Hablar mucho de nada: ¿“Narrativa de izquierdas” o lucha de clases?

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“La izquierda necesita una nueva narrativa”. Esa es la idea que se ha apoderado de las mentes de muchos en la izquierda en todo el mundo hoy, cuando se intenta construir alternativas a los partidos burgueses dominantes. ¿Cuál es el fundamento que subyace tras esta idea de una “nueva narrativa”? Y ¿puede de alguna manera ayudar a que la clase trabajadora y los jóvenes avancen? Yola Kipcak de la Corriente Marxista Internacional en Austria, explica que jugar con las palabras no sustituye a la lucha de clases.


La idea de que la izquierda necesita una “narrativa” mejorada y la noción conexa de que necesitamos algún tipo de “populismo de izquierda”, ha ocupado la atención de los partidos y organizaciones de izquierda en toda Europa y más allá. Para citar un ejemplo, Jörg Schindler, secretario general del Partido de Izquierda en Alemania, ha escrito: “Para estar a la vanguardia del movimiento contra el cambio climático, que es donde pertenecemos, necesitamos una narrativa de IZQUIERDAS convincente”. [1]

Katja Kipping, presidenta del mismo partido, explicó: “Creo que necesitamos un populismo de izquierda para dejar claro que hay alternativas. Y debemos fortalecer los patrones de explicación alternativos y contrarrestar la narrativa [de la canciller alemana Angela Merkel]… con una narrativa diferente”. [2]

Finalmente, en un evento en 2019 en Viena, organizado por “Transform Europe”, un proyecto del Partido de la Izquierda Europea que incluye a organizaciones como SYRIZA, Die LINKE, Rifondazione Comunista y Bloco de Esquerda, en el que los Jóvenes de Izquierda, el Partido Comunista de Austria y otros estuvieron presentes, el término “narrativa de izquierda” se usó abundantemente durante las dos horas de discusión. Estos son solo pequeños ejemplos que atestiguan hasta qué punto estas ideas han arraigado en la izquierda en una serie de países. [3]

La idea de una “narrativa de izquierda” ha estado flotando en los círculos universitarios desde hace mucho tiempo. Sin embargo, solo comenzó a ganar popularidad con el repentino aumento del apoyo a nuevos partidos de izquierda como SYRIZA en Grecia y Podemos en España, que se convirtieron en puntos de referencia para gran parte de la izquierda a nivel internacional. Hace algunos años, destacados personajes de ambos partidos llenaron sus discursos de referencias a este concepto. Y de hecho, la idea tiene sus “teóricos”, uno de los más destacados es la académica belga Chantal Mouffe.

Junto con su difunto compañero, Ernest Laclau, Mouffe intentó desarrollar una teoría de un “populismo de izquierda” basado en la narrativa. En la lista de agradecimientos a su último libro, Por un populismo de izquierda, Mouffe hace un reconocimiento tanto a Íñigo Errejón (Podemos) como a Jean-Luc Mélenchon (La France Insoumise) por sus contribuciones y conversaciones personales.

¿Qué hay detrás de la “narrativa”?

La idea de que la realidad se compone de narrativas, es decir, de historias, es esencial para la teoría de Mouffe de que necesitamos construir un “populismo de izquierda” basado en una “nueva narrativa de izquierda”. De acuerdo con esta noción, si los políticos logran plasmar las experiencias de la gente en términos emocionantes, “enmarcando narrativas”de forma eficaz, esto a su vez, influirá en las acciones de la gente, produciendo así la realidad misma.

La realidad, entonces, no se compone de una existencia material objetiva que forma la base de nuestras ideas. Al contrario, son nuestras ideas las que moldean el mundo. Por tanto, el capitalismo no es un sistema económico del que surgieron una clase trabajadora y una clase capitalista, sino más bien una narrativa, una construcción. Mouffe llama a su enfoque teórico “anti-esencialista”. Esto significa que, según ella, no existe un mundo real objetivo (lo que ella llama “esencia”) que corresponda a nuestros conceptos. Considera que “la sociedad siempre está dividida y construida discursivamente a través de prácticas hegemónicas”, y que “nunca es la manifestación de una objetividad más profunda”. [4]

De esto se desprende que no hay clases reales en la sociedad. La clase trabajadora es solo una de las muchas identidades creadas por narrativas, discursos y lenguaje: “Es a través de la representación que se crean sujetos políticos colectivos; no existen de antemano”. [5]

El objetivo de una narrativa de izquierda, de un populismo de izquierda, es, por tanto, construir una identidad colectiva diciéndole a la gente que tienen intereses compartidos y que las “élites” son su enemigo. Es una “estrategia discursiva de construir una frontera política que divide a la sociedad en dos campos y llamar a la movilización de los ‘desamparados’ contra ‘los que están en el poder’”. [6]

En un libro publicado recientemente, Deeply Red and Radically Colorful – For a New Left Narrative de Julia Fritzsche, se nos dice que tal narrativa “debe, en primer lugar, conectarse con las experiencias diarias de las personas, ‘captarlas’. Debe dar la impresión de que la narrativa corresponde a experiencias compartidas. No importa si realmente tuvieron estas experiencias”. [7] (énfasis nuestro)

No es de extrañar, entonces, que siempre que los defensores de las narrativas de izquierda hablan de cambios sociales, de la acción práctica, las luchas de clases o la acción de clases estén notoriamente ausentes. Si hablan de ellas, es solo como algo secundario, como un extra adicional más o menos agradable. En cambio, nos llaman a “articular”, “conversar”, “representar”, “mostrar”, etc.

Es en este contexto que debemos considerar los comentarios de un exponente de estas ideas en la socialdemocracia austriaca, Max Lercher. Lercher argumentó que la socialdemocracia necesita un nuevo congreso de fundación como un nuevo comienzo para el partido y escribió:

“¿Qué tienen en común un trabajador industrial checo y un trabajador minero de Estiria? ¿O un reformador social vienés y un socialista radical húngaro? … Después de todo, todos somos personas diferentes y tenemos diferentes puntos de vista. Y eso es bueno. Pero en Hainfeld, [el lugar donde se fundó el Partido Obrero Socialista Democrático de Austria en 1888] logramos ponernos de acuerdo sobre algunas ideas centrales y comunes. Y se fundó un partido para hacer valer estas ideas.

“La nueva clase trabajadora son todos aquellos que no tienen un acceso justo a la prosperidad. Esto también incluye a las pequeñas y medianas empresas. Aquí, podemos definir una nueva línea de conflicto”. (énfasis nuestro)

Observemos aquí que, en primer lugar, para Lercher, la base de la unidad no son los intereses de clase compartidos, sino las ideas. Y en segundo lugar, que para él las líneas de conflicto en la sociedad no están dadas objetivamente, sino que pueden “definirse”, ¡de modo que de repente los capitalistas “pequeños y medianos” también forman parte de la clase obrera!

Desde un punto de vista marxista, un trabajador checo y uno de Estiria tienen mucho en común: ambos realizan trabajo asalariado, son explotados por un capitalista y, por lo tanto, son objetivamente parte de la clase trabajadora. Sin embargo, si se asume que nuestras identidades se construyen a partir de historias apasionantes y emocionales, la conclusión lógica es que el capitalismo no puede ser derrocado por la lucha de clases contra los capitalistas, sino solo escribiendo nuevas historias.

Esta historia entonces se vuelve poderosa (‘hegemónica’) en la mente de la gente. Como escribe Mouffe:

“[Todo] orden existente es, por tanto, susceptible de ser desafiado por prácticas contrahegemónicas, prácticas que intentan desarticularlo para instalar otra forma de hegemonía”. [8] (énfasis nuestro)

Y Fritzsche coincide:

“Las narrativas no serán la forma más rápida de salir de las molestas condiciones actuales … Una nueva narrativa de izquierda tendrá fisuras y huecos, pero a la larga, es la única salida del presente opresivo”. [9]

En verdad, esto significa un rechazo a la revolución, un rechazo a la ruptura con el sistema dominante. Los defensores de la narrativa de izquierda, Lercher, Herr & co., conscientemente o no, adoptan una postura decididamente no marxista. Mouffe es una antimarxista consciente. Ella escribe que “el mito del comunismo… tiene que ser abandonado”, alegando que ya había fracasado en la práctica debido a su supuesto reduccionismo de clase, es decir, que reduce todas las luchas a luchas de clases, mientras que Mouffe y sus compañeros consideran a la clase obrera simplemente como uno entre otros movimientos como el feminismo, el ambientalismo, el activismo LGBT, etc.

Afirma además: “siempre habrá antagonismos, luchas y opacidad parcial de lo social”. Con esto, simplemente quiere decir que la desigualdad, la opresión, etc. son inevitables y nunca podrán superarse por completo. Sobre esta base pesimista propone su “práctica antihegemónica”. Es una alternativa al comunismo; aunque admite que “nunca lograría una sociedad plenamente liberada y el proyecto emancipatorio ya no podría concebirse como la eliminación del Estado” [10]. En su apéndice teórico, afirma rotundamente que su enfoque “excluye la posibilidad de una sociedad más allá de la división y el poder” [11]. En resumen, detrás de su lenguaje complejo y radical, rechaza la revolución y abraza el reformismo. La idea de oponer luchas como las de las mujeres y las personas LGBT a la lucha de clases es precisamente un intento de un enfoque colaboracionista de clases. Es decir, unirse con sectores de la clase media y capitalista, para luchar por una forma de capitalismo “más justo”.

Algunos de los defensores más atrevidos de la idea de una “narrativa de izquierda” pueden abordar el capitalismo, pero la idea de eliminarlo sigue siendo lo más alejado de sus mentes. “La crítica inteligente del capitalismo es apropiada, tenemos que abordar este tema”, dice Lercher, y en la misma entrevista expresa sus puntos de vista de manera más precisa: “Lo que necesitamos es un mercado laboral en parte estatal que se ajuste al mercado y sea sin fines de lucro.” [12]

Esta mezcla confusa de capitalismo con medidas de control tibias es como intentar que un tigre se vuelva vegetariano. Esto es más utópico que cualquier idea socialista de una economía nacionalizada y planificada, controlada por la clase obrera.

Podemos ver aquí con bastante claridad cómo la base filosófica de estas ideas conduce a la justificación de que el capitalismo mismo es intocable. Por eso es tan importante para los marxistas mantenerse sobre una firme base filosófica, desenmascarando las medias tintas reformistas, y contraponiéndoles una respuesta revolucionaria.

“Convertirse en el estado”

La principal orientación de los defensores de la llamada “narrativa de izquierda” no es hacia la lucha de clases contra el capitalismo, sino hacia las reivindicaciones democráticas. “Tenemos que atrevernos a más democracia”, escribe Lercher en su artículo, ¿Para qué necesitamos la socialdemocracia hoy? La entonces presidenta de los Jóvenes Socialistas de Austria, Julia Herr, dijo:

“La socialdemocracia en la década de 1970 luchó por democratizar el sistema económico y distribuir la riqueza ganada de manera justa. Luego, de alguna manera, en algún momento, simplemente perdimos la confianza”. [13]

El laboratorio de ideas Institut Solidarische Moderne (ISM), estrechamente asociado con el Partido de la Izquierda alemán, explica que las cuestiones sociales “deben plantearse radicalmente, en un sentido aún por definir, como cuestiones de democracia”. Según el ideólogo del ISM y miembro de la junta de la Fundación Rosa Luxemburg del Partido de Izquierda, Thomas Seibert, la verdadera lucha es por la “verdadera” democracia.

Y Mouffe escribe:

“El problema con las sociedades democráticas modernas, en nuestra opinión, fue que sus principios constitutivos de ‘libertad e igualdad para todos’ no se pusieron en práctica… La ‘democracia radical y plural’ que propugnamos puede, por lo tanto, concebirse como una radicalización de las instituciones democráticas existentes”. [14]

La perspectiva que se presenta aquí es una de… ¡el statu quo! La superestructura existente de las instituciones “democráticas”, que se ha demostrado una y otra vez que están manipuladas a favor de la clase dominante, no debería abolirse, se nos dice, sino solo “mejorar”. Mientras tanto, la verdadera causa de tal desigualdad y explotación, el capitalismo, ni siquiera se reconoce como tal.

Una línea divisoria crucial aquí es nuestra concepción del Estado y sus llamadas instituciones democráticas. Para los revolucionarios, la claridad sobre la naturaleza del Estado es vital. Es una cuestión de vida o muerte para un movimiento revolucionario. Hay una diferencia decisiva entre querer abolir el Estado mediante la revolución y creer que el Estado puede transformarse y modelarse en función de los intereses de los oprimidos. Este último punto de vista se traduce invariablemente en colaboración con el Estado existente y, por tanto, con los intereses de clase a los que sirve.

Comparemos entonces una comprensión marxista del Estado con la de los defensores de las “narrativas de izquierda”. Mouffe y los otros “narradores de izquierda” entienden el Estado en los siguientes términos:

“… una cristalización de las relaciones de fuerzas y como terreno de lucha. … Concebidos como una superficie para intervenciones agonísticas, estos espacios públicos pueden proporcionar el terreno para importantes avances democráticos. Por eso, una estrategia hegemónica debe comprometerse con los diversos aparatos estatales para transformarlos, de modo que el Estado sea un vehículo de expresión de las múltiples demandas democráticas. … En cierto sentido, tanto la política revolucionaria como la hegemónica pueden denominarse “radicales”, ya que implican una forma de ruptura con el orden hegemónico existente. Sin embargo, esta ruptura no es de la misma naturaleza y no es apropiado ponerlos en la misma categoría, etiquetados de ‘extrema izquierda’, como suele ser el caso. Contrariamente a lo que se suele afirmar, la estrategia populista de izquierda no es un avatar de la ‘extrema izquierda’ sino una forma diferente de concebir la ruptura con el neoliberalismo a través de la recuperación y radicalización de la democracia”. [15]

Como vemos, Mouffe es muy clara al diferenciar entre un enfoque “revolucionario” y su propio enfoque, al que ella llama “hegemónico”. Para ella, el Estado es una red de instituciones y “funciones” que no corresponden a un interés común. Por tanto, hay espacio para que el populismo de izquierda los influya, los transforme y los cambie.

Para los marxistas, por el contrario, el Estado no es un terreno neutral de lucha, sino un instrumento de la clase dominante que necesita ser aplastado y sustituido por un estado obrero. Habiendo suprimido el viejo orden capitalista y despejado el terreno para una sociedad comunista sin clases, este Estado obrero se debilitará a medida que las clases en la sociedad también desaparezcan. Teóricos posmodernos como Mouffe ridiculizan este punto de vista por ser “demasiado simplista”. Pero al analizar el surgimiento histórico del Estado y el propósito para el que se desarrollaron los estados, podemos decir con absoluta confianza que esta definición capta la esencia de lo que es el Estado.

Marx y Engels explicaron cómo apareció históricamente el Estado con el surgimiento de la sociedad de clases. La sociedad de clases surgió cuando la humanidad desarrolló las fuerzas productivas necesarias para producir más de lo que necesitaban para su supervivencia inmediata. Por primera vez en la historia, una pequeña capa de la sociedad no tenía que trabajar de la misma manera que antes. Pero la producción no era lo suficientemente avanzada para que toda la sociedad disfrutara de este privilegio. Esto creó las condiciones para las clases sociales. Surgieron clases dominantes que poseen los medios de producción y clases oprimidas que son explotadas y producen la riqueza de la que se apropia la clase dominante.

Sin embargo, estos intereses de clase antagónicos deben ser gestionados. Hay que hacer creer a los oprimidos que el orden actual de las cosas es intocable y quien se atreva a cuestionarlo debe ser castigado. Al mismo tiempo, se debe evitar que los propios opresores se consuman a sí mismos mediante la guerra perpetua entre ellos. El Estado nació precisamente con ese propósito. Engels explicó:

“Pero a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del ‘orden’. Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado”. [16]

En última instancia, el Estado es, por tanto, un órgano de opresión formado por cuerpos especiales de hombres armados (militares y policías), cárceles, juzgados, etc., que parece estar por encima de la sociedad pero que defiende fundamentalmente el sistema económico que le dio origen. Con el surgimiento de la burguesía como clase dominante y el capitalismo como modo de producción dominante a escala mundial, la burguesía también creó su propio Estado.

La “democracia liberal” que defiende Mouffe es producto de revoluciones que se llevaron a cabo en interés de la propia burguesía. Creer, como lo hacen ella y los otros “narradores de izquierda”, que esta forma de Estado es la definitiva, mejor y última institución que existirá, y que por lo tanto no debe ser tocada, es adoptar una visión completamente ahistórica. También significa defender el instrumento de la clase dominante actual: los capitalistas.

Por supuesto, el hecho de que el Estado es un instrumento de opresión de la clase dominante no siempre es claramente visible. Su verdadero carácter está conscientemente enmascarado por los capitalistas. Sería imposible, por no mencionar ineficaz, que los capitalistas gobernaran solo por la fuerza y la represión. Los oprimidos son la mayoría en la sociedad. Si la mayoría de los oprimidos entendiera este hecho, la sociedad capitalista se enfrentaría a su derrocamiento.

En tiempos normales, en la medida en que pueden permitírselo, la clase dominante intenta mantener una demostración de justicia, de “igualdad de oportunidades”, etc. Por lo tanto, los capitalistas generalmente prefieren Estados que tengan elecciones libres, que garanticen cierta libertad de prensa, varios partidos políticos, etc. Estos estados también permiten cierto margen de maniobra. Pero bajo ninguna circunstancia la clase dominante permitirá que se cuestione su papel fundamental como propietarios de los medios de producción. El Estado está ahí precisamente para defender este papel.

No es de extrañar que, literalmente, el único derecho consagrado en la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU que no es constantemente ignorado y quebrantado, sino más bien protegido cuidadosamente con toda la fuerza de la ley, sea el artículo 17: “toda persona tiene derecho a poseer propiedad ” y “ nadie será privado arbitrariamente de su propiedad”. En última instancia, este es precisamente el propósito del Estado, sus leyes y todo el sistema de justicia. Esta es también la razón por la que los marxistas explican que el Estado burgués debe ser aplastado mediante la revolución. Está fundamentalmente vinculado a la burguesía y su dominio como clase.

Desde un punto de vista marxista, reconocemos la democracia como un régimen político, una superestructura política que se eleva sobre el sistema capitalista. El capitalismo produce diferentes tipos de regímenes: democrático-burgueses y dictaduras. Sin embargo, son todos variedades de estados capitalistas, conectados a través de mil hilos a la burguesía. Fue por una buena razón que Marx y Engels escribieron en el Manifiesto Comunista:

“El ejecutivo del Estado moderno no es más que un comité para administrar los asuntos comunes de toda la burguesía”. [17]

Por supuesto, la forma de un régimen, cómo se manifiesta concretamente el aparato estatal, ciertamente determina el alcance de nuestras libertades y los derechos que tienen las personas. Es por eso que la lucha por reivindicaciones democráticas como ‘una persona, un voto’ ha jugado un papel tan importante en la historia del movimiento revolucionario. Los marxistas avanzan y apoyan consistentemente las reivindicaciones democráticas, que pueden movilizar a la gran mayoría de la sociedad contra la clase dominante y forjar la unidad de los oprimidos y explotados, facilitando así las mejores condiciones para el desarrollo de la lucha de clases.

Y los marxistas no ignoran ni menosprecian las elecciones democráticas. Pueden servir como un indicador importante del estado de ánimo en la sociedad, y la participación en ellas puede usarse como un medio en la lucha de clases. Pero las contradicciones centrales del capitalismo: la explotación de la clase trabajadora por parte de los capitalistas; las constantes crisis y guerras, continúan existiendo bajo todo tipo de régimen burgués, por democrático que sea. Esta es precisamente la razón por la que “libertad e igualdad para todos” no se puede implementar dentro del capitalismo.

Para los revolucionarios, las elecciones y la representación parlamentaria se pueden utilizar para presentar ideas políticas revolucionarias a una audiencia masiva. También se pueden utilizar para desenmascarar la hipocresía de la clase capitalista y sus instituciones. Por ejemplo, si los revolucionarios en el parlamento exigieran que se estableciera una verdadera igualdad y justicia social expropiando la gran industria y los bancos, es decir, desafiando la propiedad de los capitalistas sobre los medios de producción, la clase dominante utilizaría todos los medios a su alcance para contrarrestar esta exigencia.

Si es necesario, como mostraremos a continuación, ignorarán la “democracia” y la mayoría parlamentaria, y olvidarán todas sus habladurías pasadas sobre la “libertad” para salvar el capitalismo. Si los revolucionarios simplemente se detuvieran allí, levantando las manos y diciendo: “bueno, no hay nada que podamos hacer al respecto, simplemente no hemos ganado la batalla hegemónica dentro del Estado todavía”, no serían revolucionarios en absoluto. Serían reformistas. Pero esto es exactamente lo que sugieren los “narradores de izquierda”. Aceptando el límite del sistema económico (capitalismo) y su superestructura política (democracia burguesa), no pueden ir más allá.

Los revolucionarios, en cambio, ven la actividad de las masas como el elemento clave para superar estos límites y cambiar la sociedad. Los parlamentos y las elecciones son solo un elemento útil para fortalecer y fomentar su actividad. Lenin señaló que “muchas, si no todas, las revoluciones” muestran la gran utilidad de “una combinación de acción de masas fuera de un parlamento reaccionario con una oposición que simpatiza con (o, mejor aún, apoya directamente) la revolución dentro de él”. Al mismo tiempo, explica: “[La acción] de las masas, una gran huelga, por ejemplo, es más importante que la actividad parlamentaria en todo momento, y no solo durante una revolución o en una situación revolucionaria”. [18]

La visión de los marxistas del Estado se puede resumir de la siguiente manera: es un instrumento de opresión de la clase dominante. Debe ser abolido y reemplazado por un estado obrero. Después de una revolución socialista exitosa, eventualmente todas las formas de Estado desaparecerán, junto con las clases. Pero esto no significa que consideremos innecesarios los derechos y las libertades democráticas aquí y ahora. Al contrario, luchamos por estas libertades y las utilizamos. Pero al mismo tiempo, no nos hacemos ninguna ilusión de que la democracia pueda resolver la causa fundamental de la opresión, la pobreza y la desigualdad. Esto solo se puede lograr aboliendo el capitalismo.

Los teóricos de la “narrativa de izquierda” rechazan decididamente la teoría marxista del Estado y centran sus principales argumentos en cambio en la cuestión de la democracia. Según ellos: “está claro que no existe una relación necesaria entre capitalismo y democracia liberal. Es lamentable que el marxismo haya contribuido a esta confusión al presentar la democracia liberal como la superestructura del capitalismo”. [19]

La “lamentable confusión” reside, de hecho, enteramente en estos filósofos del lenguaje. Para ellos, los Estados son solo construcciones “discursivas”, instituciones que pueden ser cambiadas por “nuevas narrativas”. El Estado, dicen, es un “terreno de lucha”. Y para “re-articular” este “terreno” presumiblemente neutral e independiente de la clase, uno tiene que convertirse en parte de él. “El objetivo no es la toma del poder estatal”, nos dicen, “sino el de ‘convertirse’ en [el] Estado”. [20] (énfasis nuestro)

Una vez más es evidente por qué esta teoría es tan popular entre los reformistas. Convertirse en parte del aparato estatal, preferiblemente con la menor interferencia posible de las masas, es la razón de ser de los reformistas. En el “terreno de lucha” representado por el aparato estatal, el objetivo pasa a ser el de formar una alianza en igualdad de condiciones con los capitalistas para llegar a un acuerdo sobre mejoras para los votantes.

Max Lercher lo describe de la siguiente manera: “La socialdemocracia debe mostrar al capital su lugar y domesticar los mercados. … Tengo en mente un estado de bienestar social que distribuya la prosperidad de manera justa y deje cierto margen de maniobra”.

¡Pero cuidado! En la confrontación con el enemigo de clase (un término que ellos no usarían) es importante “que el conflicto cuando surja no tome la forma de un ‘antagonismo’ (lucha entre enemigos)”, en cambio, “el oponente no es considerado un enemigo a ser destruido, sino un adversario cuya existencia se percibe como legítima”. [21]

Esto no es más que “colaboración social” y equilibrio entre los intereses de clase, traducidos al lenguaje académico. Si fuera posible lograr reformas y mejoras constantes a través del “trabajo paciente y pacífico sobre un nuevo paradigma” (cf. Fritzsche), la mayoría de la clase obrera ciertamente no tendría nada en contra.

Sin embargo, el problema es que el capitalismo, debido a sus propias contradicciones, es arrojado repetidamente a las crisis. La brutal austeridad de los “malvados” neoliberales no surge de un impulso repentino de su parte para infligir sufrimiento humano. Es el resultado de las presiones del sistema capitalista, en el que un aumento de las ganancias (y este es, después de todo, el único propósito de los capitalistas) solo es posible gracias a ataques más duros e intensificados contra la clase trabajadora.

No se trata, como dice Herr, de que la socialdemocracia haya “perdido la confianza” repentinamente desde la década de 1970. El reformismo se ha topado con los límites objetivos del capitalismo. Hoy en día, simplemente no hay margen para reformas duraderas y significativas dentro del capitalismo.

La responsabilidad de la dirección

Las masas griegas ya han vivido para ver la dolorosa realidad de los límites del reformismo. En respuesta a la crisis que golpeó al país con especial dureza después de 2012, las masas se involucraron en luchas feroces durante varios años. Primero, hubo ocupaciones masivas en plazas públicas. Luego, la clase obrera se lanzó a la lucha y dirigió numerosas huelgas y huelgas generales. Cuando todo esto no dio resultados (sobre todo por el papel obstructivo de la dirección sindical), las masas griegas expresaron su rabia a través de las urnas votando por el partido de izquierda, SYRIZA, que se presentaba con un programa anti-austeridad.

Sin embargo, en un corto período de tiempo, el dirigente de SYRIZA, Alexis Tsipras, subordinó el país a la dictadura de la UE y la austeridad impuesta por el FMI. Esto fue una traición abierta al resultado del referéndum de julio de 2015 que rechazó abrumadoramente los términos impuestos por la Troika para un rescate, con un 61 por ciento votando “No”. Esto significó la destrucción del nivel de vida de las masas. Contra la voluntad del pueblo griego, el capitalismo y sus fieles representantes en la UE impulsaron su agenda.

¿Qué tienen que decir los “populistas de izquierda” sobre esta derrota?

“La lucha de SYRIZA se perdió porque solo una resistencia de proporciones significativas en los países centrales de la zona euro podría haber apalancado las ideas de SYRIZA. Solo de esta manera, podrían haber logrado un gran avance y transformar la crisis económica y política de Grecia en una crisis de toda la UE”. [22]

Y: “Desafortunadamente, SYRIZA no ha podido implementar su programa anti-austeridad debido a la brutal respuesta de la Unión Europea que reaccionó con un ‘golpe financiero’ y obligó al partido a aceptar los dictados de la Troika”. [23]

La “respuesta brutal” de la UE no era una sorpresa en absoluto. Sin embargo, Tsipras todavía pasó meses reuniéndose con el Papa y con importantes jefes de gobiernos europeos para ganarlos ‘discursivamente’ a su lado. Cuando no pudo “convencerles”, procedió a capitular ante la Troika, traicionando las expectativas de la gran mayoría del pueblo griego que se movilizaba en apoyo del programa antiausteridad de SYRIZA. Los camaradas griegos de la Corriente Marxista Internacional, que formaban parte del comité central de SYRIZA en ese momento, escribieron lo siguiente inmediatamente después de las elecciones:

“¡Ninguna ilusión en la negociación con el capital europeo y sus instituciones! Nuestros oponentes son los intereses capitalistas, locales y extranjeros, que se esconden detrás de la troika y no sus empleados tecnócratas. ¡Nuestro único verdadero aliado es la clase trabajadora europea! ¡SYRIZA debe convocar a un programa europeo de acción masiva para hacer de Europa una gran ‘Puerta del Sol’! [Una referencia al movimiento de los indignados que estalló en España en 2011-12]” [24]

Sugirieron una serie de medidas para Grecia, como la cancelación de la deuda estatal y la nacionalización de los bancos, medidas que iban al meollo del asunto: romper con el capitalismo o someterse a la voluntad de la Troika.

La afirmación de que todo tipo de factores “desafortunados” son los culpables de la derrota de SYRIZA, todo menos la dirección del partido en sí, de hecho, es típica del reformismo. En situaciones políticas críticas, el papel de la dirección es decisivo. Los dirigentes tienen el oído de las masas y la autoridad para proponer y organizar los próximos pasos correctos. Después de la derrota de un movimiento de masas, es de vital importancia estudiar de cerca el papel de la dirección. ¿Tenía las ideas correctas? ¿Por qué no se atrevieron a dar los pasos necesarios? Si ignoramos estas preguntas, estamos encubriendo a los malos dirigentes y disfrazando el papel que jugaron en la derrota. El resultado es echar la culpa de las derrotas a las propias masas combatientes.

Fritzsche, por ejemplo, tiene lo siguiente que decir sobre los fracasos no solo del movimiento de los chalecos amarillos en Francia y del movimiento ‘Occupy’, sino incluso de la Primavera Árabe:

“[Fracasaron] porque las personas potencialmente interesadas pensaban que eran demasiado académicos, o porque pensaban que [sus] tiendas eran bonitas, pero que el capitalismo era de alguna manera mejor. Porque los ocupantes de las plazas se rindieron para volver a sus trabajos, o porque ocuparon lugares donde no molestaban a nadie. Y al final también, porque si eran disruptivos, la policía y los militares los echaban de las plazas, los golpeaban y los encarcelaban”. [25]

Esto es puro cinismo. Las masas en países como Egipto o Túnez arriesgaron literalmente sus vidas, superaron las divisiones sectarias y estuvieron dispuestas a darlo todo para lograr la libertad. Observemos también que el movimiento de los chalecos amarillos no solo logró su objetivo inicial de derrotar el aumento regresivo del impuesto al combustible de Macrón, sino que los trabajadores y los jóvenes involucrados aprendieron más sobre el papel del Estado y la “democracia” burguesa a través del movimiento de lo que hubieran podido deducir de todos los libros sobre “narrativa de izquierda” juntos. La línea de argumentación de Fritzsche es extremadamente conveniente para los políticos que no quieren enfrentarse a los capitalistas. Es muy reconfortante para aquellos que desean buscar excusas para su propia inacción y vacilación traidoras culpando a la “falta de hegemonía en la sociedad”.

Práctica revolucionaria

El concepto de narrativa de izquierda es un buen ejemplo de la conexión entre las ideas filosóficas y la práctica política. La “narrativa” aparentemente radical de las figuras discutidas aquí es en realidad una tapadera para políticas reformistas que no representan ninguna amenaza para el capitalismo. Como este concepto asume que no hay realidad fuera de la narración, la “narrativa de la izquierda” lleva justamente a hablar mucho, y poco más.

Los defensores de la necesidad de una nueva “narrativa de izquierda” quieren “hablar sobre” los problemas de los explotados y oprimidos y conseguir votos para los partidos reformistas, pero al fin y al cabo tienen pocas sugerencias o reivindicaciones concretas. Las pocas reivindicaciones que plantean se limitan a cuestiones exclusivamente democráticas o constituyen poco más que piadosas esperanzas de un estado de bienestar social. Estas no son necesariamente erróneas en sí mismas, pero no hay ningún énfasis en la necesidad de la lucha de clases contra los capitalistas para lograrlas. Cuando estas demandas dócilmente redactadas se estrellan ante la oposición real de la clase dominante, como vimos tan claramente con SYRIZA, se hace recaer la responsabilidad sobre los hombros de las masas; o bien, se culpa a la “hegemonía del neoliberalismo” por el resultado.

Que los defensores de la “narrativa de izquierda” promuevon conscientemente las premisas filosóficas de su teoría (como lo hace Mouffe), o si inconscientemente recogen este concepto como útil para justificar sus propias (in)acciones, es irrelevante. La tarea de los revolucionarios es desenmascarar tales ideas y la práctica que emana de ellas, y contraponer soluciones reales a la miseria del capitalismo. Por este motivo los marxistas damos tanta importancia a las cuestiones filosóficas.

En última instancia, las ideas son una expresión de los intereses de clase en la sociedad y una guía para la acción. Debemos preguntarnos: ¿ciertas ideas ayudan a la clase dominante, arrojan polvo a los ojos de los trabajadores y activistas de izquierda? ¿O nos ayudan a cambiar la sociedad?

Afrontemos la realidad con los ojos abiertos. Luchemos por un mundo sin explotación y opresión, por un derrocamiento revolucionario del capitalismo.


[1] Jörg Schindler, “Warum der Klimawandel ein linkes Thema ist”, Die Linke, 9 de julio de 2019.

[2] Katja Kipping y Bernd Riexinger, “Wir brauchen einen linken Populismus”, entrevista de Ingo Stützle y Jan Ole Arps, Analyze & Kritik, 21 de septiembre de 2012.

[3] “About us”, Transform Europe, consultado el 3 de junio de 2021.

[4] Chantal Mouffe, For a Left Populism, (Londres y Nueva York: Verso, 2018), pág.12.

[5] Ibíd., Pág. 35.

[6] Ibíd., Pág. 13.

[7] Julia Fritzsche, Tiefrot und Radikal Bunt: Für eine neue linke Erzählung, (Hamburgo: Edition Nautilus, 2019), pág.20.

[8] Mouffe, For a Left Populism, pág.49.

[9] Fritzsche, Tiefrot und Radikal Bunt, págs. 177-8.

[10] Mouffe, For a Left Populism, pág. 9.

[11] Ibíd., Pág. 49.

[12] Max Lercher, “Wir müssen ein System zerschlagen”, entrevista de Florian Gasser, Zeit, 10 de octubre de 2019.

[13] Julia Herr y Josef Cap, “Julia Herr und Josef Cap über die Defizite der Sozialdemokratie”, entrevista de Rosemarie Schwaiger, Perfil, 25 de septiembre de 2019.

[14] Mouffe, For a Left Populism, pág. 27.

[15] Ibíd., Pág. 30-1.

[16] Frederick Engels, The Origin of the Family, Private Property and the State, (Londres: Wellred Books, 2020).

[17] Karl Marx y Frederick Engels, “The Communist Manifesto”, en The Classics of Marxism: Volume One, (Londres: Wellred Books, 2013), pág.5.

[18] Vladimir Lenin, “‘Left-Wing’ Communism: an Infantile Disorder” in The Classics of Marxism: Volume Two, (Londres: Wellred Books, 2015).

[19] Mouffe, For a Left Populism, pág. 31.

[20] Ibíd.

[21] Mouffe, For a Left Populism, pág. 51.

[22] Thomas Seibert, “Erste Notizen zum Plan A einer neuen Linken (nicht nur) in Deutschland”, Marxistische Linke, 8 de diciembre de 2015.

[23] Mouffe, For a Left Populism, pág. 17.

[24] Communist Tendency of Syriza, “The ruling class is terrified of ‘the virus’ of SYRIZA – Time to move forward!,” In Defence of Marxism, 9 de febrero, 2015.

[25] Fritzsche, Tiefrot und Radikal Bunt, pág.25.

1 COMENTARIO

  1. Está claro: en la medida en que estas narrativas son otras tantas propuestas de “amigarnos” con el capitalismo, deben ser confrontadas. Y denunciadas en su esencia: intentos de disimular el profundo sentido de fracaso y la claudicación de muchos de quienes en otros tiempos mantenían viva la convicción de que hay que cambiar este mundo, comenzando por desmontar el sistema capitalista. Sin embargo, hay algo…Dice la autora: ” Desde un punto de vista marxista, un trabajador checo y uno de Estiria tienen mucho en común: ambos realizan trabajo asalariado, son explotados por un capitalista y, por lo tanto, son objetivamente parte de la clase trabajadora”. Claro que sí. El asunto es que ambos se asuman como tales, y que de ese reconocimiento surja la posibilidad de la acción común. El pasaje de clase en sí a clase para sí, para usar una expresión conocida. Y eso requiere, sí, palabras que lo expliquen, que expresen el hecho objetivo de manera comprensible. La autora reconoce la importancia, para los marxistas, de las cuestiones filosóficas. ¿Qué otra cosa son las cuestiones filosóficas sino expresiones de ideas? Darle importancia a las ideas, buscar la forma más eficiente de expresarlas para que puedan ser apropiadas por el conjunto de la clase no significa volverse idealista, la cuestión de la hegemonía no es sólo un pretexto de la dirigencia traidora. De hecho, que la autora dedique su análisis a refutar a los reformistas es prueba de que reconoce la necesidad de disputar hegemonía. Dicho sea de paso, como en una imagen especular, es lo más habitual en la izquierda el culpar de los fracasos a la traición de las dirigencias (políticas, sindicales, sociales). ¿No sería hora de preguntarse cómo es que siempre, invariablemente, quienes llegan a ocupar los lugares dirigentes son traidores en latencia? ¿será que el capital puede convertir en su marioneta no sólo al Estado sino también a las organizaciones de la propia clase en la medida en que éstas funcionan con liderazgos verticalistas, como suele ser el caso de los partidos de izquierda marxista? Luchar, como dice la autora “por un mundo sin explotación y opresión, por un derrocamiento revolucionario del capitalismo”, es la tarea. El asunto es encontrar el mejor modo de llevar a cabo esa tarea, con enunciarla no alcanza. Ese pasaje de clase en sí a clase para sí requiere imaginación y flexibilidad en las formas a la vez que intransigencia en el objetivo. Por ahora todo indica que no le venimos encontrando la vuelta.

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