En defensa de la teoría del valor-trabajo de Marx

¿Qué es el valor? Esta pregunta ha dejado perpleja a la mente humana durante más de 2.000 años. Los economistas burgueses clásicos, al igual que Marx, abordaron esta cuestión. Después de muchos debates, concluyeron correctamente que el trabajo era la fuente del valor. Esta idea se convirtió en la piedra angular de la economía política burguesa, empezando por Adam Smith. En esta cuestión había un punto de coincidencia entre Marx y los economistas burgueses clásicos.

Sin embargo, para los economistas burgueses, la teoría del valor-trabajo planteaba una paradoja y un callejón sin salida. El hombre que encontró la salida de este atolladero fue Carlos Marx, explicó Engels. (1) Para Marx, que continuó desarrollando y elaborando la teoría del valor, era el medio a través del cual descubrió las leyes del movimiento del capitalismo y el secreto de la plusvalía. Por esta razón, la teoría del valor-trabajo se ha convertido en el principal objetivo de todos los opositores a Marx, tanto burgueses como reformistas. “La mayoría de los escritores antimarxianos se dedican a exponer los absurdos de esta doctrina”, afirma A.D. Lindsay, antiguo profesor del Balliol College de Oxford. (2)

La idea de que toda la riqueza es creada por el trabajo humano no es ciertamente nueva. Se remonta a la Edad Media en los sermones de John Ball y fue una idea central entre las sectas comunistas en la Guerra Civil inglesa. “Pero los hombres ricos reciben todo lo que tienen de la mano del trabajador, y lo que dan, lo dan del trabajo de otros hombres, no del suyo propio; por lo tanto, no son actores justos en la tierra”, declaró el dirigente de los Cavadores, Gerrard Winstanley, en 1652. Mientras que el líder de los jacobinos londinenses, John Thelwall, proclamaba: “La propiedad no es otra cosa que el trabajo humano”, Benjamin Franklin, uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, escribió: “El comercio en general no es otra cosa que el intercambio de trabajo por trabajo, el valor de todas las cosas se mide justamente por el trabajo”.

Hay que añadir que el trabajo no es la única fuente de riqueza material. También recibimos los productos de la naturaleza como un regalo gratuito, que también contribuye a la riqueza de la sociedad. Un antiguo economista inglés, William Petty, observó correctamente que el trabajo es el padre de la riqueza, y la tierra, su madre. Es una afirmación que Marx cita en El Capital.

La teoría del valor-trabajo se ha convertido en un anatema en los círculos burgueses, sobre todo por sus implicaciones revolucionarias. Al principio, la teoría del valor-trabajo fue un arma muy útil para la burguesía ascendente, cuando, como clase progresista, la utilizó para asestar golpes a la políticamente poderosa clase terrateniente. Pero una vez ganada la batalla, la burguesía ya no tenía ninguna utilidad para dicha teoría. De hecho, para la burguesía ahora dominante, la teoría tenía connotaciones subversivas que debían ser desacreditadas y rechazadas.

“Que el trabajo es la única fuente de riqueza”, escribió el economista John Cazenove en 1812, “parece ser una doctrina tan peligrosa como falsa, ya que desgraciadamente ofrece un asidero a quienes representarían toda la propiedad como perteneciente a las clases trabajadoras, y la parte que reciben los demás como un robo o fraude a las mismas”.

Podemos perdonar la indiscreción de Cazenove sobre que el trabajo es la única fuente de riqueza, lo cual es falso. De hecho, hay formas de riqueza que son proporcionadas únicamente por la naturaleza, y que no contienen ningún tipo de trabajo. Esto incluye, por ejemplo, los bosques vírgenes y los ríos naturales. Marx lo explicó en el primer volumen de El Capital. Tanto la naturaleza como el trabajo desempeñan su papel en la producción de riqueza. Sin embargo, no debemos confundir la riqueza (que se compone de valores de uso) con el valor, que es completamente diferente, como veremos.

La teoría del valor es bastante sencilla. El ser humano solo puede vivir y satisfacer sus necesidades básicas mediante el trabajo. Por supuesto, esto puede tomar la forma de una clase explotadora que vive del trabajo de otros. Sin el trabajo, todos moriríamos.

“Cada niño sabe que cualquier nación moriría de hambre, y no digo en un año, sino en unas semanas, si dejara de trabajar”, explicó Marx. En términos generales, las cosas que necesitamos tienen que producirse en determinadas cantidades y luego distribuirse según las necesidades de la sociedad. Esto constituye las leyes económicas de todas las sociedades, incluido el capitalismo.

“Del mismo modo, todo el mundo conoce que las masas de productos correspondientes a diferentes masas de necesidades, exigen masas diferentes y cuantitativamente determinadas de la totalidad del trabajo social”, continuó Marx. (3)

Leyes naturales

Para satisfacer las necesidades humanas, el trabajo de la sociedad, sea cual sea la forma específica de producción social, ya sea el comunismo primitivo, la esclavitud, el feudalismo, el capitalismo o el socialismo, tiene que repartirse de acuerdo con estos requisitos básicos. Por supuesto, la forma en que se lleva a cabo esta asignación difiere de un sistema social a otro. “Las leyes de la naturaleza jamás pueden ser destruidas. Y solo puede cambiar, en dependencia de las distintas condiciones históricas, la forma en la que estas leyes se manifiestan”, explicó Marx. (4) Además, “como creador de valores de uso, como trabajo útil, pues, el trabajo es, independientemente de todas las formaciones sociales, condición de la existencia humana, necesidad natural y eterna de mediar el metabolismo que se da entre el hombre y la naturaleza, y, por consiguiente, de mediar la vida humana”. (5) La riqueza material o los valores de uso se producen, por lo tanto, en todos los modos de producción.

En una “economía natural”, es decir, una economía anterior al desarrollo del capitalismo, los productores creaban valores de uso para las necesidades de la comunidad; sin embargo, en cuanto el mercado se vuelve dominante, los productores crean ahora mercancías para el intercambio. Aquí radica la base de las relaciones económicas capitalistas. Todos pasan a depender de los demás debido a la división social del trabajo, es decir, porque todos necesitan los productos producidos por los demás.

Al igual que el peso de un objeto solo puede entenderse en relación con otro objeto, el valor de cambio de una mercancía solo puede entenderse cuando se intercambia con otra. El intercambio de mercancías, basado en un intercambio de equivalentes, tiene lugar sobre la base de una cualidad común inherente a todas las mercancías. De hecho, para que se produzca el intercambio, es necesario que exista algo común en las cosas que permita compararlas unas con otras. Evidentemente, no se trata del peso, el color, el tamaño o cualquier otra cualidad física, que varían considerablemente de una mercancía a otra. Un par de zapatos es muy diferente de un abrigo. Lo que tienen en común las mercancías es que todas son productos del trabajo humano. “La naturaleza no construye máquinas, ni locomotoras, ferrocarriles, telégrafos eléctricos, hiladoras automáticas, etc. Son estos, productos de la industria humana” explicó Marx. (6) Como consecuencia, tanto trabajo generalizado en una mercancía puede ser comparado con tanto trabajo generalizado en otra. En cambio, se pueden intercambiar tantos relojes por tantos pares de zapatos, según la cantidad de tiempo de trabajo que se emplee en su producción. Por lo tanto, las mercancías pueden considerarse como tiempo de trabajo condensado.

Fetichismo de la mercancía

Para Marx, el valor es una relación entre personas, una relación social, pero bajo el capitalismo aparece en una “forma fantástica” como una relación entre cosas. Son solo las personas, con sus propios intereses, las que realizan este intercambio, utilizando objetos inanimados para su venta, y no al revés. Esta apariencia surge de lo que Marx llama “el fetichismo de las mercancías”. Como sabemos, las apariencias pueden ser engañosas. Cada día, el sol parece circunnavegar la tierra, cuando la realidad es que la tierra gira alrededor del sol. Por lo tanto, es necesario traspasar el velo de la apariencia para revelar la realidad que se disfraza en su interior. Esa es la razón de ser de la teoría económica marxista. Como explicó el economista soviético Rubin, “Marx aborda la sociedad humana empezando por las cosas y pasando por el trabajo. Comienza con las cosas que son visibles y pasa a los fenómenos que tienen que ser revelados por medio de la investigación científica”. (7)

Marx explicó repetidamente que si la verdad pudiera obtenerse únicamente de la apariencia de las cosas, entonces no habría necesidad de la ciencia. Esa fue la razón de escribir los tres volúmenes de El Capital. Hay que ver más allá de la apariencia de las cosas para ver las relaciones reales. Este es el objetivo de la verdadera ciencia y del marxismo.

“El economista vulgar no tiene ni la menor idea de que las actuales relaciones cotidianas de cambio no pueden ser directamente idénticas a las magnitudes de valor. Todo el quid de la sociedad burguesa consiste precisamente en que en ella no existe a priori ninguna regulación consciente, social, de la producción. Lo razonable, lo naturalmente necesario no se manifiesta sino bajo la forma de una media, que actúa ciegamente. Pero el economista vulgar cree que hace un gran descubrimiento cuando contra la revelación de conexión interna proclama orgullosamente que las cosas tienen una apariencia completamente distinta. De hecho, se enorgullece de reptar ante la apariencia y toma esta por la última palabra. ¿Qué falta puede hacer entonces la ciencia?

Pero la cosa tiene un segundo fondo. Una vez se ha penetrado en la conexión de las cosas, se viene abajo toda la fe teórica en la necesidad permanente del actual orden de cosas, se viene abajo antes de que dicho estado de cosas se desmorone prácticamente. Por tanto, las clases dominantes están absolutamente interesadas en perpetuar esta insensata confusión. Sí, ¿y por qué si no por ello se paga a los charlatanes sicofantes cuya última carta científica es afirmar que en la Economía política está prohibido razonar?”. (8)

El valor, en el sentido marxista, parece una cosa bastante extraña. No es una cualidad natural ni física de la mercancía, ni una que pueda ser comprendida a través de nuestros sentidos. Como tal, el valor no puede verse ni siquiera con un potente microscopio. Tampoco se puede tocar ni oler, ya que no tiene presencia física. Pero el valor de cambio existe ciertamente, al igual que la gravedad, y no es algo arbitrario. Como explicó Marx, el valor es una cualidad social definida y solo aparece cuando se produce el intercambio entre mercancías. Como relación social, se expresa como una relación entre el trabajo de los diferentes productores. En el intercambio, tanto trabajo generalizado cambia de manos a través del intercambio de valores. La ley de la oferta y la demanda no determina el valor, sino que simplemente hace que el precio de mercado de las mercancías fluctúe por encima o por debajo de sus valores.

Sin embargo, el valor no es el resultado de una forma particular de trabajo, sino del trabajo humano abstracto, o del trabajo en general. El trabajo particular utilizado para fabricar diferentes mercancías, como zapatos y abrigos, es diferente del trabajo abstracto. Los zapatos y los abrigos son los productos específicos del zapatero y del sastre. Sin embargo, en el intercambio, lo que se intercambia no es el trabajo particular, sino el trabajo humano en general. Todo el trabajo, ya sea simple, no cualificado, medio o cualificado, se reduce en el intercambio a cantidades de trabajo medio; siendo el trabajo cualificado simplemente un múltiplo del no cualificado.

El valor de una mercancía, como explicó Marx en el primer volumen de El Capital, puede medirse según la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario que se invirtió en su producción. El valor solo puede expresarse en relación con otras mercancías y se manifiesta en el valor de cambio. Por ejemplo, tantos zapatos pueden cambiarse por tantos abrigos, en función de su valor (o del tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción).

Máquinas

En el proceso de producción, las máquinas no crean nuevo valor. Las máquinas se limitan a transferir su propio valor poco a poco a las nuevas mercancías a través de la depreciación. Las máquinas tienen que ser utilizadas por los trabajadores, de lo contrario son superfluas. “Una máquina que no presta servicios en el proceso de trabajo es inútil”, explicó Marx. “Cae, además, bajo la fuerza destructiva del metabolismo natural. El hierro se oxida, la madera se pudre. El hilo que no se teje o no se devana, es algodón echado a perder. Corresponde al trabajo vivo apoderarse de esas cosas, despertarlas del mundo de los muertos, transformarlas de valores de uso potenciales en valores de uso efectivos y operantes”. (9)

Marx continuó respondiendo a la objeción común sobre un trabajador perezoso que parece producir mayores valores, al haber dedicado más tiempo a producir cosas. Marx explicó que no era el trabajo el que creaba valor, sino el trabajo “socialmente necesario”, una distinción que los economistas clásicos no lograron comprender. Por esto se entiende el trabajo medio utilizado para producir mercancías en condiciones medias y bajo el nivel de técnica existente. El hecho de que una mercancía contenga o no trabajo socialmente necesario se revelará en el intercambio cuando las mercancías se vendan o se rechacen en el mercado.

Si se tarda más tiempo en producir una determinada mercancía que el tiempo medio, entonces este tiempo de trabajo excesivo es trabajo inútil. En el mercado, estas mercancías no encontrarán comprador. Todas las mercancías fabricadas a un coste medio social más elevado quedarán sin vender o tendrán que ser vendidas con pérdidas para el capitalista. El flujo y reflujo de los niveles de precios se establece en torno a un equilibrio, que cubre los costes de producción y una determinada tasa media de beneficio. Nuestros capitalistas que emplean mano de obra improductiva pronto se verán expulsados del negocio, incapaces de vender sus mercancías al “precio de mercado”.

Evidentemente, si los capitalistas son capaces de desarrollar e introducir nuevas técnicas de producción y producir mercancías por debajo de los costes de producción, entonces podrán vender más mercancías a un coste más bajo y obtener superbeneficios, solo hasta que todos los demás sigan su ejemplo e introduzcan la nueva técnica. Una vez que esto sucede, el precio cae a un nuevo nivel que se corresponde con el nuevo tiempo de trabajo “socialmente necesario”. Cada mercancía necesita ahora menos tiempo para producirse y, por tanto, contiene menos valor que antes, con lo que se reducen efectivamente su coste y su precio. Por supuesto, el tiempo de trabajo socialmente necesario siempre cambia con los cambios de la técnica. No obstante, existe un estándar medio general en cualquier momento, que sin embargo es superado en un proceso continuo.

De este modo, la ley del valor determina las proporciones de las mercancías que hay que producir y la distribución de la fuerza de trabajo en los distintos sectores de la economía. Esto demuestra cómo la ley del valor actúa como regulador básico del sistema capitalista.

Así podemos entender claramente la diferencia, a menudo confusa, entre riqueza material y valor. El valor es una categoría histórica, que solo es válida mientras exista la producción de mercancías; es una relación social. La riqueza, en cambio, es algo material, y consiste en valores de uso, independientemente de la forma de sociedad.

En igualdad de condiciones, un aumento de la productividad del trabajo generará un aumento de la riqueza material de la sociedad. Sin embargo, la cantidad total de valores existentes puede permanecer constante al mismo tiempo, siempre que la cantidad de trabajo empleado sea la misma. Una cosecha favorable aumenta la riqueza de un país, pero los valores totales de las mercancías representados por la cosecha seguirían siendo los mismos si la cantidad de trabajo socialmente necesario gastado permaneciera inalterada.

Los críticos burgueses se deleitan en señalar las aparentes “contradicciones” de Marx, sin comprender el método de análisis de Marx. Incapaces de responderle, prefieren en cambio distorsionar y tergiversar todo lo que dice. “Cuando analizamos las formas económicas, por otra parte, no podemos servirnos del microscopio ni de reactivos químicos”, explicó Marx. “La facultad de abstraer debe hacer las veces del uno y los otros”. (10) Así, en el primer volumen de El Capital, Marx asume para el propósito de su análisis que las mercancías tienden a intercambiarse con base en sus valores. Solo partiendo de este supuesto pudo demostrar cómo el trabajo era la fuente del valor y el origen de la plusvalía. Sin embargo, en el tercer volumen de El Capital, Marx tiene en cuenta la diferente composición del capital en las distintas industrias o ramas. Explicó que la competencia entre los capitales provocaba una tasa media de ganancia basada en el capital total, de modo que las mercancías tendían a intercambiarse según sus precios de producción y no su valor. La transformación de los valores en precios de producción y la formación de la tasa media de ganancia no entran en conflicto con la teoría del valor, sino que la presuponen.

“Los trabajos privados, ejercidos independientemente los unos de los otros pero sujetos a una interdependencia multilateral en cuanto ramas de la división social del trabajo que se originan naturalmente, son reducidos en todo momento a su medida de proporción social porque en las relaciones de intercambio entre sus productos, fortuitas y siempre fluctuantes, el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de los mismos se impone de modo irresistible como ley natural reguladora, tal como por ejemplo se impone la ley de la gravedad cuando a uno se le cae la casa encima. La determinación de las magnitudes de valor por el tiempo de trabajo, pues, es un misterio oculto bajo los movimientos manifiestos que afectan a los valores relativos de las mercancías”. (11)

El impulso constante de los capitalistas por ir a la par de los cambios operados en el tiempo de trabajo “socialmente necesario”, explica también por qué el capitalismo no puede existir sin revolucionar continuamente el modo de producción. A su vez, la introducción de la maquinaria junto con la expansión del capital, significa una tendencia inevitable a la concentración y centralización del capital.

A grandes rasgos, los economistas burgueses clásicos también comprendieron la importancia del trabajo en la creación de valor. Para Adam Smith, la verdadera riqueza no era la acumulación de dinero, como en la teoría mercantilista anterior, sino que estaba basada en la acción del trabajo en la fabricación de nuevos productos. En La Riqueza de las naciones (publicada en 1776, el mismo año de la independencia de Estados Unidos), sostenía que el aumento de la riqueza dependía de la productividad física del trabajo. Este concepto fue más allá de las ideas de los fisiócratas, que hacían hincapié en el producto físico, y condujo a una comprensión más profunda de la teoría del valor-trabajo. Esto sirvió para situar el estudio de la economía política sobre bases objetivas firmes.

Fue en La Riqueza de las naciones donde Marx se encontró por primera vez con la definición clásica del valor, que copió palabra por palabra en su cuaderno: “Toda la riqueza del mundo fue comprada al principio no con oro ni con plata sino con trabajo; y su valor para aquellos que la poseen y que desean intercambiarla por algunos productos nuevos es exactamente igual a la cantidad de trabajo que les permite comprar o dirigir”. (12)

“El precio real de todas las cosas”, afirmó Adam Smith, “lo que cada cosa cuesta realmente a la persona que desea adquirirla, es el esfuerzo y la fatiga que su adquisición supone. Lo que cada cosa verdaderamente vale para el hombre que la ha adquirido y que pretende desprenderse de ella o cambiarla por otra cosa, es el esfuerzo y la fatiga que se puede ahorrar y que puede imponer sobre otras personas. […] El trabajo fue el primer precio, la moneda de compra primitiva que se pagó por todas las cosas”. (13)

¡Qué claridad, sobre todo si se compara con los discípulos modernos de Adam Smith! Si bien es cierto que Smith confunde el valor con el precio, entiende sin embargo la importancia del tiempo de trabajo como elemento fundamental subyacente al valor de cambio. Fue Marx, particularmente en el tercer volumen de El Capital, quien explicó que la ley del valor no se revela directamente, sino indirectamente. Las mercancías se venden por encima o por debajo de su valor. Solo por accidente los precios de mercado se corresponden con el valor, en torno al cual fluctúan. “No obstante, por grandes que puedan ser las diferencias entre los precios y los valores de las mercancías en los casos individuales, la suma de todos los precios es igual a la suma de todos los valores, porque en último término únicamente los valores que han sido creados por el trabajo humano se encuentran a disposición de la sociedad”, explicaba Trotsky, “y los precios no poden franquear este límite, inclusive si se tiene en cuenta el “monopolio de los precios” o el “trust”; de allí donde el trabajo no ha creado un valor nuevo, ni el mismo Rockefeller puede sacar nada”. (14)

No obstante, por grandes que puedan ser las diferencias entre los precios y los valores de las mercancías en los casos individuales, la suma de todos los precios es igual a la suma de todos los valores, porque en último término únicamente los valores que han sido creados por el trabajo humano se encuentran a disposición de la sociedad.

Adam Smith destacó la importancia de la productividad y la división del trabajo en la producción. Como telón de fondo, defendía los mercados no regulados y la adopción del libre comercio, que pronto se convirtió en el grito de guerra de la clase industrial. Creía que las fuerzas invisibles del mercado (“mano invisible”) y la búsqueda del beneficio personal eran el mejor entorno posible para el crecimiento económico. Este enfoque sirvió para establecer a los economistas clásicos como los pensadores más avanzados de su época. Además de Adam Smith, esta escuela tuvo otra figura destacada, David Ricardo. Sus Principios de economía política proporcionaron a los economistas clásicos por primera vez un libro de texto económico completamente elaborado, posición que mantuvo durante más de medio siglo.

Hoy en día, mientras los economistas burgueses juran por cada punto y coma de Adam Smith, e incluso nombran institutos económicos con su nombre, se estremecen al pensar en la teoría del valor-trabajo. Para ellos es un anatema y un puente hacia el socialismo y el marxismo.

No es casualidad que Ricardo abra sus Principios con una sección sobre el valor. “En esta edición”, dice Ricardo, “he intentado desarrollar, de un modo más completo que en la anterior, mi opinión sobre la difícil cuestión del valor”. A continuación abre la primera sección con su definición: “El valor de una mercancía, o la cantidad de cualquier otra mercancía por la que pueda intercambiarse, depende de la cantidad relativa de trabajo necesaria para su producción, y no de la compensación mayor o menor que se paga por dicho trabajo”. (15)

Continúa insistiendo en este punto en el siguiente párrafo: “Si analizamos el estadio de la sociedad en el que se han efectuado los mayores adelantos, y en el que florecen las artes y el comercio, seguimos observando que los bienes cambian de valor conforme a este principio; por ejemplo, al estimar el valor de cambio de las medias veremos que su valor, con relación a otras cosas, depende de la cantidad total de trabajo necesaria para fabricarlas y llevarlas al mercado. Primero está el trabajo requerido para labrar la tierra donde se cultiva el algodón; segundo, el trabajo de transportar el algodón al país donde habrán de fabricar las medias, que incluye una parte del trabajo empleado en la construcción del buque en el que es transportado, parte incluida en el flete de las mercancías; tercero, el trabajo del hilandero y el tejedor; cuarto, una porción de la labor del ingeniero, el herrero y el carpintero que construyeron los edificios y las máquinas que precisa la manufactura de las medias; quinto, el trabajo del comerciante minorista y el de muchos otros que huelga particularizar”. (16)

Ricardo señala la observación de Adam Smith de que hay dos tipos de valor, uno llamado “valor en uso” (value in use) y el otro “valor en cambio” (value in exchange), a saber, el valor de uso y el valor de cambio, y luego cita a Smith: “Las cosas que tienen un gran valor de uso con frecuencia poseen poco o ningún valor de cambio”; y, por el contrario, las que tienen el mayor valor de cambio, tienen poco o ningún valor de uso.

A continuación, Ricardo pone los siguientes ejemplos: “El aire y el agua son sumamente útiles, de hecho son indispensables para la vida, y sin embargo en circunstancias normales no se puede obtener nada a cambio de ellos. E l oro, por el contrario, aunque su utilidad es pequeña comparado con el aire o el agua, se intercambiará por una gran cantidad de otros bienes”

Concluye correctamente que «la utilidad no es la medida del valor de cambio, aunque resulte esencial para el mismo. Si un artículo no es útil para nada, en otras palabras, si es incapaz en modo alguno de contribuir a nuestra satisfacción, carecería de valor de cambio por más escaso que fuera y cualquiera que fuese la cantidad de trabajo necesaria para conseguirlo”. (17)

Por lo tanto, los economistas clásicos, así como también Marx, consideraron la teoría del valor-trabajo como una ley vital que regía la economía política. La naturaleza proporciona los materiales, pero es el trabajo el que los convierte en valores de uso y valores (de cambio). La naturaleza nos proporciona los materiales gratuitamente, sin ningún valor. Es el trabajo humano, mediante el gasto de tiempo y esfuerzo, el que sirve para crear valores. La producción, en la que la naturaleza es modificada por la aplicación del trabajo humano, es por supuesto esencial no solo para nuestro bienestar, sino para nuestra supervivencia. Sea cual sea la cantidad de capital ficticio creado por el capital financiero, sean cuales sean las fortunas hechas en los mercados monetarios, la riqueza real solo puede producirse mediante la creación de valores de uso, a través de la aplicación del trabajo.

Se puede poner precio a todo, incluso a las cosas que no tienen ningún valor. En el pasado, la Iglesia Católica llegó a poner precio al alma de una persona en forma de indulgencias religiosas. Cosas como la tierra, pueden cotizarse y venderse por enormes cantidades de dinero. Las obras de arte raras se venden por millones, mucho más allá de su “valor” intrínseco original, debido a la frenética especulación de quienes tienen dinero, deseosos de “invertir” en estos artefactos únicos. Con una oferta limitada a un solo objeto, los cuadros individuales de Rembrandt pueden venderse por una fortuna. Estos ejemplos se han utilizado sin cesar para atacar y desacreditar la teoría del valor del trabajo.

Para empezar, a pesar de las alegaciones de nuestros críticos burgueses, Marx nunca negó los efectos de la oferta y la demanda sobre el precio. Tampoco negó el efecto de los monopolios sobre los precios. Una oferta restringida, por la razón que sea, hará subir el precio de una mercancía. Tuvimos el ejemplo reciente de Apple, que perdió una batalla judicial de alto nivel, cuando un juez federal de EE. UU. dictaminó que la empresa había violado la ley antimonopolio al conspirar con los editores para aumentar el precio de los libros electrónicos.

Monopolios

Apple entró en el mercado de los libros electrónicos con el lanzamiento en 2010 de su iPad y su iBookstore. En ese momento, Amazon controlaba casi el 90% del negocio de los libros digitales, comprando los nuevos libros electrónicos a los editores por 10 dólares y vendiéndolos después por 9,99 dólares. Los editores estaban preocupados porque el modelo de precios de Amazon amenazaba su negocio, lo que les obligó a actuar colectivamente para aumentar los precios o enfrentarse a las represalias de Amazon. Por ello, Apple llegó a acuerdos que permitían a las editoriales fijar el precio, mientras que ella se llevaba un 30% de descuento. Los editores también aceptaron topes de precios y una cláusula que permitía a Apple igualar los precios de otros minoristas.

La acción de contraer la oferta por parte de las empresas monopolistas obligará a subir los precios, ya que la demanda superará a la oferta. Esto es innegable. Sin embargo, no debemos mezclar la cuestión del valor con la del precio, que son dos cosas diferentes. El valor viene determinado por el trabajo socialmente necesario que se emplea en el producto. Mientras que el precio de mercado rara vez se corresponde con el valor de una mercancía, que siempre tiende a fluctuar por encima o por debajo de este valor.

De hecho, la ley del valor no podría funcionar si los precios no difirieran de los valores. Si los abrigos y los zapatos se intercambian en proporción a su valor, y más personas deciden que prefieren comprar más abrigos y menos zapatos, el precio de los abrigos subirá por encima de su valor y el de los zapatos caerá por debajo del suyo. El dinero que fluye hacia la producción de abrigos aumentará, pero el de los zapatos disminuirá. El capital fluirá entonces del sector menos rentable al más rentable, lo que dará lugar a un aumento de la oferta de abrigos. Esta reasignación de recursos, capital y trabajo, no podría producirse sin que los precios de mercado subieran por encima o bajaran por debajo de los valores en respuesta a los cambios en la oferta y la demanda de determinadas mercancías.

Sin embargo, los precios siempre rondan el valor de una mercancía. Por eso, algunas mercancías, como una lata de alubias, siempre serán menos cara que un coche. Aunque el precio de las alubias puede subir mucho por razones de escasez, esto hará que el capital fluya hacia este sector atraído por los altos beneficios, y aumente la producción futura de alubias cocidas, reduciendo por consiguiente su precio. Este proceso tiene lugar en toda la economía.

Esto demuestra la fluctuación de los precios de mercado, pero sigue sin explicar la cuestión de qué es lo que hay detrás de estos precios. Para Marx, la respuesta es el valor. En cuanto a los economistas burgueses, se limitan a ignorar esta cuestión, ya que molesta a sus explicaciones superficiales.

Francis Wheen, en su libro titulado Historia de El Capital de Karl Marx, cree haber dado con una contradicción importante en Marx, pero simplemente revela una ignorancia de la economía marxista, un defecto básico con tales escritores.

“‘Hasta el momento’, escribe Marx, ‘ningún químico ha descubierto valor de cambio en las perlas ni en los diamantes’”

“Es curioso que Marx eligiera este ejemplo, pues pone de manifiesto una limitación de su teoría. Si, tal como supone, el valor de cambio de las perlas y los diamantes deriva tan solo del tiempo de trabajo dedicado a su extracción y transformación, ¿por qué hay gente dispuesta a pagar centenares de miles de libras esterlinas por un anillo de diamantes o un collar de perlas? ¿No podrían deberse también estos precios desorbitados a un valor en razón de la escasez, a la percepción subjetiva de la belleza o al simple deseo de destacar por encima de los demás? Si el único factor determinante fuera el tiempo de trabajo, un dibujo realizado por Picasso en el mantel de un restaurante o un sombrero que hubiera pertenecido a john Lennon no costarían más que unas pocas libras, y el ‘valor’ de una botella de vino tinto de una cosecha fabulosa sería idéntico al de una de una cosecha peor, siempre que ambas impliquen la misma cantidad de trabajo. […] La teoría del trabajo puede resultar de poca ayuda a la hora de entender por qué unos pocos mechones de pelo de Elvis Presley guardados con celo por su barbero se vendieron por 115.000 dólares en una subasta pública celebrada en 2002”. (18)

¡Pero debemos objetar enérgicamente esta tergiversación de Marx! Marx nunca dijo que el valor de cambio fuera lo único que determinaba el precio. Las obras de arte, como el sombrero de John Lennon o los recortes de pelo de Elvis, no pueden ser producidos o reproducidos, excepto como imitaciones inferiores, y por lo tanto tales cosas son únicas, objetos irrepetibles. Esta situación de monopolio influye directamente en su precio o simplemente en lo que la gente está dispuesta a pagar. Su precio no se basa en su valor original, sino que está determinado únicamente por la oferta y la demanda, como habían explicado Marx y los economistas burgueses clásicos. En la práctica, estas cosas únicas quedan fuera del ámbito de la teoría del valor del trabajo, que se ocupa de mercancías que pueden reproducirse sin limitaciones ni restricciones. Se trata de precios de monopolio. Si el artículo es único, la oferta restringida significa que puede tener un precio astronómico. Esto no tiene nada que ver con su valor original, sino simplemente con la singularidad del objeto y lo que la gente está dispuesta a pagar.

Solo la escasez

El economista clásico, David Ricardo, explicó muy bien este punto. “Hay algunas mercancías”, escribió, “cuyo valor viene determinado exclusivamente por su escasez. Ningún trabajo podrá incrementar la cantidad de dichos bienes, y por tanto su valor no se verá disminuido por una oferta mayor. Tal el caso de algunas estatuas o pinturas excepcionales, libros o monedas raras, vinos de una calidad peculiar, que solo pueden ser elaborados con uvas cultivadas en una tierra especial, de oferta muy limitada. Su valor es por completo independiente de la cantidad de trabajo originalmente requerida para producirlos, y varía con la riqueza y preferencias variables de quienes desean poseerlos”.

Ricardo continúa explicando:

“Pero estos bienes constituyen una minúscula fracción de la masa de mercancías que diariamente se intercambian en el mercado. El trabajo es lo que procura la gran mayoría de los bienes que son objeto de deseo; y ellos pueden ser multiplicados, no solo en un país sino en muchos, casi sin límite determinado, si estamos dispuestos a dedicar el trabajo necesario para obtenerlos”.

“Siempre que hablamos, pues, de mercancías, de su valor de cambio y delas leyes que regulan sus precios relativos, nos referimos solo a los bienes cuya cantidad puede ser incrementada gracias al ejercicio de la actividad humana, y en cuya producción la competencia opera sin restricciones”. (19)

Los objetos que no son productos del trabajo humano y que no tienen valor, pueden ciertamente tener un precio cuando se ponen a la venta. A través de su precio adquieren una “forma de mercancía”.  Como explicó Marx, “Cosas que en sí y para sí no son mercancías, como por ejemplo la conciencia, el honor, etc., pueden ser puestas en venta por sus poseedores, adoptando así, merced a su precio, la forma mercantil. Es posible, pues, que una cosa tenga formalmente precio sin tener valor. La expresión en dinero deviene aquí imaginaria, como en ciertas magnitudes matemáticas”. (20) Continúa dando el ejemplo del precio de la tierra no cultivada, que carece de valor porque no se ha gastado trabajo humano en su producción. Sin embargo, si se encuentra en un lugar atractivo, puede alcanzar un precio elevado.

Sin embargo, la sociedad no puede vivir del honor, de las obras de arte o de los artefactos de valor incalculable, sea cual sea su precio. El ser humano solo puede vivir de la producción de riqueza real. El trabajo transforma la naturaleza y constituye la base de la producción y reproducción de la vida. Como explicó Marx, es el tiempo de trabajo socialmente necesario, expresado en valor, el que está en el centro de las cosas. Los precios del monopolio son un producto de circunstancias definidas, y no reflejan el valor como tal. A pesar de nuestras críticas, la ley del valor, sigue siendo el regulador clave de la vida económica capitalista.

Si bien Marx reconoció la contribución de los economistas clásicos burgueses, no obstante realizó una crítica rigurosa de sus ideas, que se encuentra especialmente en los tres volúmenes de las Teorías de la plusvalía. Marx se dedicó a analizar y exponer sus contradicciones y limitaciones, al mismo tiempo que elaboraba sus ideas sobre las leyes del capitalismo. En efecto, los escritos de Marx representan una historia crítica de la economía clásica burguesa, o economía política vulgar, como él la llamaba, desde sus orígenes hasta su madurez y eventual colapso. Separó lo que era progresivo en ella de lo que no tenía valor, lo que luego utilizó para transformar y enriquecer cualitativamente una nueva visión de la economía política.

Marx explicó que los economistas clásicos desarrollaron sus ideas en una época en la que “la lucha de clases aún no estaba desarrollada”. En estas condiciones, sus ideas no constituían una amenaza para el orden capitalista. Sin embargo, en cuanto la lucha de clases se afianza, los teóricos de la burguesía se asustan y la economía política degenera en apologética. Los economistas abandonan rápidamente la teoría del valor-trabajo y la sustituyen por la utilidad marginal, la teoría marginal y otros análisis subjetivos. La Escuela Austríaca fue la principal artillería de esta contraofensiva burguesa contra el marxismo. Para ellos, los salarios se consideraban simplemente una parte de la renta nacional, junto con la renta, el interés y el beneficio. El trabajo no ocupaba un lugar especial en la producción y la plusvalía no existía. Su concepto de valor no se basaba en ningún criterio objetivo, sino que expresaba simplemente una elección o un deseo subjetivo.

En palabras del reverendo arzobispo Whately, “no es que las perlas tengan un precio elevado porque los hombres hayan buceado por ellas, sino que, por el contrario, los hombres bucean por ellas porque tienen un precio elevado”. De hecho, el alto precio de las perlas se debe al difícil trabajo que supone su recuperación, y su alto valor estimula a la gente a dedicarse a esta actividad. Nuestro arzobispo no ve la cuestión esencial: ¿cuál es el valor de una perla y cómo se determina? La confusión sobre las piedras preciosas (o perlas) fue respondida por Marx en El Capital. En primer lugar, cita al economista S. Bailey:

“‘El valor’ (valor de cambio) ‘es un atributo de las cosas; las riquezas’ (valor de uso), ‘un atributo del hombre. El valor, en este sentido, implica necesariamente el intercambio; la riqueza no’. ‘La riqueza’ (valor de uso) ‘es un atributo del hombre, el valor un atributo de las mercancías. Un hombre o una comunidad son ricos; una perla o un diamante son valiosos…’” (21)

A continuación, Marx explica la razón por la que esas cosas tienen valor: “Los diamantes rara vez afloran en la corteza terrestre, y de ahí que el hallarlos insuma, término medio, mucho tiempo de trabajo. Por consiguiente, en poco volumen representan mucho trabajo”. Continúa: “Disponiendo de minas más productivas, la misma cantidad de trabajo se representaría en más diamantes, y el valor de los mismos disminuiría. Y si con poco trabajo se lograra transformar carbón en diamantes, estos podrían llegar a valer menos que ladrillos”. (22)

Marx, por tanto, ve el valor como algo objetivo. Con los marginalistas, todo el asunto se pone de cabeza de forma idealista y el valor se convierte en algo subjetivo. En este punto, la economía burguesa deja de ser una ciencia. Su objetivo es ahora justificar al sistema capitalista, que para ellos es el único sistema viable posible. Estas ideas subjetivas fueron refinadas posteriormente por el economista de Cambridge Alfred Marshall, quien construyó curvas de demanda y oferta para demostrar una teoría de los precios sin pulir.

Preferencias individuales

En un intento consciente de refutar a Marx, como podemos ver, toda la teoría económica se ha reducido ahora a la noción de preferencias y elecciones individuales, y deja de tener valor científico, aparte de las cosas más triviales. “Los espadachines a sueldo sustituyeron a la investigación desinteresada”, explicaba Marx, “y la mala conciencia y las ruines intenciones de la apologética ocuparon el sitial de la investigación científica sin prejuicios”. (23) La economía capitalista no fue tratada por ellos como un sistema social global, sino simplemente compuesta por millones de relaciones individuales atomizadas entre productores y consumidores.

Esta es la base de la llamada teoría de la utilidad marginal, defendida originalmente por Stanley Jevons (1871), Karl Menger (1871) y Léon Walras (1874). “Repetidas reflexiones e indagaciones me han llevado a la opinión, un tanto novedosa, de que el valor depende enteramente de la utilidad”, afirmaba Stanley Jevons. Si alguien desea mucho una cosa, esta tiene una utilidad considerable para esa persona; cuanto más la desee, más estará dispuesta a pagar por ella. La cantidad de tiempo de trabajo empleado en la producción de una mercancía no tenía ninguna importancia para estos apologistas. “El trabajo una vez gastado no influye en el valor futuro de ningún artículo”, afirmaba Jevons. Esta teoría subjetiva, que parte de la premisa del consumo individual y no de la producción social, fue defendida por la Escuela Austríaca de Economía dirigida por Eugene von Böhm-Bawerk. Más tarde fue promovida por Ludwig von Mises y muchos otros, y difundida hoy en día como “economía”, en una variedad de versiones en nuestras escuelas y universidades.

Marx ignoró deliberadamente esta vulgar escuela subjetiva y Engels la desestimó en broma. “Ahora se ha puesto de moda aquí precisamente la doctrina de Stanley Jevons”, escribió Engels, “según la cual el valor está determinado por un lado por la utilidad, es decir valor de cambio = valor de uso, y por el otro lado por la magnitud de la oferta (es decir, por los costos de producción), lo cual es solo una manera confusa de afirmar de contrabando que el valor está determinado por la oferta y la demanda. ¡La economía vulgar habita todos los rincones y se encuentra en todos los caminos!» (24)

La teoría del valor del trabajo puso en tela de juicio toda la ética del capitalismo. El valor y la plusvalía se derivan del trabajo de la clase obrera. Marx llegó a la conclusión de que el beneficio era simplemente el trabajo no remunerado de la clase obrera. Toda la teoría se había convertido en un poderoso y peligroso argumento contra el capitalismo y a favor del socialismo. Y por eso no se podía tolerar. Así lo admitió von Böhm-Bawerk: “es cierto que durante algunos años, y a causa de la expansión de las ideas socialistas, la teoría del valor-trabajo empezó ganando terreno, pero en estos últimos tiempos ha retrocedido decididamente en los medios teóricos de todos los países, en favor sobretodo de la teoría de la ‘utilidad marginal’”. (25)

Pero, a pesar de las objeciones de nuestros críticos burgueses, el coste del trabajo es algo que se puede medir. Es una realidad objetiva. En cambio, la “utilidad” difiere de una persona a otra. Depende de su punto de vista, es decir, de la satisfacción que obtiene una persona al consumir una determinada mercancía. Por tanto, la utilidad es algo subjetivo. Curiosamente, aunque es posible ver que la misma mercancía tiene diferentes cantidades de utilidad para diferentes personas, sin embargo se vende en un supermercado al mismo precio. Esto significa que el precio no puede ser subjetivo, sino que debe basarse en un fundamento real de valor (los economistas burgueses ven el precio como un valor expresado en términos monetarios). Si la utilidad se supone que mide el valor, ¿cómo es posible que se vendan diferentes cantidades de utilidad por el mismo precio? Intentan sortear esta contradicción haciendo referencia al “margen”, y en los libros de texto de economía a la “utilidad marginal”.

Según los marginalistas, tendemos a comprar la mayor cantidad posible de algo a un determinado precio, y luego dejamos de hacerlo cuando nuestra satisfacción disminuye. La cantidad de satisfacción que obtenemos de un producto depende de la cantidad que ya hemos consumido. Cuanto mayor sea la oferta de algo, menos satisfacción obtendrá al consumir algo adicional. Por tanto, la utilidad marginal de algo aumentará y disminuirá en función de la cantidad que consumas. Cuanto más se tiene, menos se desea, hasta que las cosas se equilibran, todo ello debido a lo que ocurre en el margen, la última unidad consumida.

Jevons lo explicó en los siguientes términos: “El agua, por ejemplo, puede describirse a grandes rasgos como la más útil de todas las sustancias. Un cuarto de galón de agua al día tiene la gran utilidad de salvar a una persona de morir de la manera más angustiosa. Varios galones al día pueden tener mucha utilidad para fines como cocinar y lavar; pero después de asegurar un suministro adecuado para estos usos, cualquier cantidad adicional es una cuestión indiferente. Todo lo que podemos decir, entonces, es que el agua, hasta una cierta cantidad, es indispensable; que las cantidades adicionales tendrán varios grados de utilidad; pero que más allá de un cierto punto la utilidad parece cesar… los mismos artículos varían en utilidad según poseamos ya más o menos el mismo artículo”.

Agua y diamantes 

Este argumento se utilizó para explicar la llamada paradoja del “agua y los diamantes”, comúnmente utilizada para “probar” la justeza de la utilidad marginal. Los marginalistas explican que no es la utilidad total de los diamantes o el agua lo que importa, sino la utilidad de cada unidad de agua o diamantes a medida que consumimos más. Como en el ejemplo de Jevons, la utilidad total del agua para las personas es enorme, pero como disponemos de grandes suministros de esta, la utilidad marginal del agua es muy baja. En otras palabras, cada unidad adicional de agua que se hace disponible puede aplicarse a usos menos urgentes a medida que se van satisfaciendo los usos más urgentes del agua.

Por lo tanto, cualquier unidad de agua en particular vale menos para las personas a medida que aumenta el suministro de agua. Por otra parte, los diamantes existen en un suministro muy limitado. Son tan limitados que la utilidad de un diamante es mayor que la utilidad de un vaso de agua, que es abundante, por lo tanto, los diamantes valen más para las personas. Entonces, el valor del agua y los diamantes está determinado por su utilidad marginal.

Estos discípulos de la teoría marginal tratan de confundir las cosas al referirse al precio alto de los productos de marca como una confirmación de una base subjetiva de valor. La gente elige usar jeans Levi, y pagar un precio más alto, no por la ley del valor, sino por una preferencia personal. El mismo argumento se aplica también a los artículos de lujo. Pero este no es el caso. Bernard Arnault, que recientemente participó en la “guerra de las carteras” por el control de Gucci, ha forjado una fortuna de 29.000 millones de dólares con el control de más de 60 marcas, incluyendo Christian Dior, Louis Vuitton, Bulgari y Dom Pérignon. Los precios más altos de los productos de marca están vinculados a su calidad “especial”, su nombre, a pesar de que otras marcas menos conocidas utilizan las mismas fábricas para producir los mismos productos. Detrás de las marcas especiales hay enormes cantidades de publicidad y marketing, que deben añadirse a sus costos de producción, para crear la etiqueta única y cotizada. A través de este marketing, la marca alcanza un estatus de “monopolio”, atrayendo así, un precio de monopolio.

La familia Arnault posee la mayoría de las acciones de Hermès, la principal empresa de artículos de lujo conocida por sus bolsos, corbatas de seda y pañuelos. En la fábrica más grande de Hermès, en el suburbio parisino de Pantin, más de 300 artesanos especializados trabajan con los artículos de cuero. Esto incluye los famosos bolsos Kelly del grupo, uno de los favoritos de la princesa Grace de Mónaco, y el más deportivo bolso Birkin, diseñado para la cantante Jane Birkin. El rasgo distintivo de la producción de Hermès es que un trabajador altamente calificado hace un solo bolso de principio a fin, solo usando una máquina para coser el bolsillo interior y las cremalleras. A estos trabajadores les lleva unas 18 horas hacer un “Kelly”, que se vende al por menor por más de 6.000 euros en una versión pequeña.

Según un informe en el Financial Times, “Debido al tiempo necesario para formar a los artesanos, la oferta se atrasa en relación con la demanda y los clientes suelen tener que esperar meses por la cartera deseada”. (26)

Este ejemplo muestra que la cantidad de trabajo que se destina a la producción de cada bolso es enorme. Por otra parte, la mano de obra altamente cualificada implicada en dicha producción crea mayores cantidades de valor, y, al mismo tiempo, los efectos del marketing de “monopolio” empuja hacia arriba el precio de estos artículos de lujo a alturas exorbitantes. Esta situación no tiene nada que ver con la teoría marginal y sirve para confirmar la teoría del valor del trabajo, que incluye las distorsiones del capitalismo monopolista.

Observarán que la mayoría de las veces, los partidarios de la utilidad marginal prefieren dar “ejemplos” sobre el agua y los diamantes, en lugar de las mercancías ordinarias producidas en masa, que pueden reproducirse a voluntad. No logran explicar, por ejemplo, por qué el precio del pan en las tiendas es el mismo para el desempleado hambriento que para el magnate millonario, a pesar de que la utilidad marginal de una unidad adicional es mil veces mayor para los primeros que para los segundos. Esto es convenientemente barrido bajo la alfombra por estos teóricos.

Para los marginalistas, todos somos simplemente “consumidores” individuales con tanto dinero (“demanda efectiva”) con el que hacer elecciones individuales. El hecho de que, bajo el capitalismo, nos enfrentamos a niveles masivos de desigualdad, generados por el funcionamiento de la economía de mercado, es completamente ignorado. El hecho de que la clase obrera es incapaz de comprar el valor total de su trabajo nunca entra en la cabeza de los marginalistas. Tales contradicciones no les conciernen ni a ellos ni a su visión mecánica de la economía. Sin embargo, sus ejemplos abstractos son la base teórica de la teoría de la utilidad marginal, y la base podrida sobre la que se funda la economía burguesa moderna.

Toda la teoría marginalista está enraizada en el concepto de las preferencias individuales de los consumidores, es decir, que nuestros juicios de valor sobre lo que compramos son la base del valor de las mercancías. De hecho, nuestros juicios de valor no deciden el valor de intercambio de las mercancías. Aunque estas expresiones utilizan la misma palabra (“valor”), tienen significados muy diferentes, basados en una perspectiva totalmente distinta.

En realidad, la escuela de utilidad marginal es la tierra subjetivista de Robinson Crusoe, o del “hombre aislado”, para usar las palabras de Böhm-Bawerk. La economía, basada en una teoría de preferencias subjetivas, se reduce a los gustos y elecciones individuales, que sirven para maximizar la utilidad de una cosa. Este enfoque es completamente abstracto y sin ninguna noción de la sociedad real. Las relaciones de mercado son simplemente relaciones individuales entre una persona y una mercancía. Para el marginalista, el comportamiento individual es la clave para entender la economía capitalista. Utilizando este enfoque reduccionista, quieren que despojemos artificialmente todos los vestigios sociales e históricos del capitalismo, incluyendo las relaciones de clase existentes, para reducir todo a este simple modelo de comportamiento individual. El concepto entero es una falsa abstracción, no tiene ningún contenido histórico. Como sociedad, no vivimos como individuos aislados en una isla desierta, como átomos individuales. Nuestros deseos naturales, opciones y preferencias no son innatos, o sujetos a la “libre” elección, sino que son un producto de la sociedad y de nuestro lugar dentro de ella. No es simplemente una cuestión de individuos que se enfrentan a la toma de decisiones en un supermercado, independientemente del tiempo y el lugar. ¿Cómo se traduce la isla subjetivista de los marginalistas a las realidades de las relaciones capitalistas cotidianas? No lo hacen. Por eso, en su mundo miope, no tienen una explicación de la crisis capitalista.

En lugar del sistema de intercambio simplificado de Robinson Crusoe y Viernes, donde la elección de las cosas se decide a través del intercambio de una cosa por otra, nos enfrentamos a una masa de mercancías en circulación que se intercambian por medio del dinero. “La circulación de mercancías presupone la existencia de dinero”, explicó Engels, “el trueque solo crea intercambios fortuitos, no la circulación de mercancías”. (27) El dinero es esencial para una economía basada en la circulación de mercancías. El dinero en sí mismo es un valor, es decir, una cantidad definida de trabajo que actúa como un equivalente universal. Y, sin embargo, nuestros amigos marginales nunca pudieron resolver el enigma de la utilidad marginal del dinero. El valor del dinero está determinado por lo que este pueda comprar, que no se decide por las preferencias individuales, sino por el nivel de precios que nos rodea. Estos precios a su vez están determinados no por las transacciones individuales, sino por las fluctuaciones del mercado mundial. El mercado mundial, que domina las economías nacionales, incluyendo nuestras vidas, está a su vez sujeto a todo tipo de incertidumbres, donde los productos se producen sin ningún plan consciente o racional. En lugar de un equilibrio bajo el capitalismo, como dice la Ley de Say, tenemos desequilibrios y crisis periódicas de sobreproducción.

En la época del capitalismo monopolista de estado, las leyes del capitalismo se distorsionan cada vez más. El monopolio no suprime la competencia, sino que la aplasta y la destroza. El poder de los monopolios distorsiona colosalmente el mercado, así como los niveles de los precios.  Utilizando datos de 2006-09, el profesor Peter Nolan muestra el grado de monopolización. Llegó a la conclusión de que solo dos gigantes multinacionales dominan la fabricación de los grandes aviones comerciales, dos multinacionales dominan la industria de las bebidas gaseosas, tres dominan la infraestructura de telecomunicaciones móviles, tres dominan los teléfonos inteligentes, cuatro gigantes controlan la cerveza, los ascensores, los camiones pesados y las computadoras personales, seis, las cámaras digitales y en lo que concierne los vehículos de motor y los productos farmacéuticos: diez empresas mundiales. En estos casos, las empresas abastecen desde la mitad a la totalidad del mercado mundial. En muchas industrias han surgido niveles similares de concentración, después de consolidaciones. Se puede observar una concentración muy similar entre los proveedores de componentes, como las aeronaves. En el mundo hay tres proveedores dominantes de motores de aviones, dos de frenos, tres de neumáticos, dos de asientos, un proveedor de sistemas de aseo y uno de cableado. A través de industrias enteras, como predijo Marx, el mundo solo tiene unos pocos proveedores dominantes de componentes esenciales.

Adam Smith, Ricardo y Marx entendieron el valor desde un punto de vista objetivo. Su punto de partida era la producción, y el valor se equiparaba o giraba en torno a los costos de producción. La famosa “mano invisible” de Adam Smith, que se supone que regula el mercado, no es más que el funcionamiento de la ley del valor. Marx comprendió que no eran las preferencias individuales las que impulsaban el capitalismo, sino las leyes coercitivas del capitalismo, que dictan las acciones de los individuos. No son las preferencias personales de los capitalistas las que hacen que inviertan, sino la competencia y la búsqueda de mayores beneficios. Los trabajadores se ven obligados a vender su fuerza de trabajo, no por elección, sino por necesidad.

En realidad, bajo el capitalismo, las leyes económicas ciegas dominan la vida de las personas y no al revés, y la tarea de la economía es analizar estas leyes. “Se trata de estas leyes mismas”, explicó Marx, “de esas tendencias que operan y se imponen con férrea necesidad”. (28) Un puñado de multinacionales globales, impulsadas por el afán de lucro, han acumulado más poder económico que los gobiernos de los países. Las preferencias individuales no cuentan para nada. Las leyes del capitalismo, a través de la competencia, impulsan una mayor y más grande centralización y concentración del capital, una mayor monopolización, una lucha más intensa por los mercados, aumentando la codicia, el poder y la lujuria general por las enormes ganancias.

Por el contrario, todo el enfoque de la utilidad marginal se basa en una perspectiva microeconómica, y tiene poco, si es que tiene algo que ver con el nivel macroeconómico de las cosas.

Es esencialmente un enfoque unilateral, no dialéctico y reduccionista de la economía capitalista. Mientras que el marxismo comprende plenamente la unidad dialéctica de los diferentes niveles de la economía capitalista, la economía burguesa mantiene una enorme muralla china entre lo micro y lo macro. Chris Giles, columnista del Financial Times, reveló la bancarrota de la economía burguesa cuando escribió recientemente: “Los economistas viven en silos aislados. Absortos en el pensamiento abstracto, los que están en la frontera académica raramente tienen mucho que impartir a los que se esfuerzan por resolver los problemas políticos reales. Los que viven en el charco de la política microeconómica muy rara vez hablan con aquellos en el charco de la política macro – y viceversa”. (29)

Esto refleja toda su visión abstracta y estrecha y su método falso. Son incapaces de comprender el capitalismo en su conjunto, en su desarrollo real y en sus contradicciones, ya que esa no es su intención. La escuela marginal se sostiene únicamente para probar y promover la visión subjetiva, es decir, la del individuo atomizado. Su perspectiva se basa en una falsa abstracción, en un intento de mistificar las relaciones reales, las relaciones de clase, bajo el capitalismo. Se nos hace creer que todos somos individuos, con preferencias individuales, independientemente de nuestra clase o ingresos. Esta idea fue ilustrada por Thatcher cuando dijo que no existía tal cosa como la sociedad. Pero tan pronto como pensamos en términos de la sociedad en su conjunto, la teoría del valor del trabajo se hace evidente. El número total de horas trabajadas por la sociedad es, en última instancia, el principal factor de producción, que luego se divide entre las necesidades de la sociedad, esta es la característica central.

“El peculiar fetichismo de la Escuela Austríaca”, explicó Bujarin, “que proporciona a sus adherentes anteojeras individualistas y así saca de su vista la relación dialéctica entre los fenómenos, los hilos sociales que pasan de individuo a individuo y que por sí solos constituyen al hombre un ‘animal social’, este fetichismo hace que se excluya cualquier posibilidad de que entiendan la estructura de la sociedad moderna”. (30)

Los apologistas del “libre mercado” atacan constantemente la crítica marxista al capitalismo. Intentan ridiculizar las ideas marxistas simplemente distorsionando y tergiversando lo que Marx dijo en realidad. Mezclan deliberadamente el valor con el precio del mercado, que son dos conceptos diferentes, con el objetivo de “probar” los fallos de la economía marxista. En realidad, como explicó Marx, los precios no corresponden directamente al valor debido a los vaivenes del mercado, sino que tienden a oscilar por encima y por debajo de él como si estuvieran en un eje. Niegan la explotación bajo el capitalismo ya que, según ellos, las ganancias no son el trabajo no remunerado de la clase obrera, sino simplemente son vistas como una “remuneración” por “arriesgarse” y pagar los salarios a los trabajadores antes de que empiecen a producir nada. Esto, una vez más, es dar la vuelta a la realidad patas para arriba. Como cualquier trabajador testificará, son ellos los que tienen que trabajar una semana o un mes “de antemano” antes de recibir cualquier salario, extendiendo así el crédito al capitalista, y no al revés.

En el análisis final, todas las teorías son puestas a prueba por la realidad. En el período de auge capitalista, estos librecambistas estaban muy de moda, hasta el gran crack de 2008, que marcó el comienzo de la mayor crisis de sobreproducción desde los años 30. Esto destrozó las teorías de la economía de “equilibrio”, que no entendía nada y no preveía nada. Si se supone que una economía de mercado se basa en un equilibrio general con miles de mercados eficientemente interconectados por precios que reflejan los gustos estables de millones de personas, entonces esto ha fracasado claramente. Los modelos estándar del análisis marginal, todos basados en la Ley de Say, han demostrado estar en bancarrota. Los acontecimientos han demostrado que el supuestamente llamado “modelo de equilibrio” del capitalismo, a pesar de sus sutilezas matemáticas, es una locura total, divorciado de la realidad, de la vida cotidiana. Por el contrario, los acontecimientos de hoy han demostrado la exactitud de la ley del valor y la crítica marxista al capitalismo. Los acontecimientos de hoy en día comprueban ampliamente que la crisis no es un defecto en el modo de producción capitalista, sino un componente esencial del mismo.

En tiempos de profunda crisis económica, toda la fachada oficial comienza a agrietarse y a desmoronarse. Los argumentos de los apologistas del capitalismo se desacreditan cada vez más. La economía burguesa se muestra en bancarrota. Los fabianos y los reformistas, que también intentan ridiculizar la teoría del valor del trabajo, hace tiempo que capitularon ante el capitalismo y actúan como sus abiertos apologistas. Pero sus ideas no se ajustan a la realidad actual, ya que el nivel de vida se hunde en una época de austeridad continua. La crisis del capitalismo significa la crisis del reformismo, así como de la economía burguesa, en la que se basan.

La crisis, que ha asumido un carácter prolongado e insoluble, obliga a la clase obrera a buscar una salida a este embrollo y a gravitar hacia quienes pueden ofrecer una explicación coherente. Solo el marxismo puede ofrecer esta alternativa, basada en una visión científica del mundo, así como la solución en el derrocamiento revolucionario del capitalismo. En última instancia, esta es la razón por la que el marxismo está en continua lucha contra los defensores de un sistema caduco. Los filósofos han interpretado el mundo, afirma Marx, la cuestión sin embargo es cambiarlo.


Notas

  1. Engels, F., “Introducción a la edición de 1891”. Trabajo asalariado y capital, Marx, Marxists Internet Archive, 2000.
  2. Lindsay, A.D., Karl Marx’s Capital, p.53, Londres, 1931.
  3. Marx, K., “Carta a Ludwig Kuggelmann”, 11 de julio de 1968. C. Marx & F. Engels, Obras Escogidas, en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. II.
  4. Ibid.
  5. Marx, K., El Capital, Tom. I-vol. 1, Siglo XXI editores, p.53.
  6. Marx, K., Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador) 1857~1858, v. 2, siglo XXI editores, pp. 229-230.
  7. Rubin, I.I., Ensayos sobre la teoría marxista del valor, (1928).
  8. Marx, K., “Carta a Ludwig Kuggelmann”, 11 de julio de 1968. C. Marx & F. Engels, Obras Escogidas, en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. II.
  9. Marx, K., El Capital, Tom. I-vol. 1, Siglo XXI editores, p.222.
  10. Ibid., p. 6.
  11. Ibid., p. 92.
  12. Smith, A., La riqueza de las naciones, Alianza Editorial, Madrid, 1994, p. 65.
  13. Ibid., pp. 64-65.
  14. Trotsky, L., “El marxismo y nuestra época”, Edicions Internacionals Sedov, 2a Ed., Valencia, 2017.
  15. Ricardo, D., Principios de economía política y tributación, Ed. Pirámide, Madrid, 2003, pp 33-35.
  16. Ibid., p. 44.
  17. Ibid., p. 35.
  18. Wheen, F., La historia de El capital de Karl Marx, Ed. Debate, Buenos Aires, 2007, pp. 58-59.
  19. Ricardo, D., Principios de economía política y tributación, Ed. Pirámide, Madrid, 2003, pp 35-36.
  20. Marx, K., El Capital, Tom. I-vol. 1, Siglo XXI editores, p. 125 (énfasis del autor).
  21. Ibid., p. 101.
  22. Ibid., pp. 49-50.
  23. Ibid., p. 13.
  24. Engels, F., “Carta a Danielsón”, 5 de enero de 1888. Aricó, J., Karl Marx, Nikolai F. Danielsón, Friedrich Engels – Correspondencia (1868-1895), Siglo XXI editores, 1981, p. 216.
  25. Citado en Bujarin, N., Economia política del rentista, Ed. Laia, Barcelona, 1974, p. 18.
  26. Financial Times, 9 de julio de 2013.
  27. Engels, F., “Engels to Paul Lafargue”, 11 de agosto 1968. Marx and Engels Collected Works, vol. 47, p, 180.
  28. Marx, K., El Capital, Tom. I-vol. 1, Siglo XXI editores, p. 6.
  29. Financial Times, 25-26 de junio de 2013.
  30. Bujarin, N., Economic Theory of the Leisure Class. Marxists Internet Archive.