La crisis de deuda que vive Argentina no es otra cosa que una manifestación de la crisis del capitalismo argentino, que se enmarca dentro de la crisis orgánica del capitalismo a nivel mundial. Las cantidades siderales de divisas que el país debe generar para pagar la deuda son uno de los factores centrales que generan escasez de dólares y, por ende, la devaluación del peso, que en la práctica implica un desplome del salario.
El dato de inflación de marzo se ubicó en un 7,7%, mientras que los alimentos y bebidas tuvieron un salto de 9,3% mensual. La inflación acumuló un alza de 21,7% en el primer trimestre y la acumulación interanual está en 104,3%, lo cual no da tregua a las mesas de las familias obreras. El hambre y la pobreza golpean a más de 18,6 millones de trabajadores y trabajadoras.
El programa del Frente de Todos, avalado por el FMI, no es otra cosa que una confiscación abierta a los ingresos de los trabajadores, ocupados o desocupados, en beneficio del capital.
Las recientes subas de tarifas en servicios y transporte se explican porque el FMI viene exigiendo reducir el monto de los subsidios.
El dólar agro, impulsado por Massa, no es otra cosa que un dólar diferencial de $300 que beneficia a los capitalistas del agronegocio, pero que, como estamos viendo en la práctica, encarece aún más la canasta alimentaria debido a que los mismos empresarios empujan los precios internos hacia los precios de este dólar preferencial, acelerando el efecto inflacionario, ya que el 40% de los productos que componen la canasta básica se ven alcanzados de manera directa por el Programa de Incremento Exportador.
A su vez, los empresarios salen a recomprar dólares paralelos con parte de esos “beneficios”, impulsando las cotizaciones hacia arriba, como vemos en las últimas horas. Los “precios Justos” o “cuidados” han quedado pulverizados, como no podía ser de otra manera. No se puede controlar lo que no se posee. Cualquier medida en el sentido de intentar regular el capitalismo es fácilmente burlada por empresarios, banqueros y terratenientes. Expresa la utópica idea de querer reformar lo irreformable.
La devaluación, que beneficia a los capitalistas, los tarifazos que trasladan al costo cada vez mayor de la energía sobre las espaldas de los de abajo, el dólar preferencial a los empresarios importadores, la suba de tasas a favor de los banqueros (que a su vez intenta garantizar el funcionamiento del Estado) y todo este tipo de medidas que se llevan a favor del capital, bajo el argumento de que es necesario ordenar la macroeconomía, implican en términos concretos un empobrecimiento general de la clase trabajadora.
Este plan no solo viene complicando la candidatura de Sergio Massa, que ve ante sus ojos derrumbarse sus posibilidades como presidenciable, sino que viene poniendo en alerta a distintas facciones de la clase dominante que se expresan a través de las internas que recorren tanto a la coalición oficialista como opositora.
En la Conferencia de Llao Llao, los principales empresarios del país imprimen sus exigencias a la dirigencia política, pero también hablan del temor a un estallido social y de evitar situaciones de desborde.
La clase dominante, si bien es una clase homogénea, suele también tener intereses distintos y contrapuestos que en este caso salen a la luz a través de la atomización de partidos y candidatos. Las presiones por una fuerte devaluación se intensifican en un año electoral y las maneras de llevar adelante el ajuste que exige la crisis del capitalismo argentino van siendo esbozadas por la dirigencia política. Un sector vinculado a Macri y Bullrich habla de “demoler” y “dinamitar” todo, y de que “el liderazgo se tiene que bancar gente en la calle y muertos”.
El Larretismo, a su vez, se presenta como una variante moderada del Macrismo que seduce a una parte del empresariado y busca llevar adelante el ajuste sin las calles regadas de sangre y muertos, entendiendo que existe cierto margen de maniobra.
Por su parte, el embajador norteamericano plantea la idea de un gobierno de “unión nacional” entre oficialismo y oposición que excluya al kirchnerismo.
La dirigencia del peronismo, que se recuesta en CFK, intenta mostrar que hay posibilidad de una mejor negociación con el FMI a la espera de lograr algún crecimiento económico que pueda ser redistribuido, algo que por cierto no tiene asidero en la realidad, ya que el propio fondo rebajó las perspectivas económicas, proyectando un crecimiento casi nulo, un 0,2% en 2023.
Vemos aquí que existen diferencias entre los distintos actores económicos que dominan la política del país, pero el hilo conductor es intentar sostener la gobernabilidad mientras pasa el ajuste.
Esta situación algo nos deja claro: el ajuste llegó para quedarse, los distintos partidos solo discuten la manera de aplicarlo.
La dirigencia del FITU aparece en este escenario adaptada al posibilismo y al electoralismo que se expresa en la lucha por conquistar espacios institucionales como un fin en sí mismo, alejándolo de vertebrar cotidianamente a la clase obrera en la lucha contra el Estado burgués por la toma del poder. Esta es una línea para la derrota; lo que necesitamos es una izquierda vinculada sin ambigüedades a la idea del poder obrero y la revolución.
La insolvencia absoluta del Estado pone en un callejón oscuro a los partidos del régimen, porque la clase dominante no puede restablecer el equilibrio económico sin poner en riesgo el equilibrio social y político. Es en este contexto que los medios comienzan a instalar el tema de la dolarización a través de Milei, pensando en la necesidad de aplicar una política de shock si la lucha de clases se agudiza como producto del mazazo inflacionario que podría desatarse.
La apertura de un proceso hiperinflacionario amenaza con acelerar la situación de miseria y pobreza y romper el delicado equilibrio inestable que recorre al régimen político argentino.
Ante esta situación, es necesario potenciar en las fábricas, los lugares de trabajo, los barrios, las universidades y las escuelas, organismos de autoorganización que ayuden a superar, a través de la discusión y la acción, el escollo de las mediaciones políticas y sindicales responsables de la caída estruendosa del salario y el crecimiento exponencial del trabajo precario.
Los trabajadores y trabajadoras debemos acumular todo el poder en nuestras manos para aplastar el ajuste de los banqueros y los capitalistas a través de la huelga general, la ocupación de fábrica y la movilización para avanzar hacia un régimen de democracia obrera. Poner fin al ajuste pasa por poner fin a la dominación política de la burguesía. Las luchas inmediatas por pan, salud, aumentos salariales, trabajo y por una huelga general deben ir entrelazadas con la necesidad de tomar el poder y derribar el capitalismo.