehenes, destruir a Hamás), su popularidad cayó en picado a medida que sectores cada vez más amplios de la opinión pública israelí se oponían a su liderazgo.

Necesitaba recuperar terreno por todos los medios. Su destitución, ya fuera durante la guerra o mediante elecciones al final de la misma, significaría su procesamiento y quizá incluso su encarcelamiento. Calculó que una campaña contra Líbano le serviría para evitar tal desenlace.

De hecho, la clase dirigente israelí ha estado preparando una guerra contra Líbano desde su humillante retirada al final de la invasión de 2006. Evidentemente, había acumulado una gran cantidad de inteligencia e información sobre Hezbolá, lo que le permitió actuar con decisión en las primeras fases del ataque. Utilizando métodos terroristas, consiguió eliminar a toda una capa de la cúpula dirigente de Hezbolá, obviando el hecho de que en el proceso también mató a cientos de civiles.

Los cálculos de Netanyahu también incluyen otro factor. Al lanzar constantes provocaciones contra Irán, principalmente el asesinato del líder de Hamás, Haniyeh, en Teherán, Israel espera embrollar a la República Islámica a un conflicto abierto con Israel, en el que Estados Unidos se vería obligado a intervenir para defender al Estado sionista.

Una guerra regional causaría una destrucción y una pérdida de vidas impensables, pero en la mente de Netanyahu, todo eso es un precio que merece la pena pagar para salvar su propio pellejo.

Los contornos de tal conflicto ya pueden verse. Los hutíes yemeníes intensificaron sus ataques y amenazaron con atacar las plataformas petrolíferas y de gas de Israel en el Mediterráneo. En Irak, la base estadounidense Victoria en el aeropuerto de Bagdad fue atacada con cuatro cohetes. Israel llevó a cabo ataques aéreos contra Siria. Estados Unidos ha ordenado el envío de más tropas a la región para «reforzar su postura defensiva».

Se ha especulado mucho sobre la naturaleza y la fuerza de la respuesta iraní a las provocaciones israelíes.

El régimen iraní se encuentra en una posición difícil. Enfrentado a una creciente oposición interna, toda su trayectoria en los últimos tiempos ha consistido en intentar llegar a un acuerdo con Occidente, que necesita para levantar las sanciones y restablecer cierto equilibrio económico.

Al mismo tiempo, ha establecido estrechas alianzas con una serie de grupos armados de la región (en Palestina, Líbano, Yemen, Irak, Siria), extendiendo su influencia y creando un escudo protector contra su principal enemigo regional, Israel. Este está siendo ahora atacado por Israel. Si Irán no responde, su influencia regional se verá gravemente dañada. El objetivo último de Israel es destruir la capacidad nuclear y militar de Irán. Ningún régimen de Irán puede permitir que eso suceda sin una respuesta si quiere permanecer en el poder.

Se plantea la cuestión de cómo es posible que el destino de Oriente Próximo se haya enredado tanto con los cálculos personales de un solo individuo. De hecho, por mucho que los caprichos personales de Netanyahu desempeñen un papel decisivo en estos acontecimientos, son a su vez un reflejo de procesos subyacentes que se han ido acumulando durante un periodo de tiempo.

Tenemos el conflicto en las relaciones mundiales entre Estados Unidos, por un lado, y China y Rusia, por otro. El primero es la primera potencia imperialista del mundo, pero está en declive relativo  (con mucho énfasis en el carácter relativo de este declive). Derrotado en Irak y Afganistán, incapaz de intervenir decisivamente en la guerra civil siria y habiendo defraudado a sus aliados más fiables durante la revolución árabe, Estados Unidos ya no tiene la misma influencia que antes en Oriente Próximo y sólo cuenta con un aliado estable, Israel.

Hemos visto cómo se ha desarrollado esta relación en el último año. Washington no quiere que Israel destruya completamente Gaza, no por consideraciones humanitarias, sino porque teme que las brutales acciones de Israel provoquen la desestabilización revolucionaria de los regímenes árabes de Jordania, Egipto y otros, de los que también depende Estados Unidos. 

Washington no es partidario de enredarse directamente en una guerra regional, no porque le preocupen las vidas de los habitantes de Oriente Próximo (después de todo, ya ha matado a cientos de miles de ellos en los últimos 20 años), sino más bien porque le resultaría costoso (en términos de financiación y de personal) en un momento en el que ya está inmerso en una guerra perdida en Ucrania y le distraería de hacer frente a su principal rival, China.

Pero todas estas consideraciones se ven superadas por el hecho de que, a fin de cuentas, Israel es el aliado más fiable de Estados Unidos en la región y no puede permitir que fracase. En ocasiones, Biden ha criticado ligeramente a Netanyahu, ha intentado basarse en Gantz en su contra e incluso ha amenazado con retener ciertos suministros militares. Pero al fin y al cabo en todo momento ha respaldado plenamente a Israel.

La relación real no es la que se presenta en los medios de comunicación: la de un presidente enfermizo que tiene las manos atadas y acaba respaldando a Israel a regañadientes. El diez por ciento del presupuesto militar anual de Israel está financiado por Estados Unidos. Además, en tiempos de guerra, EEUU está dispuesto a soltar miles de millones más, como el paquete de 8.000 millones de dólares concedido a principios de este año.

i Estados Unidos retirara las licencias de armas, el ejército israelí se quedaría sin armas, o con pocas, y sin munición. El Estado sionista no tendría todos los recursos que necesita para llevar a cabo sus reaccionarias guerras asesinas de agresión si no fuera por la financiación y los suministros que recibe puntualmente de EEUU.

Esta es la palanca que Biden no está dispuesto a utilizar. Por el contrario, desde el principio ha ofrecido un apoyo invulnerable a Israel. Netanyahu es plenamente consciente de este hecho. Quizás Biden pensó que ésta era la mejor manera de ponerse en posición de influir o frenar a Netanyahu. Lo que pasó en la práctica ha sido justo  lo contrario. Seguro de que Biden se vería obligado a respaldarle, Bibi procedió a llevar a cabo las acciones que mejor convenían a sus propios intereses, con total desprecio de los intereses de Washington.

Mientras tanto, Rusia desempeñó un papel decisivo en la guerra civil siria, manteniendo a su aliado Assad en el poder, al tiempo que equilibraba a las diferentes potencias regionales implicadas (Turquía, Arabia Saudí, Qatar, etc.). China también intervino para mediar en un acuerdo de paz entre Irán y Arabia Saudí pasando completamente por alto a Estados Unidos, algo que habría sido impensable hace sólo 20 años.

Mientras se desarrollaban estos procesos, Washington presionaba para que se completaran los Acuerdos de Abraham, lo que conduciría a la «normalización» de las relaciones entre Israel y sus vecinos árabes. El proceso había llegado muy lejos y la última pieza del rompecabezas, Arabia Saudí, parecía estar encajando. Hace un año, en la Asamblea General de la ONU, Netanyahu mostró un mapa de lo que describió como «el nuevo Oriente Medio» en el que aparecía Israel comerciando con Jordania, Arabia Saudí y los Estados del Golfo, Egipto y Sudán. El mapa había borrado por completo los Territorios Ocupados.

El mensaje era claro. La «normalización» significaba dar vía libre a Israel para completar finalmente la anexión de Palestina. Esta fue una de las principales razones del ataque de Hamás el 7 de octubre de 2023.

El objetivo general de la clase dominante israelí es debilitar o inutilizar a su principal rival en la región: Irán. Saben que para ello necesitan el respaldo de Estados Unidos. En esto coinciden los intereses generales de la clase dominante y los intereses personales de Netanyahu. Los que se opusieron al sabotaje de Netanyahu del acuerdo sobre los rehenes en Gaza, lo hicieron precisamente porque querían concentrarse en la guerra contra el Líbano.

La posición de los comunistas revolucionarios en este conflicto es clara. Estamos con los oprimidos contra los opresores. Estamos contra el Estado imperialista reaccionario de Israel y con los palestinos oprimidos, y ahora con los libaneses, que están sufriendo una brutal agresión militar. Apoyamos su derecho a defenderse.

Los comunistas revolucionarios declaramos abiertamente que la paz en Oriente Medio no se conseguirá con apelaciones a los gobiernos ni con la mediación de las instituciones internacionales (que no hacen sino reflejar el equilibrio de fuerzas entre las distintas potencias imperialistas). La presencia de fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU (FINUL) en la frontera no ha impedido la invasión israelí del Líbano. En cualquier caso, una paz imperialista sería simplemente el interludio previo  a una nueva guerra reaccionaria.

Sólo el derrocamiento de la reaccionaria clase dominante sionista de Israel y el derrocamiento de las reaccionarias clases dominantes de todos los demás regímenes de la región (Jordania, Egipto, Turquía, Arabia Saudí, etc.), pueden conducir a una paz genuina, que sólo puede basarse en el fin de la opresión nacional del pueblo palestino.

Nuestra principal tarea en Occidente es luchar contra nuestros propios gobiernos imperialistas belicistas, que están cubiertos de la sangre del pueblo de Gaza.

La lucha contra la guerra imperialista es la lucha contra el podrido sistema capitalista que la engendra. Si querés la paz, luchá por el socialismo.

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