A las diez de la noche del lunes 25 de noviembre, en Bogotá, falleció Dilan Cruz, un joven de 18 años. Su muerte era el resultado de la metralla del armamento irregular del ESMAD (Escuadrón Móvil Anti-disturbios). La noticia del criminal ataque se esparció por las redes y el estado de salud de Dilan se convirtió en motivo de interés para millones de jóvenes y trabajadores. Dilan luchaba por una mejor educación. En medio de la manifestación, intentó retirar una granada lacrimógena de los antidisturbios y uno de ellos respondió disparándole una “recalzada”. Casi quince años atrás, a pocas cuadras del lugar, la criminalidad del ESMAD había dejado en coma al niño Nicolás Neira: fue su primera víctima mortal.
La lista de atrocidades cometidas por el ESMAD supera todos los límites de la infamia. Esta fuerza de choque, entrenada para provocar disturbios con toda la ferocidad posible, alimentó su prontuario hasta el punto de encontrar en la vida que le arrebataron a Dilan un punto crítico: los trabajadores de Colombia, inspirados por lo mejor de su juventud, se han unido para exigir el fin de esta piara de asesinos.
Este giro se da en medio de un momento histórico para el país. Desde el pasado 21 de noviembre, millones de colombianos decidieron levantarse contra un estado que, tras la muerte de Simón Bolívar, ha sido históricamente manejado por ineptos, y ahora está en manos del mayor de los mediocres: Iván Duque Márquez. El resultado de esta ineptitud acumulada ha sido el peor de todos: desempleo y subempleo generalizados, la violencia ocupando todos los aspectos de la vida, narcotráfico, financiación de toda clase de orgías con los impuestos exprimidos a los trabajadores, combinación de todas las formas de explotación, pauperización de la salud y la educación. Todo esto, bajo la promesa de que no nos convertiríamos en otra Venezuela.
Contrario a otros paros este ha superado cualquier expectativa. La participación de las masas resulta imposible de cuantificar. A la movilización del 21N siguieron cacerolazos, bailatones, espectáculos al aire libre, agitación en redes sociales, marchas improvisadas en las diversas ciudades e incluso manifestaciones sucesivas en la residencia personal de Duque. Si algo positivo ha dejado Duque, es que ha hecho salir la vena reprimida que los colombianos tenemos para la sátira. Cada una de sus torpes y cobardes respuestas ante los acontecimientos han avivado el fuego de indignación que hoy mueve a millones de colombianos. Los dispuestos ha retroceder, cada vez son menos. La inconstancia que parecía ser parte de nuestra cultura se diluye y se mira con desdén.
Tal ha sido la fuerza popular que el Comité organizador del paro ha repudiado la irrespetuosa oferta de “conversación” y ha llamado a nuevas jornadas de movilización. Está claro que en este momento cualquier gesto de oportunismo será interpretado como cobardía y objeto del repudio popular. Lo sabe Julio Roberto Gómez, jefe de la CGT que en días recientes ha demostrado fidelidad a su principio de traicionar a la clase obrera.
Estos no son días normales. Cuando se va por la calle cada conversación tiene que ver con la situación del país. A nadie le dolió la ley seca del viernes. Una que otra cerveza se ve por ahí pero el fin de la jornada suele ser discutir los acontecimientos. Poco a poco y espontáneamente surgen iniciativas de organizar asambleas populares y que estas lleguen a coordinarse nacionalmente. Si este ejercicio se mantiene los colombianos se darán cuenta de que no necesitan a los políticos burgueses para regir sus destinos.
Algo similar se puede decir de la Policía Nacional. Cada día que pasa se muestra ante el país como una organización de hampones y mafiosos. En la noche del viernes 22 organizaron ataques de vándalos en conjuntos residenciales de barrios obreros. En cuestión de minutos se destapó el fiasco. Los intentos de fake news fueron desacreditados. Los vecinos decidieron montar guardia armándose de cualquier herramienta que encontrasen en casa. Los siguientes intentos de saqueo y vandalismo serían controlados por los trabajadores. De repente el carácter innecesario y nocivo de una fuerza policial se hace evidente.
Pronto cumpliremos una semana de agitación política en el que este país ha demostrado el cambio hacia un nuevo rumbo. Aunque este aún no se define, es claro que su impulso viene de sus trabajadores y su juventud.
No hay espacio para negociaciones. La renuncia de Duque cada vez se consolida más como una exigencia de las mayorías. Para derrocar a Duque es necesario que el paro nacional se fortalezca con la extensión a los sectores clave de la clase trabajadora en la producción, el petroleo, el transporte. Su derrocamiento es necesario y con él la urgencia de constituir una alternativa socialista que garantice una dirección efectiva para un movimiento que si bien puede ser anticipado calificarlo como revolucionario, podemos decir que anuncia posibilidades en ese sentido.
Desde nuestra organización proponemos los puntos de discusión esperando sean tomados en consideración en las asambleas y consejos que se adelanten en las próximas jornadas:
- Fuera Duque y todo su régimen.
- Prisión preventiva para Álvaro Uribe Vélez y expropiación de sus bienes para reparación de sus víctimas.
- Persecución efectiva al narcotráfico
- Cumplimiento del Acuerdo de la Habana
- Desmonte del ESMAD y juicio popular a las fuerzas de Policía.
- Ningún funcionario público ganará más que un obrero calificado.
- Democracia en las FF.MM.: La tropa elige a sus oficiales. Define ascensos y destituye a los altos mandos por voto.
- Nacionalización del transporte público.
- Nacionalización de la banca.
- Supervisión y control de la actividad minera por las comunidades de los territorios impactados por ella.
- Reforma agraria
- La asambleas populares organizadas a nivel nacional bajo una estructura democrática como órgano fundamental del poder político. Por un gobierno de los trabajadores.
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