Estados Unidos: La condena a Trump demuestra que el caos y la inestabilidad son la nueva normalidad

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El jueves 30 de mayo, Donald Trump fue condenado por 34 cargos de falsificación de registros comerciales para influir en las elecciones de 2016. Fuera del tribunal de Manhattan, el republicano denunció el juicio: «Ha sido un juicio amañado, una vergüenza». En contra del veredicto del jurado, Trump se declaró no solo inocente, sino «muy inocente». A pesar de estas protestas, ha vuelto a hacer historia, esta vez al convertirse en el primer presidente estadounidense condenado por un delito grave.

La campaña del demócrata Joe Biden resumió el veredicto de esta manera: «Hoy en Nueva York hemos visto que nadie está por encima de la ley». Un coro de liberales se le unió cantando hipócritas himnos al sagrado principio de «igualdad ante la ley». No es posible tomarse en serio semejantes piedades, dado el desfile de pícaros y réprobos que precedieron a Trump. Entre ellos, el «co-conspirador no acusado» Richard Nixon, y Bill Clinton, cuya defensa contra las acusaciones de perjurio descansó famosamente en la definición de la palabra «es».

En realidad, la «igualdad ante la ley» es un cuento de hadas diseñado para adormecer a la clase trabajadora, haciéndole creer que se puede hacer que el sistema funcione para ellos. Así, aunque Trump sea el primer delincuente presidencial, no es el primer criminal que ocupa la Casa Blanca. El propio Biden es un cómplice voluntario en la masacre genocida de Israel en Gaza, que ha matado al menos a 36.000 personas y contando.

Históricamente, los presidentes podían contar con que el «sistema judicial» pasaría por alto sus crímenes. Mientras pusieran los intereses de la clase dominante en su conjunto por encima de los suyos propios, serían absueltos de alguna que otra agresión sexual o asesinato en masa. Donald Trump es diferente. La clase dominante anhela la estabilidad política, pero su presidencia fue un torbellino caótico. Violó conscientemente muchas de las «normas» de la política capitalista. La clase dominante necesita darle un escarmiento como advertencia para futuros disidentes políticos.

Que lo consigan está en duda. En un reciente sondeo de opinión, el 67 por ciento de los votantes dijo que un veredicto de culpabilidad no afectaría a su voto en noviembre. Sólo el 17 por ciento dijo que una condena les haría menos propensos a votar a Trump. A pesar de la amplia cobertura de los medios de comunicación capitalistas de los múltiples problemas legales de Donald, la mayoría de los estadounidenses siguen obstinadamente centrados en trivialidades como el aumento de los precios de los alimentos y la vivienda y el derramamiento de sangre en Gaza, en lugar de las cuestiones de peso en torno a los pagos de Trump a una actriz de cine para adultos.

Independientemente de su efecto en la carrera de 2024, el veredicto es el último indicio de que la agitación y la inestabilidad son la nueva normalidad para el capitalismo estadounidense. La última media década fue testigo de la crisis de Covid, el levantamiento de Black Lifes Matter, los disturbios del 6 de enero, una profunda recesión y una inflación disparada. Ahora los estadounidenses tienen la oportunidad de ver a un delincuente convicto presentarse a la presidencia, y posiblemente ganarla.

Esto sólo puede acelerar el declive de la fe en las otrora augustas instituciones construidas durante siglos para asegurar y defender el dominio capitalista. Una encuesta de Gallup de 2023 reveló que sólo el 17% de los estadounidenses tiene «mucha o bastante confianza» en el sistema de justicia penal. Los ataques de Trump y los republicanos contra el sistema judicial no harán sino desacreditarlo aún más.

Trump era un delincuente empedernido mucho antes de ver el interior de un juzgado. Si realmente existiera la «igualdad ante la ley», habría acumulado un considerable historial delictivo durante su medio siglo como terrateniente capitalista y estafador. En realidad, el poder judicial y otras instituciones del dominio burgués no están amañados contra Trump, sino contra los trabajadores, que son cada vez más conscientes de esta verdad.

Dos años antes de que la revolución de octubre derrocara al capitalismo y al zarismo en Rusia, Lenin escribió:

“Es indiscutible que una revolución es imposible sin una situación revolucionaria… cuando es imposible para las clases dominantes mantener su dominio sin ningún cambio; cuando hay… una crisis en la política de la clase dominante, que conduce a una fisura a través de la cual estallan el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que se produzca una revolución, normalmente no basta con que «las clases bajas no quieran» vivir a la vieja usanza; también es necesario que «las clases altas no puedan» vivir a la vieja usanza.”

Un delincuente encabezando la candidatura de un importante partido capitalista no puede considerarse que se «viva a la vieja usanza.» La condena de Trump es otro paso hacia el próximo enfrentamiento revolucionario entre capitalistas y trabajadores. En esta lucha, los trabajadores no solo acabarán con la explotación y la opresión, sino que también llevarán a todos los criminales capitalistas ante la justicia y sustituirán la locura del capitalismo por la cordura de un estado obrero y el socialismo.